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Columnistas  |  06 agosto de 2020  |  12:59 AM |  Escrito por: Verónica Olivares Zapata

VENGAN A DESAYUNAR

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Verónica Olivares Zapata

Por Verónica Olivares Zapata

Si pudiera escoger una de mis historias favoritas sería la de Pedro y los discípulos pescando después de la muerte de Jesús, resignados y olvidando muchas cosas que habían vivido en los últimos tres años. Toda la noche trabajaron sin obtener resultados. Luego en la madrugada, sin saber quien les hablaba, reciben instrucciones de un hombre que les explica cómo pescar. Con las redes a reventar, llegan a la playa a encontrarse con Jesús resucitado, cocinándoles pescado y panes a la orilla del lago de Tiberias. Con mucho amor Jesús les dice: “vengan a desayunar”. Me sorprende que el primer encuentro después de haberlo traicionado sea tan humano: Jesús preparando alimentos e invitándolos a comer juntos.

A partir de esta escena he estado reflexionando mucho sobre lo que implica comer con otras personas. Por el afán de la vida y por la costumbre de comer rápidamente, muchos hemos olvidado la importancia de disfrutar de una cena con otros. La unidad que nos da el comer juntos va mucho más allá de un simple acto social, en mi perspectiva es un acto litúrgico, nos une entre nosotros y con Dios.

Pensando en esto, y buscando algo distinto entre el ruido de la nueva normalidad, encontré una serie de Netflix llamada Street Food Latinoamérica, y debo confesar que me enamoré de muchas de las historias que vi, porque muestran lo hermoso que son nuestros pueblos, sus platos típicos, tradiciones e historias. Sin embargo, lo que más me fascinó fue que a pesar de que les ofrecían a muchas de las cocineras latinoamericanas viajes y posibilidades de ser dueñas de grandes restaurantes en otros países, ninguna cambiaba su tierra, su casa y su paisaje. Hay algo mágico de comer un plato típico del país de uno en la tierra de uno que no se compara con nada.

Ahora bien, soy consciente que muchas cosas se han ido transformando con la pandemia, el mantener conectados a internet se ha vuelto algo de la cotidianidad. Además, a medida que ha avanzado el aislamiento social y el confinamiento muchas de las cosas que antes tomábamos por sentado se han ido, o más bien las hemos tenido que dejar ir.

Pero quisiera hablar de los nuevos roles que hemos ganado en esta pandemia, por ejemplo el de ser cocineros, un servicio tan humano y tan universal. Sonrío mucho cuando veo a mis amigos subir fotos de sus creaciones culinarias a redes sociales, aquellos que nunca se imaginaron cocinando y ahora lo hacen muy bien guiados por YouTube.

A partir de esto me surgen dos invitaciones para los lectores el día de hoy. La primera es, si en este día tenemos la fortuna de tener comida en nuestra mesa y personas con las cuales compartirla, tomémonos una pausa de las pantallas, sentémonos en familia y disfrutemos de la conversación y la presencia del otro. En agradecimiento, celebremos el poder mirarnos a los ojos, reencontrarnos y apoyarnos en las dificultades que haya tenido el otro en su día.

Lo cierto es que hay muchas personas que no tienen con quién ni tampoco qué comer, y aquí viene mi segunda invitación, compartamos con una persona en necesidad, apoyemos los bancos de alimentos, las fundaciones que están proveyendo mercados a quienes más lo necesitan y sumémonos a esa invitación de Jesús que nos dice: “vengan a desayunar”.

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