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Columnistas  |  01 octubre de 2020  |  12:00 AM |  Escrito por: Jairo H. Londoño

AQUELLOS CAMINOS DE ARRIEROS

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Jairo H. Londoño

Por Jairo H. Londoño Franco

Cuando no existían los caminos, un quijote montañero marcó un sendero en el bosque para volver en enero, a recoger su familia, la selva reclamó su espacio y lo borró como macho, el hombre perdió su huella y nunca regresó al rancho, por más que se dio su maña, como ese perro andariego que se tragó la montaña.

Los caminos se hicieron así como los cantó Machado, en España: "Al andar se hace camino y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar". El poeta pereirano Luis Carlos González, nos dibujó "los caminos de Caldas, por dónde llegaron las esperanzas de caucanos y vallunos, de tolimenses y paisas, jadeantes los caminos por las sierras de mi Caldas. Son machetazos de hombría sobre carne de barrancas, añorando mansa fuga de bueyes, mulas, enjalmas y ariscas coplas de arrieros que amaron mozas y santas". Los antiguos caminos reales fueron construidos por las tribus indígenas para comunicar a sus poblados, ellos conocían los pasos menos empinados para cruzar las cordilleras y vadear los ríos, aprovechar el árbol caído sobre las dos orillas para usarlo como puente.

Durante la conquista se ampliaron los caminos convirtiéndolos en una gran red de ingeniería española. Las poblaciones de Pensilvania, San Feliz, la Merced, Marulanda, San Nicolás ( Arma), Aguadas, Pacora, Salamina, Aranzazu, fueron fundados a la orilla del camino real que serpenteaba por las crestas de la cordillera central y comunicaba a la capitales de los estados soberanos de Cauca y Antioquia; Riosucio, Quinchía y Santana de los caballeros (Anserma) en los filos de la cordillera occidental dónde se bifurcaban para llegar a Belén, Villa de las cáscaras (Apia), Santuario, Balboa y El Águila, El Cairo, Restrepo, Cali y Popayán o la ruta de San Joaquin (Risaralda), Miravalle,(San José), (La Soledad), (Belalcázar) La Virginia, Marsella, Pereira ,Santa Rosa, San Francisco (Chinchiná) y Manizales o al Quindío, Filandia, Alcalá, Quimbaya, Montenegro, Armenia, Calarcá, Pijao y Génova.

"Sobre su lomo bermejo los hidalgos de mi raza, tatuaron más herraduras, que el Quijote de la Mancha y alentaron sus orillas bravas fondas y posadas, donde fue huésped nocturno San Sebastian de las gracias".

Por estos caminos arriaron nuestros ancestros sus mulas y bueyes, muchos de ellos desde niños pegados a la cola de la mula más mansa para no quedarse rezagados. El camino está lleno de leyendas, historias y cuentos que encuentra en el arriero a su mejor discípulo, sabe escuchar y aprende a compartir con sus vecinos que son todos los que viven a orillas de su camino, es amigo de otros arrieros y se saben las historias de más caminos que nunca visitaron en Antioquia. Unos a pie otros de a caballo y los demás azuzando las mulas cargadas de herramientas, mercancías y café, papas de San Feliz, avíos, cobijas de Marulanda, esteras de iraca, las mujeres al lomo, los niños en canastos, la máquina de coser a un lado y al otro la de despulpar el café, el cuadro del Sagrado Corazón, la paila y la bacinilla, el tiple y las maracas, un viejo cancionero y el almanaque Bristol, el pilón de piedra y la manija de Guayacán amarillo.

"Alegre cantando monos, sigue su marcha el arriero, camino de la quebrada que queda abajo del pueblo. Rita que canta aporreando su ropa en el lavadero, oye sonar las albercas del otro lado del cerco, deja de lavar y fija sus ojos en el mancebo, ¡caramba Rita, que ojitos! ¡Caramba que zalamero! Saludes a la montaña, a las muchachas de Pedro, con su fingido Donaire, vuelve Rita al lavadero". (Epifanio Mejía).

El arriero tiene amigas, novias y mozas en el camino, hace una pausa en la ruta para saludar y enamorarlas, es amigo de los perros de vecindarios lejanos, con un terrón de panela les demuestra su cariño, canta coplas, juega cartas en las fondas y en los pueblos, un paquete de tabacos y una yesca con la piedra y el sombrero lo acompañan desde siempre y cuando trepa a los cerros bien cerquita del nevado, le grita al Dios de los cielos: "te espero en este diciembre, pa' que comamos natilla, con buñuelos y Melado".

Te lo cuento porque sé que te gusta nuestra historia.

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