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Cultura  |  17 enero de 2021  |  12:00 AM |  Escrito por: Edición web

XXVII. Notas de la peste: El desamparo absoluto

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Enrique Barros Vélez

EL DESAMPARO ABSOLUTO

“Por favor señores, una ayudita, por favor”, gritaba desesperada una señora frente al edificio. “Por caridad, por amor a Dios, ayúdenme”, proseguía con su súplica, cuya voz reflejaba un inmenso desespero. “Tengo cáncer, señores, socórranme por el amor de Dios”. Conmovido me asomé al balcón y vi a una mujer bastante madura que arrastraba una pipa de oxígeno en un caminador metálico. Era casi una piltrafa humana, de la que, por su delgadez, podía esperarse que en pocos días proyectara apenas una espigada sombra. “Por Dios, ayúdenme, tengo dos hijos pequeños sin nada para comer, sin pañales y sin con qué pagar una piecita para los tres, por favor, por amor a Dios, socórranme con alguna cosita”. Por momentos se sentaba sobre el sardinel a descansar de una probable extensa caminada. Y desde allí miraba hacia el edificio. Pasados unos breves minutos, proseguía: “Yo solo puedo llevarles lo que consiga, porque ellos tienen necesidades y mucha hambre. Pónganse en mi lugar y compréndanme, por favor”. Este clamor era muy distinto a los que hasta ahora habíamos escuchado, pues se trataba de una persona sola, responsable de proveer a su familia, quien padecía una enfermedad letal, agravada, además, por el hecho de ser una persona tan pobre. Pero en su perorata no mencionaba nada de lo que hacía o sabía hacer, lo que sugería entonces que solo sabía mendigar, que estaba condenada a ejercer indefinidamente este oficio. “Ustedes también son padres de familia. Y mis niños sufren por tanta miseria. Cualquier cosita nos sirve, cualquier cosa. O si tienen algo de comida que les haya sobrado yo se las recibo con el mayor de los gustos. A nosotros nos sirve mucho tener alguito de comer”. Sus gritos conmovían y enfatizaban su evidente angustia. Lo suyo era una súplica ante el desamparo en que vivía, invisibilizada, al igual que muchos otros. Su desafortunada situación la había convertido hoy, ante nosotros, en la vocera de ese rostro oculto, subyacente, que se contrapone al aparente bienestar, a la pujanza y a la solidaridad ciudadana. Ya que los gobernantes no ofrecen soluciones efectivas para que estos desesperados tengan una opción de supervivencia distinta a la mendicidad. Podrían ofrecerles estímulos a las empresas que contraten nuevo personal e impulsar los pequeños y medianos emprendimientos. Así evitaríamos que la ciudad esté asediada por la mendicidad, con padres que, incluso, exponen a sus hijos, menores de edad, con el fin de generar lástima y de esta manera recibir algunas monedas o ayudas en especie que les permitan superar la crisis económica que enfrentan.

Por eso es urgente que las autoridades estructuren políticas públicas cuyos roles, acciones y mecanismos incluyan la atención en salud y la formación para el trabajo y la convivencia ciudadana.

de un largo silencio en el que con mirada escudriñadora esta mujer recorría la fachada del edificio, de arriba abajo, las ayudas empezaron a llegarle poco a poco. A medida que la señora las recibía dirigía su mirada agradecida hacia el balcón del benefactor y le retribuía con la mejor de sus sonrisas. Luego, al ser indudable que no recibiría más, se levantó con alguna de dificultad y dirigió una última mirada hacia la parte alta del edificio, acompañándola con una emocionada sonrisa de complacencia. Y se marchó a seguir ejerciendo su oficio en otro lugar. Octubre 31 de 2020.

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