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Colombia  |  29 noviembre de 2020  |  12:59 AM |  Escrito por: Edición web

El Heredero

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Por Germán Ayala Osorio

Comunicador social-periodista y politólogo

Cumpliendo con su nuevo rol de instrumento propagandístico del proyecto político del expresidiario y expresidente, Álvaro Uribe Vélez, la revista Semana trae en su más reciente portada a su hijo Tomás Uribe, a quien un sector del Centro Democrático tempranamente lo erige como presidenciable para el 2022. ¿Será por eso que el exReo 1087985 dijo, “ojo con el 2022”?

La posibilidad de que el vástago del Hijo de Salgar se lance a la Presidencia se explica por el sentido con el que el propio Uribe y los uribistas asumieron el control del Estado y el manejo de los destinos del país y de la nación: como una finca, un potrero o un platanal con bandera.

Así las cosas, Semana unge (bendice) a Tomás Uribe, con el propósito de “calentar” el escenario preelectoral para luego canalizar periodística y políticamente las reacciones, positivas y negativas, que genere esa candidatura dentro y fuera del Establecimiento.

La posible candidatura del “exitoso vendedor de manillas” constituye un insulto a la tradición política que señala que para llegar a la Casa de Nariño, los candidatos más opcionados y reputados habrían sido alcaldes de Bogotá, ministros de Estado, o congresistas, entre otros cargos. Haber asumido esas responsabilidades constituía un pasado político que no solo advertía el haber hecho una carrera política dentro de una colectividad, sino un aprendizaje importante en el debate público, en el manejo de los asuntos de Estado, a lo que se sumaron siempre, la habilidad para sortear crisis y problemas. Esa carrera política hacia la presidencia también garantizaba que los candidatos a la presidencia adquirieran un mínimo de respeto por la institucionalidad estatal y por el ordenamiento jurídico.

Con la posible candidatura presidencial de Tomás Uribe, todo lo anterior quedaría sin validez alguna y solo serviría para que los más románticos de la Política se sentarán en viejos taburetes a hacer remembranzas de los últimos presidentes que siguieron ese camino, que de muchas maneras asegura madurez política y la comprensión de lo que significa guiar los destinos de un país tan complejo como Colombia. Bueno, con Iván Duque se empezó a cambiar esa tradición de tener que hacer una noble carrera política, asumiendo cargos de alta responsabilidad estatal.

Con una eventual candidatura de Tomás Uribe, los partidos políticos tradicionales podrían  por fin ser inhumados, pues sus cuadros y sus centros de pensamiento perderían sentido en la medida en que la transición del mando y del poder ya no obedecería a los viejos cánones que explican la necesidad de que quien aspire a llegar al Solio de Bolívar, debería demostrar que realizó una digna y larga carrera política; por el contrario, bastará en adelante, como en las viejas y modernas monarquías, que el hijo del Rey o quien cumpla el rol de jefe de Estado, por el solo hecho de ostentar esa condición filial, tiene derecho a suceder en el trono a su progenitor.

Así entonces, lo que hace Semana no solo es periodísticamente rastrero, sino que políticamente alienta la consolidación de la más oprobiosa monarquía criolla, responsable de manejar los destinos del Estado colombiano como si se tratara de un platanal con bandera, una finca o un potrero.

Tomás Uribe no tiene mérito político alguno para aspirar a llegar a la Casa de Nariño. Y mientras Semana y el Centro Democrático le arman una imagen presidenciable, Tomás Uribe debería de empezar por explicar en qué van sus líos con la DIAN, entre otros asuntos que enlodan su nombre, como sus relaciones con el Zar de la Chatarra. O sobre los señalamientos que hizo uno de los Nule, en los que habría tenido injerencia en la adjudicación de contratos “Tomás estaba intermediando para que nosotros (Odebrecht y los Nule) estuviéramos juntos, presentándonos, básicamente”, explicó Nule a El Nuevo Herald. (Tomado de EL ESPECTADOR.COM.  . También, por su relación con el paramilitar, Wilmer Pérez.

Haber sido criado y levantado bajo la protección, el amparo y la conducción moral y ética de Álvaro Uribe, en lugar de ser garantía de sensatez y de respeto por la institución presidencial, constituye un riesgo enorme para la democracia, la tradición política y el Estado de Derecho.

 

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