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Columnistas  |  21 noviembre de 2020  |  12:01 AM |  Escrito por: Libaniel Marulanda

Notas desafinadas para un bambucario

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Libaniel Marulanda

Notas desafinadas para un bambucario

Primera parte

Por Libaniel Marulanda

No es un tema que desvele al público y menos que se debata en los escenarios propicios: la verdadera situación de la música colombiana del interior, entendiéndose como interior la zona andina. La sola enunciación de una música andina implica la existencia de otra con la que tiene pocas cosas en común, salvo su nacionalidad. Una y otra tienen con suficiencia los elementos que las hacen diferentes. Como toda expresión del arte ofrece la posibilidad de abordar su comprensión a la luz de la economía, la política y la geografía. Las presentes reflexiones pretenden inscribirse dentro del campo de lo andino sin evadir, desde luego, la discusión con lo atinente a la música costeña, sea del Pacífico o del Atlántico. A los factores que determinan la diferencia de una y otra expresión folclórica habría que sumarle cuestiones raciales, si a estas alturas del paseo aún se puede hablar de razas.

Dos ritmos de distinta procedencia y coloración de piel se han disputado el podio de la música nacional colombiana: El bambuco y la cumbia. Escritos en compases diferentes, cada uno tiene su parentela. Es claro que no son otra cosa que el resultado de la mezcla de lo indígena con lo español y lo afro. Y aquí surge un primer punto de discusión en cuanto al origen: ¿La expresión bambuco es criolla? ¿Indígena? ¿O, más bien, africana, de Bambuk? Si el lector se remite a oír sin prejuicios la música del Pacífico, como el currulao, es posible que le otorgue el sello de afrodescendiente al ritmo nacional que por diversas causas y a través del tiempo la sociedad colombiana ha blanqueado. El caso es comparable con uno de los géneros músico-culturales de mayor difusión mundial: el tango. Africano de origen y luego decolorado en su posterior desarrollo y expansión planetaria.

El bambuco, suprema expresión de lo andino, no mueve la aguja al dial. La radio colombiana, al ignorarlo, lo convirtió en un producto out, como los calzoncillos largos. A la juventud de este siglo nada le dice porque no es comercial y aquello que no produzca plata las emisoras no lo suenan. A los mayores parece resbalarle, salvo que haya copas y un ambiente nostálgico. El catálogo bambuquero estuvo nutrido con la poesía de muchos y buenos cultores. Aunque hubo algunos intentos de resurrección en los años setenta por causas políticas como las luchas contra las dictaduras de América Latina y la puesta en escena de un cancionero contestatario con formatos folclóricos, el bambuco y lo andino quedaron convertidos en piezas de museo. ¿Lo duda? Explore el dial y hablamos: solo las emisoras culturales sostenidas por el Estado y sujetas a la legislación radial siguen emitiendo bambucos y música andina.

La época de oro del bambuco fue consecuencia de la entrada de la radio al país. Sin excepción, la música de aquí y de allá, toda de impecable factura, alimentaba aquellos memorables “días de radio”. Las emisoras tenían radioteatros. Algunos con condiciones tan buenas que era posible realizar grabaciones profesionales en ellas. Radio Progreso de La Habana y la Sonora Matancera lo corroboran. En el país, distintas y sutiles formas regionales de cantar bambucos convivían sin que el grueso de público lo discriminara. Así, los recios duetos antioqueños, como Obdulio y Julián o la clara sencillez de Garzón y Collazos, dejaron su impronta. Durante los años cincuenta, solistas de hondo arraigo como Lucho Ramírez, Víctor Hugo Ayala y Carlos Julio Ramírez, contribuyeron a que el bambuco se vistiera con el traje de arreglos orquestales. Resulta extraña y memorable la incursión del trío Los Panchos con su limpia versión de Antioqueñita.

Como ya se había anotado, el entorno sociopolítico de Latinoamérica, desde la revolución cubana hasta el golpe de Pinochet, fortaleció la mirada benévola de un sector amplio de las vertientes de la izquierda militante. El folclor que yacía sobre la lona tomó un segundo aire ante el campanazo de la rebeldía. Por un momento, incluso, llegaron a coexistir lo andino con lo urbano en una suerte de sincretismo inusual. En el interior de la izquierda bien pronto se delimitaron las preferencias entre lo urbano y lo rural. Lo andino fue etiquetado como triste, quejumbroso y de rezagos feudales, mientras lo ciudadano debía ser alegre y triunfalista. Hasta el terreno de la música llegaron las tendencias de una juventud recién contagiada del sarampión revolucionario. El Partido Comunista amaba el folclor sureño mientras deliraba con Carlos Puebla. El Moir debatió lo del folclor, lo arrinconó y otorgó sus complacencias a la salsa.

La historia de las canciones no suele ser precisa en cuanto al registro de nacimiento. Es corriente que una canción se escriba y se grabe en una época y alcance su popularidad muchos años después. Véanse el ejemplo de los boleros Madrigal y Convergencia. Igual puede ocurrir con el cancionero colombiano. Tomando como fuente la memoria de los músicos bambuqueros podemos afirmar que los últimos que sonaron en la radio comercial pudieron ser: Yo también tuve 20 años, Hay que sacar al diablo y Muy antioqueño. Mención aparte merece una tríada inscrita en el subgénero de la canción social: ¿A quién engañas, abuelo?, Ahora sí entiendo por qué y Ricardo Semillas. Y aquí se pone sobre el tapete la insoslayable cuestión del arte por el arte versus el arte comprometido. Como músico me inclino por aquellas canciones que rebasan el costumbrismo paisajero, que problematizan la realidad y su entorno social.

José Alejandro Morales

“Cuando tuve con mi mano al patrón que castigar”

La afirmación anterior no pretende marginar la poesía vertida en cientos de bambucos ni tampoco callar ante el arte de cartel y consigna, ahíto de directrices de comité central y desprovisto de calidad literaria. Debemos llamar a escena a José Alejandro Morales, el santandereano que ocupa un privilegiado escaño en el imaginario colombiano. El vals “Pueblito viejo” con su “lunita consentida colgada del cielo como un farolito que puso mi Dios”, es prueba categórica de la poesía en función de la música popular. De su pluma y tiple es también el primer bambuco de contenido social conocido en Colombia: “Ayer me echaron del pueblo”, que cuestiona el poder terrateniente y las prerrogativas de clase. De José A. Morales son también dos bambucos: “Campesina santandereana” y el ya referido “Yo también tuve 20 años” que llegó al público como digna alternativa de “Las mañanitas mexicanas” o el inmamable “Happy Birthday” gringo.

Continuará…

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