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Columnistas  |  05 agosto de 2020  |  12:00 AM |  Escrito por: ÁLVARO MEJÍA MEJÍA

HONESTIDAD: BUEN EJEMPLO Y HÁBITO

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ÁLVARO MEJÍA MEJÍA

Por Álvaro Mejía Mejía

No hay mejor enseñanza que un buen ejemplo. En el colegio recibí lecciones de ética y religión, pero las cátedras más importantes las aprendí observando a mi padre.

Recuerdo que, cierto día, él me llevó al almacén de zapatos Croydon, para comprarme un par fórmula dos. Cuando fue a pagar, el vendedor le dijo: “don Marco, usted tiene pendiente una cuenta con nosotros de tal fecha. Mi padre sacó su chequera y le mostró la colilla, donde constaba que había pagado oportunamente. Sin embargo, comenzó a llenar otro cheque. - Don Marco, ¿qué hace usted? Su palabra es más que suficiente – dijo el vendedor. Mi padre terminó de llenarlo, se lo entregó al vendedor y le dijo estas palabras: “por favor recíbamelo, que no puede quedar ninguna duda sobre mi rectitud”. El vendedor, a regañadientes, lo recibió con un gesto de admiración y sorpresa.

Mi madre comentaba que un día, unas gallinas de propiedad del vecino se entraron al patio de la casa y allí pusieron sus huevos. Cuando mi padre regresó del trabajo y se enteró de lo ocurrido, los recogió y se los entregó a su dueño.

Un amigo, Luis Fernando Márquez Jaramillo, al escuchar estas anécdotas, me contó la mejor enseñanza de honestidad que había recibido en su vida: resulta que un funcionario de un banco llamó a su padre para anunciarle que el gobierno había decretado una rebaja de las deudas agrícolas y que, por tal razón, su obligación con la entidad se había reducido de manera significativa, pero que debía acercarse al banco para firmar unos documentos de aceptación de los alivios. El padre de mi amigo le dijo al empleado: “descuide usted, el banco me prestó un dinero y yo se lo pagaré en su totalidad.”

Considero que la mejor lección que pueden recibir los niños es el buen ejemplo de sus padres. No tiene sentido pronunciar peroratas sobre valores y principios, si después los hijos se percatan de que sus padres hacen exactamente lo contrario de lo que predican.

En la página web sistemas.cgever.gob.mx encontré la siguiente anécdota, que ilustra este pensamiento: “frente a la taquilla de un cine había un letrero que decía: "niños menores de 5 años no pagan boleto." Una madre en compañía de su hijo de 5 años le solicitó dos tiquetes a la empleada del teatro. Esta le dijo: - ¿qué edad tiene el niño? La madre le respondió: - Cinco años. A lo que la taquillera le replicó: - Parece menor. Si usted me hubiese dicho que tiene cuatro, yo no me habría dado cuenta y usted solo pagaría un boleto. - Usted no se habría dado cuenta, pero él, sí, le respondió la madre.

Las palabras refuerzan los valores, pero estos se adquieren con el obrar cotidiano. Más que el temor a Dios o a la sanción legal, son los buenos hábitos los que forjan la personalidad. Estos son eficaces, porque cuando la persona los adquiere actúa siempre de manera correcta y sin pensarlo. No se produce un dilema entre el bien y el mal ni se piensa en castigos y premios.

El actuar de manera correcta, cada día, se convierte en un hábito. De tal manera que, si se reciben mayores vueltas de parte de un vendedor, o se encuentra un dinero ajeno, la persona, sin pensarlo, devolverá lo que recibió de más y buscará la manera de entregarlo a su dueño.

El buen ejemplo es la cátedra y el hábito la forma de practicarlo. Eso se debe aprender desde la casa y afianzarse en el colegio. Si esto se generalizara se tendría una sociedad correcta. Sin embargo, lo que se ve es lo contrario, y por eso, hoy día, se impone la deshonestidad en todos los niveles de la sociedad actual.

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