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Columnistas  |  12 julio de 2020  |  12:00 AM |  Escrito por: Faber Bedoya

ÉPOCA DE RECOGER LA COSECHA ESPIRITUAL

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Faber Bedoya

Por Fáber Bedoya Cadena

En esta travesía humana, en la cual hemos recorrido setenta y cinco peldaños, hemos esparcido semillas de verdad, sembrado confianza. Vimos desaparecer una generación. El siglo cambio con nosotros.

Hoy, ad portas de hacer inventarios, realmente lo que más satisfecho me deja es el camino espiritual recorrido. En ese aspecto no soy ligero de equipaje.

Desde niño me enseñaron que tener espíritu es estar despierto, avispado, razonar, cuestionar. Escuchar y hablar a tiempo. Tomar decisiones y asumir las consecuencias. Es tener paz interior. Poder dormir tranquilo y despertarse dispuesto a vivir el aquí y el ahora. Sin remordimientos por lo que pasó, más bien aprender del error. Viviendo en conciencia. Vivir para trascender. Andar con la verdad en la frente. Dialogar, conversar, preguntar y responder con respeto. No huirle a la vida. Ser leales y fieles a palabra pronunciada. Es alimentarse con las buenas costumbres. Saber qué se necesita para encontrar lo anhelado. Estar satisfecho con lo que se tiene. Descubrir. Valerse por sí mismo. “Mejor atajar que empujar”. Acatar las normas y reglas. Un espíritu grande cabe en cuerpos pequeños. Ocupa todo el ser humano y se manifiesta. Es individualidad. En el espíritu somos libres y eso también se nota. Es libertad en consciencia. No hay espíritus talla small.

Me inscribieron, matricularon y cursé años de primaria, secundaria y los primeros semestres de universidad, en la ritualidad religiosa, católica, apostólica y romana. Practicante. Un estilo de vida. No hagas a los demás lo que no te gustaría te hicieran a ti. Fe, esperanza y caridad, pero la más importante es el amor. Empecé a leer. Fue la mejor escuela para pulir el indómito y campesino espíritu.

En el pensum académico figura la asignatura Religión o Historia Sagrada o Apologética, o Teología. Tienes que cursarla. La aprobé.

La lectura de muchos textos alimentó mi vida intelectual y nutrió mi espíritu. De escucha. De observador. Participante activo de la vida. Militante de las luchas por la existencia. Otra vez leía. Fui educador, maestro. Trascendí. Supere a mis maestros, mis alumnos me superaron. Cierto, me señalaron caminos, y dejé improntas en muchas vidas. Modifiqué comportamientos como resultado de los procesos de enseñanza aprendizaje. Los pude verificar con sus acciones.

unión marital permanente y los hijos son el alimento espiritual más nutritivo que nuestro Ser Superior nos concede. Esa materia la registré, la cursé, presenté todos los exámenes que la vida trae. Hice pregrado y los nietos son el posgrado. El paso por ese claustro educativo, me entregó un diploma muy especial, la disposición espiritual a perdonar y pedir perdón. Incrementó mi aptitud de agradecer y mostrar comportamientos agradecidos.

Empezamos a recoger las mieles del deber cumplido. Todavía surgen preguntas, pero gracias a Dios tenemos un amplio repertorio de respuestas, aprendidas de las lecciones que nos dio la Universidad de la vida. La calle. Tenemos valor suficiente para cambiar lo que puedo cambiar, tolerancia y serenidad ante la frustración, y sabiduría para reconocer la diferencia. Y volvimos a leer, como la primera vez.

Si tenemos la suficiente solvencia y fortaleza espiritual para contarte querido Emilio, que las transferencias y las consignaciones espirituales que nos hicieron nuestros antepasados, las incrementamos, produjeron grandes réditos y son ustedes los que han de vivir a plenitud esas enseñanzas, traídas a tu época. Los códigos de creencias han generado crisis conceptuales en el ámbito experiencial, debido a la gran pluralidad. Pero fortalecen el espíritu. Ampliaron el abanico de respuestas. Siguen en pie, la férrea voluntad. Indeclinable disciplina. El autocontrol y la toma de decisiones. La inagotable solidaridad. La empatía. La asertividad, para tratar a los demás. Saber dar y recibir afecto. La honestidad como compañera de camino. Fe, esperanza y caridad, pero la más importante es el amor.

los nombres, los códigos de ética se flexibilizaron, las creencias fueron cediendo. Se hicieron dioses a semejanza de los hombres. Pero la semilla de hombres buenos perdura siempre. Somos seres de luz. Y en ustedes, Andreita, Benjamín, y Emilio, se verá reflejado lo que un día sembraron los abuelos de ayer en el espíritu del abuelo de hoy. Esa es la responsabilidad de los niños.

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