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Cultura  |  22 noviembre de 2020  |  12:00 AM |  Escrito por: Edición web

Cuentos de domingo: Heyzennowerth

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Heyzennowerth

Por Libaniel Marulanda

Al Grupo de Teatro Popular Esfera y los compañeros de 1971

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Para entonces la comarca florecía, a pesar del terror partidista que se agazapaba tras los palos de café, disfrazado de azul cielo o de rojo maduro. Al parecer, todo el mundo tenía finca o estaba ligado en lo laboral a alguna, y aquellos que vivíamos en el pueblo pronto empezamos a indigestarnos de clásicos griegos, de literatura francesa y, en general, de todo cuanto llegara impreso. Los hijos nacían por montones. A las buenas, con el beneplácito del Sagrado Corazón de Jesús o, de manera indeseada, con la cómplice anuencia de los espíritus malévolos que sobrealimentaban nuestra lujuria en aquellas tierras tan fértiles. Al igual que la gente de la región, sucumbimos ante el pasatiempo de buscar nombres con connotaciones ilustres, poéticas si se quiere, pero, por encima de todo, que no fueran comunes ni fáciles: la originalidad del apelativo comprometía, de entrada, el prestigio y la erudición de la familia de cada nuevo vástago.

Tres circunstancias confluyeron en el bautizo de aquel niño del matrimonio de don Jesús Londoño Ocampo y doña Josefina Botero Jaramillo: ser el primogénito de un caficultor medio rico, nacer en ese y no en otro lugar, y estar signado por la condición de sobrino de un librepensador, medio poeta y adicto lector de las Selecciones del Readers Digest. Con esta tríada de felices coincidencias, asistió en brazos de sus padres a la pila bautismal aquel cinco de junio de 1944, justo el día en que a miles de kilómetros desembarcaba el ejército aliado, en las playas de Normandía. Y su nombre, copiado en principio de Dwight Eisenhower, una vez enriquecido con la generosa licencia poética de su tío, pasó a ser EXENOBELL, y por efecto de la trascripción mecanográfica de la Fe de Bautismo al Registro civil, además de la creciente prosperidad familiar, se convirtió en HEYZENNOWERTH, por lo menos hasta que supimos de él.

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Cuentan que por última vez cantó “La Internacional”, armado de su guitarra, durante la década de los setenta. Con precisión anotemos que un 18 de marzo de 1971, día del centenario de la Comuna de París. Allí, durante el agitado Segundo Encuentro Nacional de Solidaridad Estudiantil, momentos antes de que entre el barullo perdiéramos su rastro, conoció y comprendió en una tardía instancia reveladora y tal vez epidérmica, el planteamiento sobre la caracterización del país, en labios de Jacobo Ackerman, a la sazón erigido en líder de la Universidad Nacional, y cabeza visible de las nuevas fuerzas políticas que veinte años después gobernarían el país con los mismos desastrosos resultados e idéntica inmoralidad que sus predecesores. Fue en esa tarde memorable, lluviosa y dinámica, antes de que Jacobo Ackerman anunciara que renunciaba para siempre a la militancia y dirección del Bloque Socialista para asumir una nueva militancia y una nueva responsabilidad directriz en la Juventud Comunista, cuando HEYZENNOWERTH se enteró de que la concurrencia de café colombiano a los mercados de Estados Unidos, acabó por generar un cuantioso flujo de divisas hacia el país, como lógica contraprestación capitalista dentro del engranaje implementado por el imperialismo norteamericano, de tal suerte que los campesinos de la zona cafetera lograron consolidar una auténtica clase media rural que como fuerza productiva engendró una expresión concentrada de esa coyuntura económica: su cultura del café o la grecoquimbaya.

El cauce de la vertiente dialéctica del líder bien pudo haberse desmadrado por los gritos de “¡mamerto mercenario!”,“¡sionista mercachifle!”,“¡perro trosko-revisionista renegado”… lo cierto fue que zumbó un espaldar de silla de la cafetería de la Universidad Nacional, y se desató una tormenta de charoles, cubiertos y platos sucios de comida, mientras afuera se reactivó la “Operación Platino”, a cargo de la Brigada de la Fuerza Disponible, que permanecía expectante y con hambre frente a la entrada de la calle 26. Dicen que se oyeron detonaciones. Unas, de escopetas de gases lacrimógenos; que de balas de verdad, de revólveres de inventario oficial, refieren algunos románticos. En todo caso, de ahí en adelante todo se desbordó, y el inmediato cierre de la U., las vacaciones forzosas y los años, consiguieron introducir nuestras cabezas dentro de un costal de estopa. Dicen, eso sí, que fueron más de tres los estudiantes caídos y que más de uno (¿el nuestro?) el desaparecido. Jamás pudimos avalar con nuestra fe el rumor, que durante meses vagó por la ciudad, de que regresó herido en una pierna, tiempo después de irse para el monte y como resultado de la “Operación Anorí” del ejército. Y, por supuesto, menos aún quisimos creer que se hubiera refugiado, en tales condiciones en casa de Kelvinator Duque, por aquellos días Director de Extensión Cultural de la joven y anémica universidad regional, mientras era atendido por Heidegger Peláez, Decano de Medicina, acupunturista y apóstol de la línea Pekín.-

Armenia, septiembre de 1993

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