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Cultura  |  07 noviembre de 2020  |  12:02 AM |  Escrito por: Edición web

Nelson Osorio Marín, el poeta de los años inmensos

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Por Libaniel Marulanda

Recuerdas hermano que nos marginaron

por creer despiertos en el hombre nuevo

por ser los espejos del gran desconcierto

y por romperle el cuello a la indiferencia.

Recuerdas hermano cafetín y entrega

y viendo a Colombia tras muchas cervezas

y en un rojo trasfondo de frases y emblemas

oro, negro y tinto eran nuestra mezcla.

Recuerdas hermano...

(Los años inmensos, grabado por Ana y Jaime)

Aunque el agua de Calarcá ahora está contaminada por los constructores del túnel de La Línea, un manoseado embuste parroquial, que se graduará de mito, la señala como causa de la superpoblación de poetas. Nadie ha elaborado un cálculo creíble sobre el número de versificadores por metro cuadrado, pero la reiteración de esta falacia sirve para la quimérica pretensión de atraer el turismo a Calarcá, un municipio que poco tiene que mostrarles a los forasteros, a diferencia de las otras poblaciones del Quindío. Algunas vallas y promociones oficiales describen al pueblo como cuna de poetas y antena cultural quindiana. La millonaria repetición de una mentira se volverá verdad, tal como sucedió con la fama de las pereiranas. Pero a la hora del té, apenas dos o tres nombres se escapan del anonimato nacional. Siempre habrá que comenzar la lista por Luis Vidales, punto aparte en la lírica del siglo veinte .

Cuando se pronuncia el nombre de Nelson Osorio Marín, tanto en el Quindío como en el resto del país, en unos y otros aparece una mueca que traduce: Y ese, ¿quién es? Y ahí es donde aquellos que conocen y admiran su poesía y su paso por la historia de los años sesenta deben mencionar la música social, la que cantaron Ana y Jaime, Arnulfo Briceño, Eliana, Norman y Darío, los Hermanos Escamilla y muchos más. Entre sus letras, en la memoria colectiva suena siempre, de primera, Ricardo Semillas. Incluso en esta última década, cuando el país le expidió salvoconducto a la extrema derecha, todavía sobreviven esta y otras creaciones suyas. El importaculismo o la ignorancia política de mucha gente permite que, saltando la cerca generacional o ideológica, se oiga cantar una canción sobre la que gravitan dos pecados: ser un bambuco y, encima, tener inequívoco sabor de insurgencia militante.

Recién comenzaba a navegar por la década de los setenta cuando mi generación se cortó el cordón umbilical del bipartidismo frentenacionalista. Y aunque teníamos que buscar las sombras y pliegues que nos ofrecían los bares o las reuniones en nuestras casas, por pavor al estado de sitio, terminamos por meter pies, manos y corazón en las vertientes de la ideología subversiva. El final de los años sesenta y desde el comienzo de los setenta resultó pródigo en sucesos que amantaron nuestros ímpetus políticos. El mayo francés pudo ser el prólogo de aquello que llamaron los prochinos “un gran desorden bajo los cielos”. Aunque distantes en apariencia, el peace and love, con la yerba por símbolo y el auge de la ideología izquierdista, cubrieron, cuestionaron y le movieron la silla a las viejas ideas; a ese imperturbable más de lo mismo. La rebeldía tuvo entonces cultores en las diversas clases colombianas.

Don Arturo Osorio Vásquez, casado con doña Laura Marín Ocampo, llegó a vivir a Calarcá a finales de los años treinta, en calidad de Inspector de Rentas Departamentales. En este pueblo nacieron cuatro de sus ocho hijos: Nelson, el mayor, Jorge, Fanny y Dory. En la descendencia de los Osorio Marín hubo estricta paridad geográfica porque los otros cuatro hermanos, Mario, César, Ruby y Laura Inés, nacieron en Pereira, en una casa septagenaria cercana al centro, que fue vendida hace pocos años porque resultaba enorme para las dos hermanas que entonces la habitaban. Cuando Nelson estudiaba en la Universidad Nacional se casó con Marina Velásquez, una abogada con quien tuvo a Sergio Fernando, su primer hijo y heredero del gusto por la pantalla chica. El primogénito fue el director de la serie A corazón abierto, emitida por RCN en 2010 - 2011, ganadora del premio India Catalina en varias modalidades.

