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Columnistas  |  16 julio de 2020  |  12:00 AM |  Escrito por: ÁLVARO MEJÍA MEJÍA

EL PERDÓN

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ÁLVARO MEJÍA MEJÍA

Por: Álvaro Mejía Mejía

Robert Boyle escribió: “El hombre noble esparce las flores fuera de sí, y se reserva las espinas.” Mahatma Gandhi dijo: “No dejes que se muera el sol sin que hayan muerto tus rencores.”

Quien guarda rencores lleva a cuestas pesadas cargas y siente grilletes en sus pies. Está preso en sus propias nebulosas. Entonces, procura tirarlos al profundo abismo del olvido. Saca las heridas, que aún te lastiman, extiéndelas al sol, hasta que se sequen totalmente. Te sentirás libre y olvidarás el peso que llevas en tu espalda.

Los reclamos reprimidos pueden producirte cáncer y la agresividad de tu ira problemas cardíacos. Si los evitas, obtendrás el buen funcionamiento de tus órganos. Puedo afirmar, que la mejor medicina para el cuerpo es estar libre de odios, iras, deseos de venganza, reproches, reclamos, agresividad y rencores. Sin duda, esto es un elixir para el alma.

Perdonar es entregar algunas de esas luces, que se reproducen como soles en el corazón del hombre.

Perdonó aquel que murió en el madero por salvarnos. Se le oyó decir: “Señor, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Perdonó Sócrates a sus falsos acusadores. Se le escuchó exclamar: “es preferible soportar la injusticia que cometerla, aunque haya que escoger entre la vida y la muerte.” ¿Por qué, entonces, nosotros no podemos hacer lo mismo en nuestras pequeñas guerras y disputas?

Cristo decía que, si te pegan en una mejilla, lo mejor es que pongas la otra. Ese mensaje atacaba la milenaria Ley del Talión, que proclamaba la venganza: “ojo por ojo, diente por diente...” Mahatma Gandhi nos advierte sobre ese postulado: “Ojo por ojo y todo el mundo acabará ciego.”

La venganza solo trae más venganza. Se convierte en un círculo inacabable de dolor, sufrimiento y llanto. única forma de romperlo es con el perdón.

Recuerdo, que cuando ocupaba la gerencia de una entidad gubernamental, un personaje político me ofendió públicamente. Meses después un amigo me dijo que esa persona necesitaba un favor, y que el único que podía ayudarlo era yo. En 5 segundos pensé: “¿por qué colaborarle a quien me injurió? Sin embargo, mi repuesta fue: “- dígale que venga a verme”. Casualmente, ese día, me habían llegado billeteras y agendas de cuero, que obsequiaría la empresa con motivo de la navidad. Cuando llegó esta persona, lo recibí de manera amable. Con timidez me pidió disculpas, pero yo le dije: “No te preocupes. No recuerdo que haya pasado nada.” Este personaje, un político del Quindío, no solo obtuvo de mí, la solución a su problema, sino que también se fue cargado de obsequios navideños.

Me pregunto, en ese incidente quien ganó más. ¿Quién se fue apenado y avergonzado de corazón, o el que lo perdonó y sintió satisfacción con su acto? Sin duda alguna, el segundo. Tengan la seguridad, que para mí ese momento fue liberador y sanador.

Los que perdonan alimentan sus almas con los mejores manjares. Todo aquel que es generoso y noble de corazón obtiene gracias y bendiciones.

La mejor lección sobre la ley de la compensación, la pude comprobar con mi hermano Eduardo. Cuando este oficiaba como párroco en el barrio La Nueva Libertad de Armenia, pude comprobar, que a la hora del almuerzo llegaban muchos colaboradores. A nadie se le negaba el placer de degustar las viandas caseras. Como observaba, que eso pasaba siempre que lo visitaba a esas horas, le pregunté - ¿cómo haces para atender a todas esas personas? Me respondió: “- no tengo la menor idea, yo tampoco lo entiendo, pero sospecho que al Señor a veces nos merca.”

El no llevaba ningún control, así como muchos llegaban en busca de una sopa caliente, otros dejaban en silencio mercados.

Ahora quiero que guardes esta receta: para tu alma consume el perdón, siempre que tengas la oportunidad. Para mayor eficacia bébelo de manera permanente y en cucharadas. Después, cierra los ojos y siente el agradable sabor que deja en tu boca y espíritu... Entonces, extiende tus alas, hasta que una leve brisa haga sonar en tu oído el rumor de las estrellas y una indefinible música celestial...

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