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Columnistas  |  26 septiembre de 2020  |  12:00 AM |  Escrito por: Libaniel Marulanda

NOTAS DESENTONADAS A LA PARRILLA

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Libaniel Marulanda

Por Libaniel Marulanda

“Fechas hay en la vida que nunca podemos…”

Campea en la memoria aquel jueves diecinueve de julio de 1962 porque era la fecha determinada para el día de la juventud y el deporte, y todos los colegiales desfilaban vestidos de blanco bajo un obligatorio sol de verano. Los treinta y cuatro pesos habían sido ahorrados de peso en peso a lo largo de muchos días, tras cambiar las monedas sisadas de los mandados a la tienda, cuando no existía el IVA. La alcancía fue un tarro metálico de Mexsana y por eso la plata tenía adherido el talco cuando Noemy, mi madre, se los entregó al vendedor para separar el acordeón de botones que me sonreía coqueto desde la vitrina. Cincuenta y un días después, aquel pequeño gusano de cartón fue acunado en mis brazos, justo para celebrar la quinceañez. El encuentro con el soñado acordeón sepultó el sexto y último intento de aprobar el primero de bachillerato.

De la desinhibición y el motín hormonal

Al comienzo fueron varios condiscípulos del Colegio Rufino, entre ellos Enrique López, que sigue vigente como conguero, y Hugo Mejía, un precoz baterista. Dos meses después nos tomamos y convertimos en nuestro ensayadero diario un viejo bus que se incendió y quedó parqueado durante años frente a la casa de su dueño, el padre de uno de los amigos del barrio que construyeron aquel sueño adolescente. Seis meses después ya teníamos armado el grupo que bautizamos con el pomposo nombre de Los Noctámbulos.Nos ofrecíamos para tocar en cualquier reunión o acontecimiento social que se realizara en el barrio San José de Armenia. Helio Fabio Muñoz, Raúl Osorio, Hebert García, Jairo Rey y yo, todos vecinos, vivimos entonces a plenitud los tropeles hormonales incontrolables, cuando rondábamos los dieciséis años, y gracias a la terapia aguardientera posábamos de músicos desinhibidos y nos lanzamos al vuelo bajo los aires tropicales del ayer.

 

 

 

 

 

 

 

Año 1962,” Los Noctámbulos”. Atrás, Izquierda a derecha: Jairo Rey, Olmedo Murillo (fallecido) Eyder Tabarez, Helio Fabio Muñoz, Raúl Osorio. Adelante: Eduardo Muñoz (fallecido) Hebert García y Libaniel Marulanda.

 

 

 

 

De “Los Noctámbulos” a “Ritmo Juventud”

Helio Fabio Muñoz heredó de su padre, además del nombre, la habilidad manual para fabricar lo que fuera menester para Los Noctámbulos. Su casa era más un taller que una residencia en razón a que el viejo tenía varios buses y microbuses de pasajeros. Así que con los exiguos fondos, nuestro guacharaquero realizó los doblados de lámina, puso las soldaduras, hizo los ajustes y pintó “al duco” el instrumental. Raúl Osorio, el conguero, se fue para Sevilla y al grupo ingresó Javier Duque, que pronto le añadió calidad con una guitarra que Helio Fabio convirtió en eléctrica. Salió Jairo Rey e ingresó Antonio Botero, un galán de copete engominado y que tocaba la conga, el único que no era del barrio: ¡Por fin teníamos un buen cantante que reemplazara mis graznidos! Ahora éramos Ritmo Juventud, teníamos uniformes, un amplificador fabricado por don Arcesio Chica y pedíamos cincuenta pesos por hora.

 

1965. “Ritmo Juventud”: de izquierda a derecha, Javier Duque, guitarrista. Herbert García, timbalero. Libaniel Marulanda, acordeonista. Helio Fabio Muñoz, guacharaquero y Luthier. Antonio Botero, conguero y voz líder. En el centro, Noemy Marulanda, (fallecida) madre del autor.

 

 

Entre romances de barrio y sueños rotos

Sería desmesurada impostura sobredimensionar el paso de Ritmo Juventud por el ámbito tropical de nuestra cincuentona región. Con todo, el inventario final de ese tránsito juvenil nos arroja mayores ganancias que pérdidas: Por lo menos, hasta el punto final de estas crónicas, los cinco muchachos de antes que sí usaban gomina seguimos vivos y con el deseo latente de volver a tocar las vejeces que trotaron a la par de los romances de barrio y sueños que la vida rompió sin que se destruyera la vida misma. Ninguno alcanzó la fama pero tampoco la desvergüenza de la miseria. Sólo Javier Duque, el guitarrista, y yo seguimos en la lucha por mejores acordes, aunque distantes por nuestras miradas particulares sobre la vida y cuanto nos rodea. Él, austero, previsivo en exceso, rodeado de un centenar de instrumentos acumulados durante años, y en un todo contrapuesto a mi sobregirado goce de cigarra.

  

 

 

 

 

 

1965. Ritmo Juventud en Ibagué

 

 

 

 

Las páginas cerradas de un libro abierto

Helio Fabio Muñoz, luego de graduarse como técnico en motores del ITI de Armenia y aportar su talento a la fábrica Furesa de Coltejer en Medellín, regresó al Quindío y durante cincuenta años no ha acariciado instrumento alguno. Antonio Botero cambió el canto por un justificado empleo en Bavaria. Jairo Rey Valencia, percusionista de entonces, panadero por tradición familiar y el más gocetas de nosotros, vivió su indisciplina en la descoñetada República Boliviariana adyacente, donde tuvo una pastelería y no ha querido renunciar al aprendizaje del acordeón. Hebert García Cruz, timbalero de entonces, es licenciado en Química de la Universidad del Quindío y allí fue después profesor. Lleva una descomplicada existencia de pensionado y finquero improductivo. Las páginas de la añosa “música movida” se cerraron años después, cuando me lancé de cabeza a chapucear en el océano del tango desde 1979 con el amado desvelo vigente: Los Muchachos de Antes.

De la cometa de ayer a los sombríos tiempos de peste y facismo.

Post scriptum: En 2016, cuando escribí la anterior parrafada autobiográfica, nadie en el mundo presentía la peste que constreñidos vivimos.. Y ahora, preso en este sombrío gueto llamado Colombia, cuando la dictadura civil va cuesta arriba en el camino de la historia de nuestras penurias, me sobreviene la nostalgia, poética trampa garcíamarquiana. Pero, ¿cómo no? , si Noemy Marulanda, mi madre, la joven colada en las fotos de Ritmo Juventud, murió hace trece días, si Helio Fabio Muñoz, a quien la pobreza del grupo convirtió en Luthier, sostiene una lucha contra otro más de sus achaques, si a Javier Duque el miedo a morir en la pobreza no le ha permitido vivir sus logros… En fin, si todos los sardinos soñadores de entonces ahora estamos en la sala de audiencias de la vida, expectantes ante el fallo de última instancia donde nuestros setenteros abriles son delictuosos agravantes… ¿Qué será, será?

Septiembre 25 de 2020

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