La música sesentera, al final de la década, recibió una transfusión venturosa y oportuna. La influencia de los sacudones políticos y sociales en la creación artística, de la mano del comercio fonográfico que le hinca los colmillos a cuanto suceso sea explotable en términos de mercado, propició un boom de la canción protesta. El género de la balada romántica pasó la década sin cambios en su estructura y dominó el panorama del espectáculo. Con el ascenso de las luchas sociales de los campesinos, la clase obrera sindicalizada y los estudiantes, músicos y artistas en general pusieron bajo su mirada el nuevo giro de la historia. Latinoamérica comenzó a transitar la nueva década entre canciones revolucionarias. De manera abierta o clandestina, desde Chile hasta Méjico iban y venían nuevas melodías o viejas tonadas que se reacomodaban a las circunstancias particulares, como La tortilla, famoso vals, supérstite de la lucha republicana española.

En 1963, Nelson ya estaba instalado en el salón de las letras colombianas con su libro de poemas Cada hombre es un camino, de editorial Celza de Bogotá. Según el escritor y médico pereirano Juan Guillermo Álvarez Ríos, ese poemario “recuerda a Luis Fernando Mejía, a Neruda y tiene la ironía nadaísta sin su sarcasmo”. En aquellos años de su irrupción editorial, según refiere Laura Inés, su hermana, Nelson Osorio trabajó como visitador médico de la transnacional Merck Sharp & Dohme en Pereira. Los hijos del segundo matrimonio son Nelson Alejandro y Violeta. Nelson tenía 4 años cuando murió su padre, en 1997. Violeta es actriz, vive en Argentina, y es imposible contactarse con ella a pesar de la facilidad que ofrecen las redes sociales. Durante esa época, cuando el poeta se vivía a Pereira, una frase de Camilo Torres alimentaba el febril sarampión revolucionario: “Las vías legales están agotadas”.

En el corazón y la mesa de la familia Osorio Marín los temas políticos y el fervor por unas ideas que sacudían los cimientos de una sociedad que recién estaba saliendo de la Violencia liberal - conservadora, debieron tener la cotidianidad del café. Cuando aún no era todavía perceptible del todo la ruptura chino - soviética que convulsionó el campo socialista, tanto Mario como Nelson fueron militantes del Partido Comunista Colombiano. Este hermano, tan cercano en lo generacional y por completo afín en lo ideológico, se casó con Constanza Vieira, hija del vitalicio secretario del Partido Comunista Colombiano, Gilberto Vieira. Es decir, logró conciliar lo contestatario con lo romántico. Aunque al principio caminó por la misma acera que su hermano el poeta publicista, años más tarde, cuando nació el M-19, no quiso participar de aquello que consideró una peligrosa aventura política que sedujo a la generación que vivió el fraude electoral de 1970.

¿Dónde estaba parado Nelson Osorio cuando surgieron las canciones y los intérpretes de su música? Si nos apoyamos en su condición de militante, resulta obvio que recibía a manotadas la influencia política y cultural de sus pares en el continente, con Cuba y Carlos Puebla a la cabeza, lo que debe sumarse a la creación del cancionero social de los países del sur, donde es forzoso mencionar a Atahualpa Yupanqui, Alfredo Zitarrosa, Daniel Viglietti, los hermanos Jara, Violeta Parra o los venezolanos Alí Primera y Manuel Jota Laroche. Colombia, para entonces, solo tenía en su haber el cancionero limitado de una docena de melodías como Ayer me echaron del pueblo, A la mina no voy. En realidad la canción comprometida tuvo su florescencia a la par con el movimiento estudiantil de 1971 que, justamente, coincidió con la epifanía de Nelson Osorio Marín y la oportuna irrupción de Ana y Jaime.

