Los primeros que llegaron

Por El Flaco Jiménez

Aquilino, Adonaí y Abdenago Jaramillo de Abejorral vinieron a sacar oro en el páramo del Ruiz y se quedaron a vivir allá. Aprendieron a cazar novillos cimarrones a escopetazos y se bañaban en cascadas de agua caliente. 

Así empezaba la lista que me mostró la tía Clara de los primeros colonos que llegaron a Manizales. Estaba escrita con primorosa letra Palmer en un cuaderno amarillento que guardaba desde el colegio de la presentación. A algunos personajes les tenía comentarios además del nombre y el apellido.

    --Aquí están los apellidos de todos los manizaleños pobres y de los pinchaos también. Yo empiezo con las mujeres --dijo mientras me mataba un ojo-- porque la historia siempre se olvida de ellas:

Azucena, Aniceta, Eudoxia y Severa Arango eran parteras, yerbateras e inventoras. Eudoxia inventó la arepa redonda y Aniceta el purgante de paico. Severa sabía sobar y componer. Sin ellas no hubiera nada.

Que la ruana es fundadora de pueblos, con el tiple y con el hacha y con el perro andariego que se tragó la montaña, dice el bambuco. Que risa mijo, las ruanas y los perros fundando pueblos y las mujeres invisibles hasta en las canciones.

¿Uste cree que los que llegaron a fundar Manizales eran todos hombres? ¿Y todos solterones, o cacorrones? No mijito, llegaron también veinte mujeres al mismo tiempo y son tan fundadoras como ellos. Aunque el perro llegó primero, claro.

¿Pero quién dijo: Fundemos a Manizales aquí? Pues una mujer mijo, porque a la hora de fundar, la mujer es la que sabe dónde están las fundas y las sabanas y los trastes y de qué color se pinta el rancho y la altura del fogón, y qué tan lejos la letrina y aquí se cuelga el corazón de Jesús y en esta repisa se ponen las porcelanas.

Bonifacio Arbeláez “el lombriciento” de Aranzazu.  Cuando llegó a Manizales dormía con los ojos abiertos a causa de los parásitos y le chirriaban los dientes de noche. Eudoxia lo purgó con una infusión de Paico en leche de Higuerón y esa noche de luna llena, al pie de un árbol de mango, arrojó 2500 lombrices por el culo y el resto por boca y narices.

Sansón, Arsenio, Ano, Azael y EpaminondasBedoya de Guarne, eran silleteros y habían sido soldados de Bolívar en Boyacá y el Pantano.  Derrotaron allá al mismísimo rey de España y seguían cargando en la espalda a criollos ricos que los azotaban con el zurriago por las trochas Rio Negro. Cierta vez dejaron unos malparidos gordos de Bogotá abandonados en la mitad de la selva.

Desiderio Arango, el castra-puercos, iba de finca en finca anunciando sus servicios con un instrumento musical parecido a la Siringa griega, que en Bolivia llaman Rondador, en el Perú es la Zampoña y en Manizales Capador y no por casualidad.

Modesto Fructuoso “el niguatero” de Salamina fabricaba alpargatas y velas de sebo.

Atilano Castro amansaba caballos. Pero no con gritos y rejo como en Antioquia. El acariciaba los caballos y les hablaba. Lo que llaman ahora un susurrador. Dice mi tía, que Atilano era capaz de sacarle paso a la mula del pesebre.

Los domingos llevaba caballos para venderlos a la salida de misa. Se arrimaba a los corrillos y le abría la boca al caballo para que la gente viera los dientes, que es ahí donde se sabe la edad de los equinos.

Solo le quedó por vender un rucio que ya estaba muy viejo y cojeaba de una pata, la gente le decía que lo sacrificara, pero Atilano lo seguía llevando los domingos a la plaza y lo ofrecía en los corrillos.   

Un domingo Atilano se enfermó, y como el rucio estaba acostumbrado al paseo, se fue solo, cojeando, esperó la salida de misa y se arrimó a un corrillo, abrió la boca y mostró todos los dientes. Los montañeros sorprendidos soltaron la carcajada y el caballito parecía reír con ellos. Tuvo tanto éxito el número, que al domingo siguiente Atilano lo dejó ir solo y el caballo volvió con veinte pesos.

La lista sigue en el próximo capitulo