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Columnistas  |  04 diciembre de 2020  |  12:00 AM |  Escrito por: Roberto Estefan-Chehab

TRADICIONES

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Roberto Estefan-Chehab

Roberto Estefan Ch

Queridos amigos, estamos iniciando el mes de diciembre involucrando sensaciones ligadas a muchos años; a recuerdos que han dejado huellas indelebles en el alma y por eso estos días son particularmente ambivalentes: alegría y nostalgia, mezcla de fantasía e ilusión, la familia o la privación, el frío y la soledad. Situaciones que remueven miles de corazones realidades impregnadas de recuerdos, de seres queridos que ya no están, de mesas llenas de seres queridos que hoy no se viven pues la procesión va haciendo justicia de la temporalidad y de lo efímero. Para varios es una época tradicional religiosa pues se conmemora el regalo del nacimiento del niño Jesús, y como lo narra la Escritura sagrada, en medio de un ambiente, de privaciones y necesidades, de pobreza material, se nos transmite un mensaje de inmensa alegría en un entorno sublime y cálido, la mejor de las riquezas. Parece magia: Un pesebre, o sea, un sitio en el cual se resguardan criaturas sencillas; generalmente los animalitos que acompañan al hombre en sus labores diarias. Una mamá y un papá, un buey y una vaca, unos pastorcitos con su rebaño de ovejas y obvio, los pajaritos y otros “hermanos” como diría Francisco de Asís. Y es que el niño que nació no necesitaba nada más. Ni aduladores, ni mentirosos, ni interesados. Ah… y entonces ¿porque aparecieron unos reyes en escena? Además ¿con regalos y postrándose ante él bebe recién nacido? Para mí el dato más importante estriba en que no eran gobernantes, ni recaudadores de impuestos, ni sumos sacerdotes (esos se asustaron y desde el principio lo persiguieron como una amenaza a su vanidad): eran sabios y solo estaban siendo coherentes con su intuición y hasta donde sabemos, así como llegaron se marcharon dejando a los pies de la camita de heno oro y rollizos que producían los mejores aromas para honrar a un rey; lo adoraron y sin pedir nada más, sin hacer alarde de nada, sin tráfico de influencias ni falsas lisonjas. Es linda la costumbre de la navidad pero no la transición superflua y banal al convertirla en una época de solo fiestas, trago y regalos ignorando la historia de lo que realmente se celebra: esa ausencia de Dios, de tradición, de pasión por los valores convierten a estos días en un periodo del año en el que hay que endeudarse, exagerar en la comida y la bebida, aumentar las riñas y las tragedias familiares por cuenta de la intolerancia y la irresponsabilidad dando el peor ejemplo a los niños a los que en muchos casos no se les da el mensaje de la navidad: se les enseña a pedir cosas y a frustrarse si no las obtienen, se les enseña a emborracharse, a manipular pólvora, a hacer escandalosas fiestas pero cada vez menos va el mensaje sencillo; de paz y recogimiento en familia, de reencuentro para orar con alegría. El concepto de libertad de cultos es muy válido siempre y cuando quienes no creen se abstengan de volver esta sagrada celebración cristiana en una “guachafita” y un momento de “idolatría” para el comercio y la economía. Y peor aún si ese comportamiento viene de un “creyente”. Una cosa es celebrar en un contexto respetuoso de la tradición más profunda, con regalos, claro que sí y se puede y propiciando el descanso y la unión, en un paseo o un hogar, enmarcados por el respeto y la tradición y otra muy distinta es “pegarse” de una tradición que no se comparte, desdibujándola y volviéndola relajo. Estos días son lindos para compartir en familia dándole poder al amor y al ejemplo, a la generosidad de entender que no siempre se puede dar un regalo y a la inmensa alegría de estar unidos, en armonía y solidaridad. Eso vale para todos, con o sin creencia de un Dios, con la magia de mirar al cielo y ver a esa estrella que guio un día a los tres magos y hoy sigue ahí para dar esperanza, a todos, recordando que esa luz siempre brilla, aunque haya momentos de mucha pesadumbre y duda.

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