Las concepciones políticas se trasladaron a tarimas y escenarios, mientras que el movimiento estudiantil con sus debates, manifestaciones y asambleas fue la arena ideal para la confrontación de la estética burguesa con aquella de anhelados afectos proletarios. En la China hervía el caldo de la Revolución Cultural. Colombia, entonces, cantaba sus discordancias a tres voces caníbales que reclamaban para sí la verdad absoluta: El PCC, el Moir y el trotskismo. Y claro, los teatreros estaban en primera fila. Se cuestionaban desde los métodos de creación hasta las teorías académicas más rígidas. De esos años de discusión, dogmatismo y crítica proviene lo mejor del teatro colombiano. Lo que para el Partido Comunista era un arte revolucionario de vanguardia, para la contraparte pro china solo era una decadente estética revisionista del social imperialismo soviético. Pasados los años, el cartel y la consigna fueron derrotados y el único ganador fue el teatro mismo.

El arte revolucionario, por entonces sometido a la rigidez de cada comité central, recibió el aire fresco de la música hecha en casa. El dúo juvenil de Ana y Jaime arrolló a losdemás, de la mano del cancionero de Nelson, cuando buena parte ya poblaba sus libros. En esos días,  que él ya percibía los aromas del pastel que empezaba a cocinarse en los sótanos de la política colombiana: el regreso al poder de un dictador, primero puesto y bajado luego por los dueños del país. El auge de la izquierda corrió paralelo a la entronización de la Alianza Nacional Popular, que el 19 de abril del 70 fue víctima de un fraude electoral orquestado por el gobierno de Carlos Lleras Restrepo. Creo acertado suponer que nuestro poeta estaba a punto de desertar de la vieja corriente cuya militancia fue estigmatizada a perpetuidad con el nombre de mamertos.

La oportuna relectura de una nota que escribió Jotamario Arbeláez en El Tiempo de noviembre 17 de 1997, me ayuda a corroborar que Nelson colgó su militancia comunista por la misma razón que mueve a muchos artistas revolucionarios de todas las épocas, de todas las tendencias y todos los países, eso sí, quede claro, con notables excepciones. Y bueno, ¿cuál es la razón? Pues la rigidez del dogma, la obligada sumisión a los principios. Jotamario lo describió de un modo genial, echando mano del lunfardo: “Desencantado de la ortodoxia le sacó el orto y se fue a templar en otras aventuras libertarias donde cupiera la imaginación y cupiera el sueño”.

La rebeldía del arte frente al establecimiento también fue tocada por G. G. M., cuando dijo que él hubiera sido rebelde en cualquier sistema político y económico. Creo que la piel y el tacto de la historia es el arte.

Durante las fiestas de aniversario de Calarcá, en junio de 1984, a Nelson Osorio Marín le fue impuesta la medalla al mérito literario. Estas fueron sus palabras: Hoy sucede algo aquí con la poesía. Un reconocimiento limpio, pues nadie lo ha solicitado y ustedes lo otorgan sin contraprestaciones.

Hoy sucede, entonces, que la poesía puede hablar en prosa. La Poesía, ese juego de fantasmas que se nos deslizan por la mano hasta quedar convertidos en palabras. Palabras que pueden ser piedras sin eco si no las soltamos encadenadas a la magia. Magia total como es el primer estallido del universo, navegante del aire como el fuego, inagotable como la intensidad natural de un limón, concreta como un arma irrebatible porque no hay poesía inocente. Por eso les cuento que galardonar mi trabajo poético, además de ser un acto desinteresado, es un hecho comprometido ya que no concibo poesía que no subvierta la tristeza, el amor de pacotilla, las vacas profanas y sagradas, la música de escaparate, la mentira frentera o maquillada, el sol racionado y todos los etcéteras que nos rodean, visibles o invisibles. No imagino poesía que no se meta en el tuétano de la vida y enfrente allí donde la muerte, momentánea o definitiva, aparezca con sus millones de caretas. Y es que la poesía odia o ama como cualquiera de nosotros, persigue un buen libro para gozarlo letra a letra, come algodón de azúcar en los parques, va a la guerra tarareando una salsa como himno, grita el sol de su equipo del alma, milita en la fantasía, inventa volcanes para rugir al silencio borrego y el miedo obligatorio.

