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Columnistas  |  30 septiembre de 2020  |  12:00 AM |  Escrito por: ÁLVARO MEJÍA MEJÍA

EL DESAPEGO A LAS COSAS MATERIALES

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ÁLVARO MEJÍA MEJÍA

Por: Álvaro Mejía Mejía

Siempre me llamó la atención la anécdota de Alejandro Magno con el filósofo cínico Diógenes. El primero, dueño del mundo conocido, un dios viviente en su tiempo. Francisco de Quevedo lo expresó, así: Ves aquí que viene a verte/el hidrópico monarca/que de bolillas de mundos/ se quiso hacer una sarta; aquel que, glotón del orbe/engulle por su garganta/ imperios, como granuja / y reinos, como migajas.

El otro, un ser desapegado de las cosas materiales, hasta el punto de que tenía por morada un tonel. Por eso, Quevedo escribió: En el retrete del mosto, /vecino de una tinaja, / filósofo vendimiado, / que para vivir te envasas.

Un día, el gran Alejandro, admirador del modesto filósofo, se paró frente a él, y le dijo: “- Diógenes pídeme lo que quieras y te lo concederé.” El poeta español lo dice en verso: Cínico amigo, lo que quisieres demanda; pide sin ton y sin son, pues que ni tañes ni bailas.

Diógenes le contestó: “- que te apartes y no me tapes el sol.” El aedo lo expresa, de manera magistral: Lo que te pido / es que, volviéndote al Asia, / el sol que no puedes darme / no me le quiten tus faldas. / "Nadie me invidia la mugre, / como a ti el oro y la plata: / en la tinaja me sobra / y en todo el mundo te falta, / "Mi hambre no cuesta vidas / al viento, al bosque o al agua; / tú, matando cuanto vive, / solo tu hambre no matas. / "Para dormir son mejores / estas yerbas que esas lanzas; / a todos mandas y a ti / tus desatinos te mandan. / "Pocos temen mis concomios, / muchos tiemblan tus escuadras: / déjame con mi barreño / y vete con tus tiaras, / "que yo, vestido de un tiesto, / doy dos higas a la Parca, / pues tengo en él sepultura, / después que palacio y capa.

Rumen de Campoamor, también lo versificó, de manera sublime: -Tendrás riquezas sin tasa, / un palacio y un dosel. / - ¿Y para qué quiero casa / más grande que este tonel?

Diógenes se dio el lujo de despreciar el ofrecimiento de Alejandro Magno, porque entendía, que aquel no tenía nada que darle. Para Diógenes las cosas verdaderamente valiosas no se compran con monedas o cosas materiales. Su forma de vida lo hacía libre de necesidades y preocupaciones, por eso no cargaba nada que no fuera vital.

Otra anécdota de Diógenes es la siguiente: se encontraba este comiendo lentejas, cuando le vio el filósofo Aristipo, quien le dijo: “-Si aprendieras a ser sumiso al rey, no tendrías que comer lentejas.” A lo que Diógenes replicó: - “Si hubieras tú aprendido a comer lentejas, no tendrías que adular al rey.” (Tomado del portal: www.anecdonet.com)

La vida es corta, y nada de lo que acumulemos nos servirá, después de la muerte. Por eso, una canción popular dice, con mucho sentido: en el fondo de la fosa llevaremos la misma vestidura.

Ahora, mientras vivamos podemos disfrutar de las cosas, que nos hacen más grata la existencia. No es necesario llegar a los extremos de los cínicos y estoicos, pero sí evitar el apego exagerado. Nuestra vida se enriquece, cuando somos generosos con los demás y con nosotros mismos. Esa es la diferencia entre la grandeza y la mezquindad.

Estas reflexiones me recuerdan a un personaje avaro de apellido Cano. Su hijo vivió varios años en Europa. Desde allí enviaba, semanalmente, artículos para un periódico local. Su columna se titulaba Crónicas desde Europa. Cuando regresó al país vivió en la casa de su padre, que sufría de una enfermedad terminal. El señor Cano, padre, había enterrado todos sus ahorros, que no eran pocos, junto a un árbol del patio de su casa. Un día, su hijo halló el dinero y lo tomó para sí. En su proceso de agonía, el señor Cano sacó fuerzas para ir al patio, donde descubrió, que ya no estaba el dinero. Me contó un amigo, que el viejo pronunciaba sin cesar, desde lo más profundo de su alma, y con voz lastimera: ¡Ay!, mi plata... ¡Ay!, mi plata... Y esas, además, fueron sus últimas palabras... A esto me refiero, cuando digo que no vale apegarse, de manera exagerada, a las cosas materiales.

Años atrás se descubrió que el banquero Luis Valls tenía leucemia. Éste redactó su última voluntad: “Lo que tengo, quemadlo: no vale nada.” (anécdota tomada del portal de internet: www.anecdonet.com)

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