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Cultura  |  17 enero de 2021  |  12:00 AM |  Escrito por: Edición web

Cuentos de domingo: Pasar la noche

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Por Juan Felipe Gómez

Por si acaso siempre llevaba un lápiz y algunas hojas sueltas. Le costaba unir las palabras y por eso se dedicaba a dibujar. Nito, lo llamaban. Así firmaba, así vivía. Nito.

Entregaba dos caricaturas semanales para la sección de opinión del diario La Verdad. Llegaba con ellas en un CD dentro de un sobre a la recepción, firmaba un papel y recibía otro sobre más pequeño con algunos billetes. Era todo el contacto que tenía con lo que él llamaba el aparato medio-burocrático. Sus caricaturas valían mucho más, pero con lo que le pagaban en el diario cubría los gastos de la semana: comida para él y su perra, cigarrillos y algunas cervezas los viernes en el bar donde se reunían los muchachos, los amigos de juventud que habían sido las primeras víctimas de sus dibujos exagerados.

En realidad casi nunca tenía que gastar un peso en el bar. Tomaba por cuenta de Alonso o Mauricio, los que más disfrutaban con sus dibujos. Ellos le llevaban fotos de las novias de turno para que les hiciera retratos o caricaturas.

Un viernes Nito llegó al bar después de las diez. Alonso y Mauricio ya llevaban un buen rato tomando. Solo había unas cuantas mesas ocupadas y sonaba pop de los ochenta. Los amigos lo recibieron con un entusiasmo excesivo que rayaba con la patanería. Esto los hacía ver como adolescentes, aunque ya los tres habían pasado de los treinta. Rodrigo, el barman, le sirvió a Nito un vaso de cerveza. De tanto escucharlos hablar de otros tiempos y verlos divertirse con los dibujos, el barman había empezado a tratarlos como amigos. Eran los clientes consentidos, aunque solo fueran una vez a la semana y se demoraran para pagar.

A Nito no le gustaba estar más sobrio que sus amigos, así que apuró dos vasos de cerveza en menos de media hora. Empezaron a hablar de mujeres. En el colegio Alonso y Mauricio habían sido los precoces, los que primero habían apretado unas tetas y sentido la humedad debajo de unos calzones. Nito, que por ese tiempo empezaba a destacarse como el mejor dibujante del bachillerato, era arrastrado a los primeros excesos en la casa de Mauricio que permanecía sola cuatro días a la semana. Allá nos convertimos en hombres, decían con el orgullo subido por la cerveza.

Pasada la media noche las otras mesas se desocuparon y el bar quedó solo para ellos. Rodrigo fue hasta la puerta y echó una mirada a la calle. Alonso se acercó a la cabina del computador y empezó a cambiar las canciones. Nito no se extrañó de la confianza que habían ganado con el dueño del bar. Mauricio, que regresaba del baño, se le acercó y le dijo que esa noche iban a recordar los buenos días de la adolescencia. Le preguntó si tenía con qué dibujar. Él buscó en el bolsillo interior de su chaqueta y le mostró algunas hojas dobladas y un lápiz.

Alonso dejó una lista con música bailable y fue hasta la puerta donde Rodrigo esperaba. Nito ya se había hecho una idea de lo que iba a pasar. Se dirigió al baño y solo entonces sintió el efecto de las cervezas que se había tomado. Orinó y se paró frente al espejo. Hizo algunas muecas. Pensó que después de la farra de esa noche dormiría por lo menos hasta la mitad de la tarde del sábado. Después buscaría una película en un canal mexicano o saldría a pasear con Brenda, su perra. El domingo se dedicaría a leer los diarios de la semana que le regalaban sus vecinos, y a dibujar.