Vista así y sentida así la poesía, cuando yo digo que el nuestro es un país de poetas me refiero a un […] pueblo inagotablemente creativo y cojonudamente bello en las buenas y en las malas… y esto sin nombrar a los poetas y artistas que figuran en mi subjetiva escala de valores. Y como la poesía es, en resumen, historia viva en carne viva, futuro desde hoy, presente que se mueve, quiero, para terminar, pedirles un favor: que este reconocimiento que hacen ustedes de la mía, sea también una exaltación extensiva a la paz. Sí, subrayo, ni más faltaba, pues poesía y mordaza nunca riman, que paz no es solo enmudecer fusiles. Es destripar los perros del hambre, mandar al carajo el desempleo. Pegarle un tiro a la insalubridad, encarcelar en el limbo la ignorancia. Por una paz así es que mi poesía ha librado desde siempre su propia y pequeña guerra, conmigo y mi gaviota a bordo. Hasta el final de mis estrellas, muchas gracias.

El homenaje (realizado en 2001, en Armenia)

Si Luis Vidales puso a sonar los timbres de la nueva poesía en los albores del siglo que recién agonizó, Nelson Osorio Marín —calarqueño él también— puso sus poemas a cantar de pie con el puño en alto, durante la década de los setenta, en una Colombia cuya juventud soñaba y luchaba por una igualdad social.

Sin duda fue Nelson Osorio Marín el exponente mayor de una canción que se empina por encima del canto paisajero que bosteza su indiferencia ante la historia, para mirar, crítico, desde la marginalidad hacia el hombre y la inequidad, el conflicto y nuestro país.

Pasados cuatro años de su muerte, acaecida en Bogotá, justo en el mes de noviembre que la patria consagra a las reinas y monarquía de la silicona, nos rehusamos al olvido e insolidaridad con su vida y su obra. Porque, recordando a Silvio Rodríguez, es preciso que la guitarra pida la palabra.

Este es la razón del Primer encuentro de la canción en contravía, que habrá de llevar siempre su nombre y lo que representó y pervivirá de su obra (1).

(1) Tomado del programa de mano del Primer Encuentro Nacional de la Canción en Contravía “Nelson Osorio Marín”, realizado

en 2001 en el Centro de Documentación Musical de Armenia, de un texto del autor.

Cuando comencé a escribir la presente crónica disponía de semanas y semanas para conseguir un digno respaldo documental. Me vi frente a tres libros de poemas y una docena de discos de larga duración; pero en lo bibliobiográfico, poco o nada. Eso sí, las visitas a Pereira fueron decisivas porque pude hablar con su hermana, Laura Inés, quien estuvo más ligada a Nelson cuando los dos trabajaron en Bogotá con la firma Tevecine. Luego, gracias a ella, pude establecer contacto con su hermano Mario, igual que con Sergio, su hijo. Al cabo de meses de tratar de dialogar con Violeta, la hija que vive en Buenos Aires, el correo electrónico me trajo una amable nota suya. Supe que ella hizo del teatro, la maternidad y el feminismo, una causa y razón de existencia. Pero hasta ahí llegó nuestra comunicación por Internet. Los años inmensos del poeta seguían oscuros para mí.

Me debatía entre la vergüenza y la frustración por mi incapacidad de avanzar en la tarea cuando aparecieron dos personajes calarqueños, contemporáneos de Nelson. El primero, Óscar Jiménez Leal, un revoltoso muchacho de los tiempos del MRL, y ahora un apacible exmagistrado de la Corte Electoral, que con frecuencia quincenal se evade del infierno bogotano y viene a La Villa de Vidales. Pues bien, Óscar me puso en la senda correcta y por fin pude conocer al otro personaje, clave en el aspecto laboral durante los últimos años del poeta publicista: Jorge Ospina Cantor, un abogado de la Universidad Nacional del año 63 y que estuvo vinculado a la misma como director de Bienestar Universitario hasta cuando el presidente Lleras Restrepo ordenó que fuera invitado a renunciar, como represalia por el soberbio mitin que le armó el estudiantado cuando quiso visitar la universidad acompañado de Rockefeller. Nacía la insurrección actual.

