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Cultura  |  17 enero de 2021  |  12:00 AM |  Escrito por: Edición web

Cuentos de la tía Clara

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Contaba la tía Clara que los Giraldos fueron muchos en Manizales pero Agapito Giraldo, el más destacado de todos fue también el más de malas, porque su madre Concepción Giraldo, no le paró bolas casi.

Agapito fue el primer campeón mundial que tuvimos en Manizales y sin embargo su madre nunca lo supo. Y no es que no lo quisiera, sino que quiso tanto a los primeros 10 hijos que se le gastó el amor de tanto usarlo.

Y se le gastó la leche también pues cuando llegó el 11 ya estaba mamada y de ahí en adelante se le empezaron a confundir los hijos y ni siquiera recordaba los nombres de cada uno. Agapito fue el 18, imagínese usted sobrino.

Concepción no le dio el pecho a Agapito, más bien le dio la espalda porque al nacer el 19, lo expulsó del rincón de la cama para meter al recién nacido. Agapito nunca pudo superar ese desprecio. Cada hijo debería tener una madre para él solo, pensaba, cuando veía que su madre prefería mimar al advenedizo.

Para lograr que su madre le parara bolas, Agapito pasó su infancia y su juventud tratando de demostrarle que era el más trabajador, el más inteligente y el más verraco de todos los Giraldos.

Agapito hacía mandados de noche, botaba basura en la cañada, encerraba terneros para que no se mamaran, arriaba marranos gordos sin acosarlos para que no les diera infarto, desyerbaba potreros con pasto Imperial y Micay, cogía guanábanas altas que no se golpiaran, desenjalmaba mulas resabiadas, entraba la ropa para que no se mojara, revolvía natilla en la paila que no se pegara, virutiaba pisos curtidos, enceraba, brillaba…

Pero nunca brilló lo suficiente en esos oficios para que su madre le hiciera un gesto de amor y lo distinguiera entre todos los demás. Atareada en quehaceres domésticos apenas si se fijaba en el joven Agapito. Claro que le daba las comidas puntualmente, pero él sentía que era un pollo más del corral al que le tiran maíz con indiferencia.

Un día desapareció de Manizales. Dicen que antes de irse se quiso quitar el apellido materno pero el cura le dijo que era bobada porque eran los mismos apellidos del papá. Agapito era Giraldo Giraldo Giraldo. Y es que los patriarcas paisas de la colonización eran endogámicos. Talvez por la escasez de mujeres, o talvez porque no querían mezclarse con mujeres indias o negras.

Disque lo último que dijo fue que su mamá se arrepentiría de haberlo despreciado. Pasaron los días y los meses y los años y nunca más se supo de él. Ni postales en Navidad, ni siquiera una carta el día de la madre.

Y entonces sí, por fin, Concepción Giraldo se ocupó de Agapito y denunció su desaparición a las autoridades y fijó un cartel en la pared de la alcaldía y preguntaba en las pensiones a todos los forasteros que si habían visto a su hijo por los caminos de arriería y mandó a rezar una novena en la iglesia y hubiera puesto aviso en la prensa y la radio, pero no existía ni prensa ni radio en la Manizales del siglo XIX.

Agapito estaba logrando su objetivo. Doña Concepción, arrepentida por haberlo despreciado de chiquito, gemía de día y lloraba de noche rogándole a Dios que su hijo volviera para pedirle perdón de rodillas. Estuvo a punto de deschavetarse la cucha, según dijeron los médicos. Lástima que Agapito no estuvo presente para disfrutarlo.

Agapito se estaba convirtiendo en leyenda y opacó a todos sus hermanos. La gente empezó a decir: “Más perdido que Agapito Giraldo”, pero desgraciadamente ese año secuestraron en Estados Unidos al hijo del famoso aviador Charles Lindbergh y todo el mundo empezó a decir: “Más perdido que el hijo de Limberg”. Agapito perdió protagonismo porque así somos aquí: No creemos en lo nuestro.

Pero Agapito no se resignó a desaparecer del imaginario colectivo y de pronto se dijo que estaba en China de portero, en un circo. Un año después en Nueva York recogiendo cartón, y al año siguiente en Irán junto a las bellas mujeres de un harem y disque era el favorito del sultán. Doña Concepción murió de pena moral.

En 1980 apareció por fin Agapito en La quiebra del guayabo, carrera 22 con calle 24 en una casa de tapia donde funcionaba la droguería Santa Inés.

Los obreros que estaban demoliendo la casa encontraron, en medio de una tapia, la momia de 100 años de edad en posición fetal y disque empuñaba con orgullo una medalla de oro. Le abrieron los dedos (se los rompieron realmente) y la medalla decía en altorelieve: Agapito Giraldo campeón mundial de Escondidijo.

Los manizaleños tuvimos por fin un campeón mundial en ese deporte tan nuestro, pero que por culpa del gobierno, no tiene todavía los escenarios apropiados para practicarlo. La tía Clara dice que los escenarios si están, pero que el gobierno no los ha podido encontrar.

En cuanto a nuestro héroe, remató la tía clara, el infortunio lo persiguió hasta después de muerto. No pudo disfrutar las mieles del éxito pues al haber sido encontrado en su escondite, en ese mismo instante perdió el campeonato.

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