Al salir del baño encontró el doble de sillas alrededor de la mesa. Alonso y Mauricio tenían una mujer al lado y Rodrigo hablaba en la barra con otra. Al lado de su silla no había nadie y creyó que se trataba de una mala jugada. Lo habían hecho esperar para verlos gozar con unas putas que se pasaban de buenas y de seguro esperaban que les hiciera retratos o caricaturas mientras bailaban y hasta cuando se fueran a tirar. Pero del baño salió una cuarta mujer, la que sus amigos le habían destinado. Era atractiva, aunque no tan voluptuosa como las otras. Él se sentó y Mauricio dijo les presento al artista. La mujer le rodeo el cuello con los brazos y le puso un beso pegajoso en la mejilla. Las otras lo saludaron con una sonrisa. El ambiente se llenó de un perfume dulzón que, con la música y la cerveza, le provocó corrientes de excitación que Nito hacía tiempo no sentía.

Mientras le contaba a su mujer de la noche sobre los dibujos que hacía, Mauricio, Alonso y Rodrigo ya tenían a la suyas sentadas en las piernas. La que estaba con Rodrigo, el anfitrión, no quiso perder el tiempo: bastó con que le dijera algo al oído para que él fuera hasta la barra, le subiera volumen a la música y trajera una botella de ron, cortesía de la casa.

Una mezcla de música tropical y electrónica puso a las mujeres a bailar alrededor de la mesa. Rodrigo destapó la botella y propuso tragos largos que los entusiasmaron hasta llevarlos a la pista. La lista de reproducción aleatoria del computador era generosa en merengue y reggaetón, lo que favorecía el roce de los cuerpos. A Nito ya le costaba separarse de las manos sudorosas de su compañera y cuando volvió la música electrónica creyó que se iba a ir al suelo. Salió de la pista y se sentó a ver a sus amigos bailar. Se concentró en los movimientos de Alonso alrededor de su mujer de la noche, la más tetona de las cuatro. Vio la escena como una caricatura en movimiento, se tapó los oídos: un hombre sudoroso moviéndose de manera descoordinada alrededor de una mujer embutida en su mejor vestido. Le divirtió pensar en ese método creativo y lamentó que no siempre pudiera estar en ese estado y en ese lugar para hacer los dibujos con los que se ganaba la vida.

Su pareja lo vio sentado y salió de la pista contoneándose y enjugándose el sudor. Qué pasó, mi amor, le dijo mientras se sentaba a horcajadas en sus piernas. Antes de que pudiera responder sintió la lengua de la mujer jugueteando con la suya y más presión sobre su virilidad. Con los ojos entreabiertos vio que en la pista Alonso, Mauricio y Rodrigo avanzaban más rápido y ya tenían las manos en los puntos más calientes de sus invitadas. Recordó las tardes después del colegio en la casa de Mauricio cuando tenía que meterse al baño a masturbarse porque la muchacha con la que lo habían dejado en la sala se quedaba dormida con dos tragos de ron. Después sacaba papel y lápiz e inspirado por los gemidos que venían del cuarto de Mauricio hacía los dibujos que al otro día circularían en el salón de clase y le causarían más de una amonestación.

Cuando ya tenía una mano avanzando por la cálida entrepierna, la música cambió a una ranchera y las otras parejas volvieron a la mesa. Terminaron lo que quedaba de cerveza y las mujeres aprovecharon la pausa para ir al baño. Nito alcanzó la botella de ron de la mitad de la mesa y tomó un trago que contuvo mientras miraba a sus amigos. Ya están listas, dijo Mauricio. Las miradas se cruzaron y después recayeron en Rodrigo. Si quieren comodidad nos va a tocar turnarnos el cuarto de aseo, ahí tengo un catre, advirtió él. Si no, nos repartimos: los dos baños, el cuarto de aseo y detrás de la barra. Alonso y Mauricio miraron a Nito que parecía no creer lo que el barman estaba diciendo. En su cabeza estaba el recuerdo de las veces que se había quedado caliente y había calmado la ansiedad con la mano.

