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Cultura  |  02 agosto de 2020  |  12:00 AM |  Escrito por: Robinson Castañeda.

Abril en Filandia

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Escrito por Arles Henao M. perteneciente al taller Café y Letras. Foto: Caracol Radio.

Un perro, flaco y sucio, me gruñe amenazante. Salí a buscar algo de víveres pero todo en el pueblo está cerrado y sólo algunas figuras, como fantasmas, se aventuran por las calles a paso rápido y desconfiado. Las miro y me estremezco al ver esos rostros cubiertos. Enfermos o en trance de estarlo. Todo un cuento de horror.

Mientras camino con paso cansado, pienso en cómo el cambio parece ser una constante en este pueblo. Hace años la modernidad y el “progreso”, vestidos de carreteras y ferrocarriles, lo abandonaron, y esto lo protegió un buen tiempo. Pero luego cientos, miles de visitantes llegaron buscando su soledad, su ritmo, sus olores y ya no fue posible caminar de nuevo distraído por sus calles, hasta ahora que todos, visitantes y lugareños, lo abandonan huyendo de la pandemia.

Pateo una piedra que choca contra una de las fachadas de la calle junto a la iglesia y la sigo en su rodar hasta la gasolinera. No sé por qué este caer me provoca un sentimiento de tristeza, esa misma tristeza que me invade por algún detalle al parecer insignificante en una película, especialmente si es una de Wong Kar-Wai: un gesto apenas perceptible, una bombilla mugrienta, una colilla perdida en un cenicero y hasta allí me llega la calma.

Hace frío. Con las manos en los bolsillos, camino sin rumbo por el pueblo y me impresiona pensar que tras todas estas fachadas, tan limpias, tan recién pintadas, están, escondidos de la nueva peste, todos mis vecinos y amigos. Es sorprendente. Apenas hace pocos días conversaba sin afán con Agustín en su ferretería, o con Inés la señora de las arepas, o saludaba a Asael mientras en una mesa de su fonda limpiaba con esmero su colección de viejos discos de vinilo, o me detenía un rato con J.J el de las pizzas, o charlaba sobre fútbol con Jorge el hombre de los quesos, o con Henry, Nataly, Fernando, Nubia, Leonardo el artesano, Rafael, Hugo, Fabio, o con Orlando el de las verduras:

¿Pero qué fue lo que me vio este tonto animal?

Garoso!

Hasta bonito el chandoso este

fuera!, fuera!

Frío tristeza soledad melancolía

¿melancolía? Rabia si es rabia.

Me parece que ya lo había visto la otra vez

vagando por la calle del hospital

Que me muerda sería lo único que me faltaba

Pero bueno ya no me parece agresivo

mas bien está buscando protección o compañía

¡Como si yo fuera ahora una buena compañía!

Se equivoca, no estoy para eso

Cuidado perro feo que yo soy peligroso

- todos lo somos

ya lo verás.

Busca a otro que te acompañe

pero no te confíes.

¿Qué pasa? ¿Los extrañas? ¿También te hacen falta? ¡tonto!

Busco el camino hasta mi casa y mientras pienso en todas estas contradicciones me levanto el cuello de la camisa y subo el cierre de la chaqueta. No sé por qué me llega la imagen de Withman mientras intento sin convicción patear al vagabundo. La neblina y el silencio llenan todos los espacios en esta tarde de abril en Filandia.

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