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Columnistas  |  17 octubre de 2020  |  12:00 AM |  Escrito por: Libaniel Marulanda

DIATRIBA MÍNIMA CONTRA EL ARTE CONCEPTUAL

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Libaniel Marulanda

DIATRIBA MÍNIMA CONTRA EL ARTE CONCEPTUAL

Por Libaniel Marulanda

Cuando mis amigos de la orilla opuesta, los artistas seguidores de la onda conceptual, me lean, de inmediato responderán que esta nota demuestra una inocultable incultura, un deplorable estatus de pelagatos que comparto con la inmensa mayoría de la población pobre, atrasada, intransigente y desinformada. Y sí, tienen razón, porque el tipo de arte al que le han prendido sus velas no ha conseguido permearnos, por más de que lo endominguen de exclusivo, coctelero y sofisticado. Es que estas cosas para intelectuales son intrincadas, vea usted. Prefiero pasar por bruto antes que por pedante. Por eso creo que vale la pena referir aquí unos cuantos episodios sobre el arte conceptual.

La fuente, de Marcel Duchamp, 1917

La presentación en sociedad de esta corriente estuvo a cargo de Marcel Duchamp, en 1917, en una exposición. La obra de arte era ni más ni menos que un orinal de porcelana, “como una manera de cuestionar la naturaleza del arte”. La carreta intelectualosa para darle aire a lo conceptual puede resumirse en que lo que vale es la misma carreta que se eche acerca del objeto presuntamente artístico. Es decir, que equivale a tratar de demostrar que una vomitada en medio de una fiesta es artística si el artista vomitador dice que lo es.

En 1958, el francés Yves Klein realizó una publicitada exhibición llamada El vacío. La cosa le resultó más fácil que cargar orinales: Dijo a la prensa, críticos de arte y a su combo de boquiabiertos diletantes que las pinturas hechas por él eran invisibles y en demostración exhibió un salón vacío. Como ven, lo conceptual es muy difícil y sus cultores se desvelan y trabajan como esclavos.

El vacío, exposición de Yves Klein, 1958

Atérrense con otro momento brillantísimo del arte conceptual: El músico norteamericano y cultor de la onda Zen, John Cage, compuso en 1952 una obra musical como para desbaratarle los dedos a un pianista: Cuatro treinta y tres. Esta paradigmática obra musical se compone de tres movimientos. Para interpretarla el músico debe guardar silencio durante cuatro minutos y treinta y tres segundos. A pesar de no saber gramática musical, hace años lo estoy aprendiendo de oído pero dicen los entendidos que me falta énfasis interpretativo y que la artritis que padezco puede deslucir el concierto. Aquí puede “oír y disfrutar esta obra”:

Como es frecuente en la vida de los curiosos, la información que se recopila termina por envolver al investigador y arrastrarlo al remolino de lo investigado. A mis compañeros de dinosauriedad artística les recomiendo mirar lo conceptual como remedio salvador o por lo menos final decoroso para nuestro gordo expediente de fracasos estéticos. En lo personal he sido motivado por otros episodios conceptualistas como los siguientes:

Si Piero Manzoni en 1961 realizó una exhibición, Mierda de artista, puso en venta unas latas que decían contener su acreditada deyección, cuyo precio estaba tasado en oro de acuerdo al peso. Si también vendió su halitosis en globos y cobró por autografiar cuerpos de diletantes al declararlos obras vivientes, ¿por qué los artistas vaciados del Quindío no podemos hacerlo?

Para los descreídos, aquellos que no confían en la capacidad del artista colombiano, he aquí otro ejemplo aún más contundente:

Fernando Pertuz se lució en el Festival de Performance de Cali, el 17 de diciembre de 1997: Cagó ante el admirado público, hizo emparedados, se los comió y legó para la historia del arte conceptual de la patria su monumental e imbatible performance Indiferencia. ¿Lo dudan? Búsquenlo en el siguiente vínculo:

Claro que en cierta medida la situación, antes de la peste, en la peste y después de la peste, nos ha obligado en Colombia a nutrirnos de igual manera pero gratis y sin publicidad ni crítica especializada.

Nota del autor: Este texto fue publicado en el libro Momentos memorables de militancia musical, Bbiblioteca de Autores Quindianos, 2016.

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