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Columnistas  |  13 julio de 2020  |  12:00 AM |  Escrito por: Carlos Alberto Agudelo Arcila

DESENTRAÑISMOS

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Carlos Alberto Agudelo Arcila

Por: Carlos Alberto Agudelo Arcila

El suicida le juega limpio a su existencia. Es honesto consigo mismo. El último día de su vida da el gran portazo contra el tiempo. Dice no al mundo. Es lógico cuando hace trizas su devenir. No puede continuar con sus infortunios, los cuales le son imposibles de terminar, en esta primicia converge su razón. Transciende cuando da el paso certero al sacudir el entorno, su cadáver es trofeo del rechazo. Triunfa, la libertad del suicidio recala sus sentidos, iza su sombra contra la sombra de cuanto lo rodea. Una risa burlona flamea en el horizonte, a la manera de voz concluyente, venganza justa hacia el haber nacido. El suicidio, opción imponente. Inmensa sicología de la represalia.

“El culo de Dios”, que pintó Miguel Ángel en la capilla Sixtina, es una deferencia a la desnudez humana. Arte objetivo, puro, sin malicia al delinear la morfología del omnipotente.

El bombillo encendido evapora las horas, la página en blanco tutela mis percepciones.

El cinismo del dogma católico cayó en el absurdo con Juan Pablo II, cuando dijo que no se deben hacer preguntas sobre el origen del universo. Jerarca alienante que institucionaliza la fe ciega -tumor maligno de la inteligencia-. Y saber que a este hombre glacial se le dio estatus canónico, desprecio a la inteligencia.

…milagro sería no haber creado a Dios.

Cambiar palabras inútiles por ceros a la izquierda.

No concibo mi vida sin la esencia vital de la lectura, del escribir. Estos hechos son importantes, para mí, porque son complemento de aire a mi cerebro, a mi sensibilidad, a mi sangre peregrina. De esta forma vitalizo mi firmamento interior, le doy alas a la imaginación, codifico las circunstancias con reflexiones objetivas, condición innegable para que el sueño converja en realidad.

Hombre prepotente ocupa el segundo cargo más importante de su hogar.

Cuando le convenía darle otros visos a su rigidez política, tomaba agua turbia con pasante de zumo de llantén.

Cuerpos que se balancean en el sexo, hasta que la interacción sexual le produce cortocircuito al amor.

Los diezmos hacen el encantamiento de convertir la estrechez de los sacerdotes y pastores en lujos exorbitantes. A dichos especuladores de la espiritualidad les importa más el fanático que su Dios. Debido a dicha manipulación es fácil olfatear en las iglesias el cadáver pestilente del todopoderoso.

Bocetos de la nada que somos se exponen en la galería de la muerte.

De inmediato se requiere vacuna contra el virus de la codicia.

El pensamiento obró el prodigio de crear a Dios.

Pulir la demagogia de la risa, convertirla en proyectil certero contra la risa estúpida.

Broma letal, el paso prohibido al ayer que anhelo.

Deseos que se confunden con amor, hasta convertirse el amor en abismo sin fondo.

La sumisión flota en el fango de la sandez humana.

Cisnes rosados aletean tapetes en el hilvanar de la abuela.

Curioso, ¿por qué el pensamiento crea a Dios y no se preocupa en concebir un hombre conocedor de sí mismo?

¿Qué hablar a la hora precisa, en el callejón sin salida si nadie habita la palabra?

Sexualidades que abren brechas de amor.

El arte del silencio no se contamina de mudez, se abstrae en algún momento preciso del decir.

Etcéteras confluyen en el vacío de cuanto se dijo.

Se abren puertas a nuevos panoramas con llaves de la disciplina, con el talento que fulgura, a su manera, en todo ser humano, y el trabajo perseverante, procedimiento que da vía libre a extraordinarias perspectivas. Para lograr ser partícipes de este contexto inexplorado es imprescindible creer en nosotros mismos.

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