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Columnistas  |  27 septiembre de 2020  |  12:00 AM |  Escrito por: Faber Bedoya

CUANTA FALTA NOS HACE LA LEALTAD DE ANTAÑO

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Faber Bedoya

Por Fáber Bedoya Cadena.

Nosotros, los de modelo antiguo y clásico, tuvimos la oportunidad de crecer en medio del respeto y el cumplimiento por la palabra empeñada. El señor de la compra de café nos prestaba la plata para pagar los trabajadores y “con la cosecha arreglamos”. Desde luego que anotaba en un cuaderno. El tendero nos fiaba, y me lo “anota por favor”. Muchas veces lo hacían “con tenedor”, como decíamos. Pero creíamos los unos en los otros. Los papeles eran pocos.

La honradez era la nota predominante. Ser honrado era una marca de fábrica. Las familias eran honradas por tradición. Un estilo de vida. Integridad en el obrar. Transparencia en las actuaciones. Apegados a la verdad. No podíamos decir mentiras. Siempre nos cogían. Cuando nos volábamos de la escuela para la quebrada de hojas anchas, siempre había alguien que contaba. “primero cae un mentiroso que un cojo” eso lo vivimos en carne propia, infinidad de veces. Era mejor la verdad. Nada de verdades a medias o mentiras piadosas. La correa, o la chancla, eran el polígrafo de antes. “Ande con la verdad, mijo y verá cómo le va de bien en la vida”. Hable de frente. Con la frente en alto.

Aprendimos a aceptar las equivocaciones y errores sin culpar a los demás. Reconocer los méritos ajenos. Modestia con los propios. A decirle al otro, verdades sin ofenderlo y aceptar cuando nos las decían. Conocer limitaciones y respetarlas. La honestidad y la sinceridad eran compañeras de estudio y de la vida. Acatar órdenes, muchas veces antes de terminar de decirlo, ya lo estábamos haciendo. “Si señor, o señora”. Obedientes. Trasparentes. Sin pecados ocultos. Cumplidos en todo. La honradez era signo de igualdad. Patriarcas dignos de imitar por su rectitud en el actuar.

Crecimos siendo fieles, leales, a nuestras creencias y principios. Religiosos y políticos. Tuvimos fe y confianza en los demás, porque los demás creían en nosotros. En nuestro porta-comidas estaban con el arroz y la carne, la decencia, el decoro, la integridad, la rectitud y la honradez.

Desde luego que existieron las excepciones. Los engaños y las trapisondas existen desde tiempos inmemoriales. Bíblicos. Nacieron con el hombre. Pero las sanciones eran muy estrictas. Sociales, morales y desde luego jurídicas. En los tiempos idos, ser deshonesto era tener todas las puertas cerradas. O tener mala fama. Hacer trampa en los negocios, hasta en los exámenes, era causal de repudio. Y se corría la voz. Hasta que se iba del pueblo. Judas, además de traidor era un ladrón. Jesucristo fue crucificado en medio de dos ladrones. Siempre han existido estas patologías sociales, pero las leyes antiguas eran menos permisivas.

Hoy mi querido, Emilio, todo ha cambiado. Pero la verdad sigue siendo la misma. La honradez y la honestidad no tienen fecha de vencimiento, de caducidad. No cambian de siglo. No admite disfraz. Aunque las componendas sean informáticas, y falten a la verdad, serán perjurio. Falsos testimonios. Ustedes, nacieron con un chip bajo el brazo y ellos reconocen, cuando se presenta, el error. El voz a voz nuestro se trasladó a las redes sociales. Pero la honradez y la honestidad tienen residencia en tu vida y en tu mente. Es necesario seguir manteniendo la frente en alto. Así sea por correo electrónico. Porque sigue siendo muy real y actual. "Ande con la verdad, mijo y verá cómo le va de bien en la vida”.

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