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Columnistas  |  25 noviembre de 2020  |  12:00 AM |  Escrito por: ÁLVARO MEJÍA MEJÍA

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ÁLVARO MEJÍA MEJÍA

Por: Álvaro Mejía Mejía

estos tiempos, se proclama el ideal de “vivir el instante”. El hombre de hoy quiere borrar cada paso que transita. Busca terminar pronto lo que inicia y lograr resultados inmediatos sin grandes esfuerzos. Lo único que importa es el presente. No hay un antes ni un después.

Una idea distinta es la de vivir el momento plenamente, como “si fuera el último de nuestra existencia.” Los que piensan así, tienen conciencia de la brevedad de la vida. Pero, el ahora no se construye sin pasado y futuro.

no surgimos por generación espontánea. Hacemos parte de un largo proceso de evolución y desarrollo. Lo que tenemos ahora, lo hemos heredado y aprendido de nuestros antecesores y, así mismo, la rueda del destino continuará dando vueltas después de nuestros días. Alguien decía que debemos apreciar la tumba de nuestros mayores y ayudar a construir el porvenir de las generaciones futuras.

Sin embargo, “vivir el momento plenamente” implica no quedarnos ancados en el pasado ni angustiarnos por lo que no ha ocurrido. Hay momentos en la vida en los que no conviene mirar atrás.

La mejor enseñanza sobre el tema se encuentra en el antiguo testamento, donde se relata que Dios, antes de destruir a las ciudades de Sodoma y Gomorra, envió ángeles para librar a Lot y su familia. Las instrucciones de estos fueron precisas: “Escapa por tu vida”, dijo el Señor, “no mires tras ti… escapa al monte, no sea que perezcas” (Génesis 19:17). La mujer de Lot, Sara, desoyó la advertencia y, al mirar atrás, quedó convertida en estatua de sal.

En el nuevo testamento, Lucas 17:32, se dice Jesús dijo: “Acordaos de la mujer de Lot”. George Santayana es muy conocido por haber dicho que aquellos que son indiferentes a las lecciones de la historia están destinados (tristemente) a repetirlas. Se evidencia un apego innecesario a una tierra que no le ofrecía nada y poca fe en el futuro que podía ayudar a construir con su familia. Élder Holland nos dejó este pensamiento: “El pasado sirve para que aprendamos de él, y no para que vivamos en él. Miramos atrás para reivindicar las brasas de brillantes experiencias, pero no las cenizas.”

Otro versículo del Nuevo Testamento refiere que uno de los discípulos de Jesús le dijo que, antes de seguirlo, debía enterrar a su padre, a lo que este le respondió: “dejad que los muertos entierren a sus muertos”. Y, refiriéndose a los últimos días, señaló: “el que esté en la azotea, y sus bienes en casa, no descienda a tomarlos; y el que, en el campo, asimismo no vuelva atrás”.

Sara no se convirtió en sal por desobedecer las instrucciones de los ángeles sino, porque una parte de su corazón todavía estaba en Sodoma y Gomorra y allí, por decisión Divina, no podía quedar ninguna piedra en pie.

Cuando a Orfeo se le murió su esposa Eurídice, bajó al Hades y, con su música mirífica, le pidió al dios del Averno que le permita salir de allí con su amada. Hades, a regañadientes, accedió a su petición, pero le advirtió que debía hacerlo sin mirar atrás. En su ansiedad, Orfeo, cuando estaba por salir, rompió su promesa, y se giró para comprobar si su mujer seguía allí. En ese momento, Eurídice se desvaneció delante de sus ojos.

El pasado nos deja conocimiento y experiencia, pero no debemos quedarnos en él. Hay que mirar hacia delante para seguir construyendo.

Un personaje de mi tierra no ejerció abogacía por dedicarse a la actividad política. Ocupó, durante algunos años, importantes cargos en la administración pública. Un día, se quedó sin empleo y todo su proyecto de vida fracasó. No estaba en capacidad de ejercer su profesión ni pudo labrarse un porvenir. Ahora, se le ve por las inmediaciones de la plaza de Bolívar de Armenia hablando de su esplendoroso pasado y de lo alto que pudo haber llegado en la política. Como Sara, la mujer de Lot, prefirió mirar atrás, antes de asumir nuevos retos.

Para “vivir el momento plenamente” es necesario liberarnos de tantos apegos. No podemos permitir que las personas, las cosas, los afectos, por importantes que nos parezcan, se conviertan en nuestras cadenas. Todo es cuestión de medida. Nadie desconoce que estos hacen parte de nuestra vida, pero no nos pueden impedir andar nuestra propia senda, descubrir y hacer tangible la misión que nos corresponde en este mundo.

Con ellas o sin ellas, y sobre todo desprovisto de toda influencia asfixiante u obsesiva, el hombre debe buscar, encontrar y recorrer su destino. Hacia adelante, con la lección aprendida del pasado y proyectando el porvenir, disfrutemos cada momento con plenitud, siendo útiles a sí mismos y a los demás.

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