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Cultura  |  22 noviembre de 2020  |  12:00 AM |  Escrito por: Edición web

Cuentos de domingo: una carta más de la baraja

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Auria Plaza

Mi nombre no importa, me conocen como Reina de Corazones, participaba en los torneos de bajo costo y en los que lograba ganar la entrada. Si miro hacia atrás y cómo me divertía con el póker, con las historias que se contaban en la mesa y los personajes que se conocían. Todo eso me lo quitó él. Solía decirme:

–Querida, esto de jugar es un negocio y no se mezcla el placer.

–Puede ser cierto, pero yo aprendí con mi abuelo y era pura diversión.

–Y mira a dónde llegó tu abuelo. A ninguna parte. Un perdedor.

–Pero tú mismo dijiste, cuando me conociste, que era de las pocas chicas que sabía las respuestas a todas las preguntas que se hace un jugador: las tendencias del oponente, la cantidad de dinero que tiene para jugar, el lenguaje de las manos. Me admirabas cómo memorizaba las jugadas de otros y todo eso lo aprendí del abuelo.

–Con toda esa teoría no has logrado nada ni lo vas a lograr.

Quería mostrarle que sí lo iba a conseguir y me esforcé. La seriedad con que estudiaba, si la hubiera puesto en ingeniería o medicina, me hubiera graduado con honores. Tomé clases de matemáticas, estadísticas; analizaba los juegos de la WSOP y de todos los torneos que televisaba ESPN, BBC. Mi sueño era llegar a una mesa, tenerlo sentado frente a mí y poderle ganar.

Me dediqué a jugar en el internet. Lo hacía 10 horas diarias con una disciplina que nunca puse en un trabajo. Participaba en los torneos satélites que organizaban varias salas de póker online y logré ganarme la entrada para el evento principal del Yellow River Hotel and Casino de Las Vegas, donde juegan profesionales en un torneo, cuya entrada cuesta diez mil dólares, en la modalidad de Texas Hold’em sin límite, un juego que es llamado el Cadillac del Póker.

Ya no me importaba jugar en contra de él, porque mi sueño de antes de conocerlo empezó a hacerse realidad: Era una profesional del póker, pues participar en el WSOP es lo que realmente te pone en la cúspide del mapa astral.

He hecho de todo: mesera, bailarina, croupier, cajera. Se puede decir que los casinos han sido mi vida. Desde que estuve en la inauguración de El Venetian (fui una de las jóvenes que soltaron las palomas) supe que quería ser jugadora de póker profesional.

La lucha ha sido desigual, nadie me ha tomado en serio, parece mentira que, en pleno siglo XXI, este sigue siendo un mundo machista. El único patrocinador que tuve me abandonó cuando se enamoró de otra. Las escaleras a su corazón se derrumbaron y sólo me quedó de él el apodo que me dio: reina de corazones.

Me empezó un ataque de pánico, tenía que ganarles a miles de participantes. No bastaba el conocimiento, tener control de todas las emociones era vital. Empecé a prepararme. Hacía tiempo venía posponiendo hacer el curso del Método Silva así que lo empecé, pues necesitaba más claridad mental y energía, y todas las herramientas ayudaban.

El ansiado día llegó. El día más grande de mi vida. Me tocó el grupo 1B. El salón es inmenso, tantas mesas para ubicar unos 2200 jugadores. Hay otros dos salones iguales para los grupos A y C, realmente es un espectáculo ver aquello. ¡No lo puedo creer, lo pasé! Ahora estoy en el 2A, sigo avanzando. Es un sueño hecho realidad. El proceso de estos días, la ansiedad, la falta de sueño, no me lo imaginaba. Sentir correr por tus venas la droga de la incertidumbre, las entrañas convertidas en nudos, el preguntarte ¿quedará mi piel en esta mesa? De pronto está ante ti la ¡recta final! Es el séptimo día. Quedan cuatro mesas y estaré ahí. La adrenalina de estos días no me ha permitido pensar en nada.