Tres de las mujeres salieron del baño con el rostro serio y el maquillaje retocado. Faltaban pocos minutos para las dos de la mañana. Se sentaron en un solo lado de la mesa. Los hombres se miraron desconcertados. Nos tenemos que ir, dijo la que estaba con Alonso. Pero si no hemos terminado la noche, dijo Rodrigo levantándose de su silla. Para nosotros la noche ya terminó, dijo la cuarta que salió del baño apuntándoles con un revólver. Era la que estaba con Nito. Sin bajar el arma se fue hasta la caja registradora mientras las otras les vaciaban los bolsillos a los hombres y los amenazaban con navajas. Solo unos pocos billetes, recibos y credenciales. En el bolsillo de la chaqueta de Nito algunas hojas sueltas y el lápiz. La mujer que estaba con él guardó el dinero que sacó de la registradora en el bolso y volvió a la mesa. Las otras contaron lo que habían encontrado y también lo guardaron. Aunque era poco, parecían satisfechas. Agarrados a las sillas, los hombres miraban de reojo las voluptuosidades de las mujeres que seguían paradas amenazándolos. La del revólver tomó el último trago de ron de la botella y se le acercó a Nito. Ahora sí, papito, vamos a ver qué es lo que usted sabe hacer con ese lápiz. Quiero que me los dibuje a ellos así como están, le dijo apuntándole en el pecho. Así como están: con la borrachera y la calentura pasmadas por el susto, con cara de güevones, pensó Nito.

Hizo unos primeros trazos torpes, nerviosos, pero cuando se acostumbró a la presencia de la mujer con el revólver encima de él, afinó su pulso y se concentró en los rasgos de sus amigos. La música seguía sonando y la mujer del revólver le ordenó a una de sus compañeras que fuera hasta el equipo y le bajara el volumen. No vaya a ser que nos pillen por el escándalo, dijo sin alejarse de Nito. El silencio de la madrugada entró al bar y el ambiente se tornó más tenso. Se podía escuchar el lápiz rozando el papel y las respiraciones de las mujeres que no soltaban las navajas. Aunque trataban de aguantarse, cada tanto alguno de los tres dejaba salir un gas que provocaba la risa de ellas y los hacía sentir más indefensos, más humillados.

En el papel ya se veían las caras de Alonso, Rodrigo y Mauricio. Tres figuras estáticas pero llenas de detalles: la sombra de la barba de Alonso, la cicatriz sobre la ceja izquierda de Mauricio, las ojeras de los tres. Nito terminó el dibujo con algunos trazos que le dieron profundidad y le entregó la hoja a la mujer del revólver. No está nada mal, dijo acercando y alejando el papel a los ojos. Las otras bajaron las navajas y se reunieron a mirar el dibujo. Nito dejó salir una risa nerviosa y empezó a mover el lápiz entre sus dedos. Alonso y Mauricio se miraron, tal vez pensando en aprovechar un descuido de ellas para escapar. Rodrigo miró la hora y dijo: ahora si ya terminó la noche, ya tienen lo que querían. Se paró, pero antes de que pudiera dar un paso sintió un golpe en el costado y un empujón lo hizo volver a la silla. Nosotras nos quedamos con el artista y ustedes se van a dormir, dijo la del revólver. Nito, que se había distraído mirando el movimiento del lápiz entre sus dedos, sacudió la cabeza y recorrió las caras de las mujeres. Pensó que se trataba de una broma, pero cuando vio que la tetona amenazó a sus amigos para llevarlos hasta el cuarto de aseo y los encerró, supo que todo iba en serio.

Con las navajas y el revólver sobre la mesa, Nito se sintió más tranquilo. Un retrato para cada una, fue lo que le pidieron. Solo le quedaban dos hojas, así que las cortó para tener cuatro partes iguales. Con una Gillette que sacó de la billetera afinó la punta del lápiz. Su pareja de la noche fue hasta la barra, le puso volumen moderado a la música y tomó otra botella de ron de la estantería. La destapó y le ofreció el primer trago a Nito. Lo tomó con decisión y puso todo su empeño en ese trabajo que nadie más vería. Dibujó hasta el amanecer.

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