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Cultura  |  09 agosto de 2020  |  12:00 AM |  Escrito por: Robinson Castañeda

Puertas y ventanas que miran hacia dentro

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Escrito por Janet Duque Cuéllar. Integrante del Taller Café Y Letras.

12 de abril de 2020:

En esta cuarentena: para lo que uno siente:
Hay un espacio.
Hay un color.
Hay una alegría.
Hay una esperanza.
Hay grandes pasiones que se aquietan con el sol de los venados.
Hay silencios que cantan con fuerzas internas.
Hay baúles de abuelas llenos de besos y recuerdos.
Hay mariposas tendidas muy parecidas a las flores.
Hay ramas mojadas y racimos frescos en espera de los pájaros.
Hay casas que guardan maderas dulces.
Hay doncellas quietas que esperan el baño con el rocío.
Hay grillos silenciados por la belleza de las flores.
Hay montañas cerca y se visten de rojo vivo en el horizonte.
Hay manos pequeñas que acarician la tierra dulce.
Hay palabras que reparten fuerza y colores.
Hoy las nubes se tiñen de color al borde del cielo y salgo entre las nubes. leyéndole al recuerdo, porque mis pasos no pueden salir a las esquinas vacías.

15 de abril de 2020:
La mayoría de las veces uno no se explica a dónde ha llegado, o qué ha sido del cuerpo de uno en esta casa. Las ventanas tienen una peculiaridad, no miran hacia afuera, sino hacia dentro. He aquí una casa loca. Uno cree salir y sucede lo contrario, uno ha entrado.

Así está la ocupante de esta casa: una fiesta a solas con un reloj que marca el tiempo como suave parpadeo. Pero sigo dentro de mí.

14 de abril de 2020:
Siempre estoy cruzando palabras conmigo misma. No puedo dejar que mi estado en esta residencia pase inadvertido. He estado hablándole a las palabras, estos imanes verbales que inauguran nuevas constelaciones y crean presencia. Palabras que se aparean cuando se bebe un café, un vino, al borde de la noche y se levantan como voces que a lo lejos cantan, livianas; son manos tibias y techo. Así, en esta cuarentena abrigan mi pecho esas palabras que nos nombran con identidad.

01 de mayo de 2020:
En el silencio de este confinamiento, Me avecino a la estación del aire que se vive en los ojos con la presencia de cosas sencillas y de la canción que de memoria te escuché aquella noche.

En esta reclusión, me figuro alas para viajar por el tiempo musical al ritmo del jazz nos acuartele.

05 de mayo de 2020:
Desde este aislamiento me hago cargo del tiempo que es todo mío, para poner mi voz entre la transición del atardecer y la noche.

Veo caer la noche empujada por la fuerza tenue del ocaso, y sólo sé que estoy aquí, donde descubro el carácter subversivo de la luna en el horizonte. Y un cierto vacío me invade. A veces envuelve mi mirada. Y voy a este ocaso donde el sol poniente agota su último paso.

Puedo oír mi voz diáfana que me invita al monólogo, las ideas apenas sugieren un silencio milagroso; me doy cuenta que mi corazón nació en las entrañas de una calle enamorada donde despertaron los besos diferidos. Nadie sabrá qué extraño sortilegio tienen los ocasos que encierran las miradas. Porque siempre lo veo llegar con el sol de los venados y el tiempo lo impulsa como una sinfonía interminable.

10 de mayo de 2020:
Estos momentos, estos rincones de mi estancia en compañía de mi yo interno: somos, ahora, todo el tiempo. En un solo instante, lluvia mansa y tenue.

Pero cuando se tejen sueños: música, danza, canción y la más difícil tarea de escribirme, vuelvo al papel que escucha y aprende a llevar con un brillo aparente en mi mirada para darle a mi rostro un aspecto manso, en estos días de encierro. ¡Regocijémonos, muchas horas todavía en nuestro festín inanimado, hasta encontrar el fin de los sentimientos cohibidos y las alegrías expresadas a media voz.

23 de mayo de 2020:
En medio de esta pandemia, conservo mi ánimo sereno y la esperanza de que todo cambie para bien de toda la humanidad. Mientras tanto, parece que hay momentos en que me encojo y me vuelvo hacia dentro en un diálogo obsesivo conmigo misma. En otros instantes, tengo la mirada de una ardilla y el alma libre de todo este meollo y de todo recuerdo.

Es la ocasión precisa para sentarme frente al teclado del computador y escribir; paso varias horas en este lugar, protegida por el olor del jazmín y una luz que alumbra con un resplandor azul y perfuma todo el recinto con un solo soplo. Es la oportunidad del más acá de mi misma y de mi par de yemas. Hoy todo vuelve a lo cotidiano, el aire sólo aire, la luz otra vez amarilla, el olor de nuevo simple olor de todos los días.

En este cuarto nunca hubo olvido ni fronteras, sólo mudanza de colores, horas sonoras, descanso en el silencio de palabras; es por donde suelo caminar buscándote por donde yo no voy… La silla de roble me espera en el mismo lugar; es cuando observo a la gente tratando de adivinar sus vidas secretas, sus virtudes y aventuras. Regreso a mis soliloquios de nuevo con los ojos ardientes y el corazón de fiesta.

Corro a la cocina, al jardín, experimento un silencio y la quietud se adueña de mi casa. Abandono mis tareas matutinas y de cara al balcón veo el horizonte marino, olas, cielo abierto y muchas gaviotas. Me quedo de pie con las manos seguras y los ojos clavados en ese irresistible paisaje de agua, la cabeza perdida en viajes infinitos, en sirenas, delfines y ballenas.

Llovió varias horas, la lluvia se detuvo y el sol de las tres evaporó la humedad del asfalto, envolvió todo en un aire pegajoso. Gente, tráfico, ruido, golpes de herramienta, pregones de vendedores callejeros, un vago olor a fritanga de la casa vecina.

Calculé que llevaba varias horas dormida y dando vueltas en mi cama. Aturdida desperté, aterrorizada. Volví a la realidad, recobré mis emociones y no pude alejarme de este tumor maligno que vino de remotas tierras.

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