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Cultura  |  22 noviembre de 2020  |  12:01 AM |  Escrito por: Edición web

XIX. Notas de la peste ya empezamos a cambiar…

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Por Enrique Barros Vélez

Me encontraba sentado en un rincón del balcón cuando vi que una moto estacionó frente al edificio donde vivo. La conducía un joven de bluyín y camisa de dril, chaleco y cachucha negra, y una alargada visera. De su espalda colgaba un estuche de cuero negro, con su guitarra eléctrica. Como equipaje traía una gruesa maleta de la que extrajo dos pequeños bafles y un micrófono de barra. De inmediato, con su guitarra y su voz, empezó a interpretar baladas de los años setenta. Sus cantos se escuchaban maravillosamente. Al concluir una canción daba las gracias con amabilidad, a pesar de no tener público, ni haber recibido nada. Y así llegó hasta el final de su presentación. Nadie se asomó, ni le hizo ningún regaló. Entonces el músico empezó a guardar sus cosas con evidente parsimonia, como dándonos tiempo para que reconsideráramos y fuéramos más caritativos. Cuando por fin terminó de empacar emprendió su retirada tan derrotado como yo de avergonzado. Entonces me pregunté sí habría influido el hecho de que a diario nos visitaban músicos, incluso varios en un solo día. O si esto había sido una muestra de las dificultades económicas soterrada que tendrían mis vecinos y ahora sus ahorros serían su tabla de salvación en esta pandemia y por eso habían empezado a reducir sus gastos. O era algo más dañino y perturbador: que empezábamos a creer que la pesadilla había pasado ya que la libre movilidad estaría ambientando la errónea interpretación de que ya podíamos desentendernos de algunos de los repentinos cambios, entre ellos la incipiente solidaridad con los desprotegidos, con los que están en notable desventaja en medios de vida. Cuando la realidad, en cambio, es bien distinta y muy alarmante. Nunca habíamos estado tan amenazados como ahora. El 2 de octubre un periódico local tituló que éste era “El día con mayor cantidad de contagios, 214 en el Quindío, y 3 fallecidos”, elevándose entonces a 4.366 los contagios, a 107 los decesos y a 236 los infectados entre el personal de la salud. Y algo aún más alarmante: la Organización mundial de la salud (OMS) declaró al virus como una enfermedad endémica, es decir, que por hacer parte de nuestro día a día esta amenaza viral va a empeorarse, aunque parezca estar normalizándose. Y quizás apenas nos estamos acercando al tiempo más crítico y devastador de la pandemia. Aunque estamos iniciando una nueva etapa de movilización en libertad, la amenaza y el peligro siguen creciendo, tal vez a una velocidad mayor que la de antes. Y la crisis será mayor porque las dificultades económicas empeorarán la pobreza. Por eso debemos proseguir con los actos de solidaridad con los desvalidos, sin que éstos tengan que presentarse como unos mendigos, pues tienen derecho a preservar su maltrecha dignidad. El empresario chino Jack Ma describió magistralmente las expectativas que debemos tener con la desvalida situación actual: “El 2020 es un año para mantenerse vivos. No hablen de planes o de sueños. Solo asegúrense de permanecer vivos. Si lo logran, ya estarían dando utilidades”.

erróneo triunfalismo nos ha llevado, incluso, a descartar las sencillas y necesarias expresiones de agradecimiento, y de apoyo, al personal médico. En las noches, a la hora acostumbrada, ya nadie sale a los balcones, o a las ventanas, a aplaudirlos. Ese gesto colectivo ya no está de moda, por no seguir siendo promovido desde otros países. Entonces parece no tener sentido ser parte de un grupo multitudinario que les festeje y les reconozca a los encargados de defender la vida su descomunal esfuerzo, pues este comportamiento ya no hace parte de la notoriedad fugaz que promueven las redes sociales.

Armenia, Octubre 2 de 2020

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