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Columnistas  |  27 noviembre de 2020  |  12:00 AM |  Escrito por: Valentina Suárez Fernández

UN 10

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Valentina Suárez Fernández

Por Valentina Suárez Fernández

Numerológicamente el 10 evoca la precisión y la perfección. La rueda de la fortuna en sus cábalas expresa que el número 10 está relacionado con buenos pronósticos para nuevos comienzos. Todo lo que encierra este número tiene que ver con cambios, oportunidades y buena suerte. Así como el número que representa la decena es umbral de buenos augurios el fútbol ha sido antídoto y placebo en tiempos de crisis de las sociedades. Ha servido de catarsis para duras realidades. Ha sido motor de transformaciones sociales para quienes lo practican y llegan a ser profesionales. Ha transformado regiones, pueblos y las vidas de miles de niños a través de las escuelas de formación. También ha sido pasión para quienes disfrutamos del espectáculo y ha sido alegría para quienes en medio de pandemia le hacemos fuerza a la tricolor. Aunque existen hombres y mujeres con tal miopía que no saben cómo el fútbol ha permitido a familias, por noventa minutos, olvidarse del Sars Cov 2. En estos días, tanto la decena como el fútbol no han augurado la felicidad para generar producción como dicen los sicólogos empresariales porque la emoción esos conjuros bondadosos le negaron la vida a un genio del balón.

De luto el fútbol y el pueblo argentino. Maradona deja un legado histórico incalculable, un 10 en la selección argentina, delantero y goleador. Jugó en clubes como el Barcelona, Nápoli, Sevilla y Newell’s Old Boys, en su amada argentina perteneció a Boca Juniors. Hoy me uno a las palabras de despedida del ídolo, del crac. El que en 1986 llevó con orgullo a su selección a la FIFA WORDL CUP. Debutó como todos los talentos a muy temprana edad en el fútbol profesional - 15 años- superó las expectativas de sus entrenadores. Llegó a la cúspide en poco tiempo. Y en medio de un país que había perdido la guerra de las Maldivas, guerra que inició en 1982 entre el Reino Unido y la República Argentina. Intento fallido de la junta militar argentina de tomar por asalto ese territorio y que pronto la corona británica y su primera ministra Margareth Teacher responden con gran fuerza para alcanzar nuevamente su posesión luego de 10 semanas. Guerra dispuesta por la junta militar para evocar el espíritu nacionalista, a pesar de reconocer su falta de poderío militar para enfrentar la armada británica; y, tapando con una guerra la crueldad inmisericorde que vivía la república austral.

Nuevamente el fútbol como placebo, antídoto y pasión en el mundial de México de 1986 a través de Diego Armando Maradona y con su gol denominado la mano de Dios, le da un sabor menos amargo a una guerra del pasado reciente. Maradona declaró luego del partido que el tanto lo había marcado "un poco con la cabeza y un poco con la mano de Dios". Él nunca fue Dios. No fue un ejemplo a seguir. Fue un joven talentoso que la fama junto con la inexperiencia y un acelerado ritmo de vida le permitieron ofrecer el maravilloso espectáculo deportivo con sus genialidades en el fútbol y simultáneamente ofreció el acto mejor representando de su agresión contra sí mismo. Un cóctel de muchos sabores en el que opinar es tan ligero como inapropiado. La fama por supuesto es una droga para quienes la han consumido y de muy difícil manejo. Sin embargo, los dedos para señalar son más fáciles de ubicar que las manos para comprender. En últimas de eso se trata la paz y la comprensión humana. Pero seguramente muchos de los que hoy señalan no han logrado entender la complejidad de las tensiones que se surten en el interior del ser y de sus circunstancias.

En ese rectángulo centrado por una circunferencia de 9,15 metros de radio con un largo de 50 metros a 65 metros y un ancho de 30 metros a 45 metros, es donde geniales como el delantero argentino son fuente de inspiración, de amor y de admiración. En esas canchas siempre faltarán más Maradonas y menos Dioses. Paz en su tumba, cebollita, pelusa, pibe de oro, Diego Armando Maradona

Valentina Suárez Fernández

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