Estoy feliz de haberme inscrito con mi nombre real: Jennifer Rousso, la reina de corazones dejó de existir. De ahora en adelante sólo será para mí una carta más de la baraja, la que espero ver con frecuencia, pero sin asociaciones de ninguna clase. De todas maneras, me he vestido de rojo (mi color preferido) para este día, no sin antes haber pasado unas horas por el spa donde me hicieron masajes relajantes, mascarilla para el cutis, me peinaron y maquillaron.

Una última mirada al espejo, antes de salir, me devuelve a una mujer espléndida que desprende tanta seguridad que ni me reconozco. El vestido me costó una buena parte de mis ahorros, pero valía la pena. Mi cabello castaño oscuro, muy bien cepillado, cae sobre mi espalda como una cascada y mis ojos marrones tienen un brillo de felicidad que espero que las cámaras capten.

El resultado de hoy no me importa tanto como el hecho de haber llegado. El empaque exterior luce muy bien, me lo ha dicho el espejo, sin embargo, por dentro mi estómago está produciendo tantos jugos gástricos que siento el reflujo subiendo por el tallo de mi garganta, la boca amarga y seca. Tengo que controlar este deseo de vomitar. He oído decir que así se sienten los actores de teatro; también les sucede a los cantantes y luego, cuando salen al escenario, todo se olvida y se entregan a su actuación.

Me escoltan hasta la mesa. Todos los ojos puestos en mí, tanta gente mirándome, y las cámaras transmitiendo al resto del mundo. Fui la primera en llegar y las mariposas en el estómago se convirtieron en montaña rusa cuando vi que entraba Eric mi ex patrocinador y ex amante. Nos saludamos como viejos amigos, no era cosa de dar un espectáculo.

En la mesa una gran serenidad me fue invadiendo. Sólo me faltaba decir: empiece el espectáculo. Dos horas después quedábamos seis de los nueve de la mesa final. La preocupación y la relajación con la que podemos afrontar determinadas manos aumentan en función de la cantidad de dinero que nos estemos jugando. En mi caso era la primera vez en mi vida, y seguramente la última donde veía tantas fichas. Tenía un proyecto de escalera es decir un 31.5% de posibilidades de mejorar la mano entre el turn y el river, o una puerta de escape que sería el color. Normalmente no habría apostado, pero los ojos de Eric clavados en mí me regresaron a los viejos tiempos cuando creía que me amaba; me volví a sentir vulnerable. Un esfuerzo sobrehumano hizo que me recuperara a nivel emocional y estudiar fríamente mi situación. Pude ver que era una mano que se podía jugar con iniciativa, además mi entrada a las grandes ligas hizo que me arriesgara. El hecho de haber llegado hasta ese punto tenía que haber sido suficiente, no obstante, el orgullo pudo más, tenía que mostrarle a este hijo de puta que mi abuelo me había enseñado bien.

jugador profesional tiene ventaja sobre el jugador amateur y yo quería usar esa creencia a mi favor. Lo que me molestaba era la mirada sardónica de Eric como diciendo foldea. ¡Estúpido! Era un espectador. Tal vez ni siquiera había participado en el torneo. Pensarlo me arrancó una sonrisa. Yo estaba en la mesa final y él no. ¡Que se pudra! Ya en el river hice all-in, el stack era realmente grande. tamaño del pozo de fichas es importante para el desarrollo del torneo, pero también lo es la relación entre tu stack y el de los rivales en la mesa de juego. Me iba o me recuperaba. Me recuperé. Yo no me jugaba una mano, sino que quería demostrar que era profesional. póker Texas Hold´em era mi juego preferido, otras niñas jugaban a las muñecas, tenían amigos imaginarios. Mi mejor amigo era mi abuelo y las cartas.

El Caimo, noviembre 2020

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