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Cultura  |  06 septiembre de 2020  |  12:59 AM |  Escrito por: Edición web

Notas de la peste VIII

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Pensando algunas cosas desde mi balcón

Por Enrique Barros Vélez

En esta cálida mañana estoy disfrutando de la brisa y la tranquilidad del sector, pues transitan pocos automóviles y solo de vez en cuando algunas personas. Este sosiego está animado por los cantos de los pájaros que visitan el parque que tengo enfrente y la panorámica de fondo de las altas montañas. Por cuenta del receso global respiro un aire más limpio, con un cielo más azul. Y desde este balcón contemplo el espeso bosque que se extiende a lo largo de la cañada. Esto me hace sentir parte de un circuito de vida mayor. Entonces pienso que esta pandemia en parte pudo haberse originado en nuestra actitud depredadora hacia la naturaleza, en la destrucción de sus ecosistemas y su consecuente contaminación ambiental. Aunque también podría provenir de un laboratorio. Es otra probabilidad. No obstante, nada nos exime de la responsabilidad por el desequilibrio que hemos tolerado entre la insaciable explotación económica y la vulnerabilidad de la naturaleza. Si no reestructuramos pronto esta anomalía afrontaremos un desafío aún mayor: la crisis climática. No podemos seguir destruyendo la naturaleza y sus ecosistemas. Debemos entender que somos seres interdependientes y que formamos parte de un todo, con los otros y con la naturaleza. Por ello debemos transformar nuestras conciencias y corregir el rumbo global en el que estamos enfrascados, construyendo modelos de convivencia más justos y equitativos entre nosotros y con el medio ambiente.

De momento escucho unos gritos que se repiten y me sustraen de estas reflexiones. Son los vendedores ambulantes que con carretas de madera pregonan sus campechanas mercancías: frutas, verduras, plátanos, tubérculos, granos y otros alimentos. Otros de ellos están aún más desvalidos: ofrecen tinto, mazamorra, cremas, bolsas para la basura o compra de chatarra. Estas mercancías perecederas o prescindibles son los únicos medios con que cuentan para sobrevivir en la pandemia. Para ellos las precauciones están subordinadas a sus esfuerzos continuos por sobrevivir. Arriesgan sus vidas cada día mientras permanecemos resguardados en nuestras casas. También lo hacen muchos otros trabajadores pobres: celadores, domicilios, cajeros, choferes, porteros, policías y algunos más. Desvalidos como están, deben sobrevivir en medio del riesgo a contaminarse. No pueden ser parte del confinamiento obligatorio, pues el hambre los obliga a salir. Aunque a nombre de todos se incremente la protección, se cierren las fronteras externas, se instalen los controles internos y se exija el aislamiento y el distanciamiento social. Pero hay algo más: este desequilibrio social se ha agravado con la interrupción sorpresiva de la producción mundial, causando desempleos masivos que nos obligan a entender que la supervivencia nos involucra a todos como integrantes diversos de una sociedad. La pandemia propiciará reclamos de los desamparados y presiones de los privilegiados, cada uno buscando sus propios beneficios, pues la inequidad atenta contra la estabilidad y la seguridad de todos.

Estas conjeturas nos conducen a pensar que para solucionar radicalmente esta calamidad debemos construir modelos globales más justos y equitativos de convivencia social y de reconciliación con la naturaleza. De lo contrario el predecible agravamiento de la crisis climática nos causará otras pandemias y multiplicará las enfermedades ligadas a la contaminación ambiental. Y entonces, en ese hipotético caso, esta epidemia viral será tan solo la antesala de un irremediable y definitivo caos futuro…

Armenia, Julio 13 de 2020

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