Jorge Ospina se vinculó a la cadena Caracol como secretario general. Fernando Londoño Henao, gerente general, decidió luego ponerlo a aprender los tejemanejes de la televisión, cuando Inravisión le concedió a Caracol 45 horas de programación. Esta circunstancia lo convirtió en fundador, como también lo fue de Colombiana de Televisión y Coestrellas. A finales de 1985, fundó Tevecine, otra programadora histórica. Desde esos días Nelson comenzó a laborar como asistente, supervisor de textos y hombre de confianza de Jorge Ospina y allí permaneció hasta su muerte, el 7 de noviembre de 1997. La llegada del publicista a la televisión coincide con los primeros pasos en las negociaciones de paz del M-19 con el gobierno, luego de la toma del Palacio de Justicia, en noviembre 6 de 1985, durante el período de Belisario Betancur, aunque en el curso de las negociaciones se dieron varias rupturas y solo hubo desmovilización en 1990. Nelson también realizó trabajos como creativo de Leo Burnet y la firma ARVA de Julián Arango (padre). A ese período televisivo corresponden las series Romeo y buseta, La posada, Pecado Santo y El Cristo de espaldas. Son numerosas las anécdotas de su paso por Tevecine,y Jorge Ospina recuerda cómo el poeta faltaba con frecuencia a la programadora con los pretextos menos originales y más repetidos. Sergio, su hijo, mensualmente se quebraba un hueso y su señora madre, falleció varias veces. Pero, en opinión de su jefe de entonces, el publicista no dedicaba el tiempo capado al trabajo a nada distinto de la bohemia pura, como todo un señor poeta, intelectual contestatario y miembro activo de un círculo bautizado como publipoetas, del que hacían parte William Ospina, Fernando Herrera y Jotamario Arbeláez, el último nadaísta, quien escribió un tragicómico obituario.

Pese a que las voladas de Nelson y sus excusas pertenecían ya a lo agendado por Jorge Ospina, el publipoeta se ausentó por más de una semana de la programadora. El país otra vez respiraba zozobra por los poros. Luego de varios intentos, el M-19 firmó la paz definitiva el 9 de marzo de 1990 y se lanzó a la arena política como partido, como Alianza Democrática M-19. Carlos Pizarro Leongómez se consolidó como el candidato con mayor ángel entre la población colombiana. Y en esa proyección de su imagen estuvo la bendición mediática de Nelson Osorio Marín. Esta vez la desaparición tuvo una excusa fundamentada: acompañado de un equipo completo de grabación y asesores, estuvo en las montañas del Caucarealizando las tomas, registros, gestualidad y hasta escogencia del sombrero apropiado. Su trabajo consiguió acaparar las simpatías hacia quien habría de pasar a la historia como el Comandante Papito.

Nelson, en un hecho ignorado, hizo la campaña publicitaria de mayor dimensión histórica del país. Recuérdese la expectativa que produjeron los avisos en la prensa, como aquel de “¿Parásitos… gusanos? Espere M-19”. O este otro: “¿Decaimiento… falta de memoria? Espere M-19”. La campaña de lanzamiento de la candidatura de Carlos Pizarro, diferente por cuanto se hizo dentro de la legalidad democrática, tuvo tanto éxito que contribuyó a que las fuerzas oscuras del establecimiento, con el DAS incluido, ordenaran el asesinato del líder guerrillero el 26 de abril de 1990, 46 días después de la entrega de armas realizada en el municipio de El Hobo, Huila, el 9 de marzo de 1990. Los calarqueños, hoy 23 años después de su muerte desconocen quién fue este personaje que, a mi juicio, es después de Luis Vidales, el mayor poeta que ha dado su pueblo natal, dada su trascendencia en la historia nacional.

En compañía del escritor Carlos Alberto Castrillón, reconocido crítico literario y docente del programa de Literatura de la Universidad del Quindío, decidimos asumir la obligación de hacer visible en la región la vida y obra poética de un artista que dentro de nuestra parroquia se quisiera marginar. Mediante un proceso investigativo y de selección y tras obtener de parte de Mario Osorio Marín, su hermano, un aporte mayor a cincuenta poemas inéditos, conseguimos que la Biblioteca de Autores Quindianos editara en su colección un libro de Nelson bajo el título: “Alguien recogerá mis remos” (poesía reunida), en agosto de 2017. El poemario tuvo una edición limitada si sopesamos su contenido e importancia en todos los términos, y por esa razón considero un deber editorial compartir su PDF en las redes sociales. Creo, al menos, que eso hubiese deseado quien luchó por el arte y la cultura dentro del ámbito popular.

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