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Cultura  |  24 enero de 2021  |  12:00 AM |  Escrito por: Edición web

XXVIII. NOTAS DE LA PESTE

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“DESPUÉS DEL VENDAVAL VENDRÁ LA CALMA”

Enrique Barros Vélez

Llueve copiosamente. Las ramas de los árboles se sacuden con las ráfagas de viento. Sus follajes han perdido sus tonos. Ahora los árboles son figuras fantasmales, atrapadas entre la espesa llovizna y el fondo blanco en que se ha convertido el horizonte. Oigo el agua salpicar contra el piso y las goteras golpear con fuerza las cubiertas metálicas de las edificaciones vecinas. El día está opaco, pero un brillo inusual relumbra entre la espesa cortina de agua que ocultó el paisaje. Todo parece inmóvil, detenido. Una luz similar a la que antecede al anochecer invade el ambiente con su inquietante penumbra. Las aves que se refugiaron en las barras metálicas de mi balcón se han juntado mientras contemplan, de espaldas a mí, el torrencial aguacero. El tiempo para ellas también parece haberse detenido, pues con su plumaje esponjado, silenciosas y quietas, parecen extasiarse viendo caer agua y dormitando un poco. Ellas también son parte de la quietud a mi alrededor. Por momentos cesa la lluvia, pero sigue imperando un ambiente de silencio y escasa luminosidad. Inesperadamente se reinicia con una incontenible furia que nubla de nuevo mi entorno.

Este ambiente opaco y melancólico remueve mi incertidumbre. Y con ella las reflexiones pendientes, aplazadas. Entonces pienso en la cantidad de contagios que hemos tenido, en las numerosas muertes que debimos lamentar, algunas ya con nombre propio, superando las impersonales cifras estadísticas. Y me aflijo por ello. También en la efectividad que podrían haber tenido las medidas restrictivas y en nuestro grado de inconsciencia ante este grave problema. Y me desespero porque desconfío de nuestra sensatez. Obviando los dramas individuales reflexiono entonces sobre los efectos que ha tenido la pandemia en la economía nacional, y familiar, y en lo injusto que es que hubiéramos tenido que encerrarnos varios meses para protegernos, pero ahora, para reactivar nuestra economía, debamos recibir hordas crecientes de huéspedes de diversa índole y procedencia, aceptando que las necesidades económicas se nos impongan y nos revictimicen con su dolorosa cuota de contagios y muertes. Y entonces callo con resignada angustia, porque entiendo que estamos ante una terrible encrucijada. Como carecemos de un derrotero para contrarrestar esta infamia me pregunto entonces cuál va a ser nuestra forma de protegernos y de resistir por un tiempo indefinido, pues ya se escuchan rumores de rebrote mundial de la pandemia. Y hasta cuándo esta peste bacteriológica nos tendrá sometidos, amenazados y excluidos. Cuál será nuestro nuevo orden de vida.

Cuando escampó vi que se habían revitalizado los tonos de la vegetación. Y que las apacibles brumas del horizonte estaban conformando una gran masa, aunque algunos tramos estaban desligados del gran cuerpo debido a espacios de luz entre las motas de neblina. La furia arrasadora cedió entonces su lugar a un paisaje onírico, cuya extraña luminosidad y silencio evidenciaba la poesía de la naturaleza, la serenidad, el reposo, en un escenario que momentos antes había estado sacudido por sucesivos y arrasadores vendavales. Es la tragedia sustituida por la esperanza. Tal como esperamos que ocurra ahora con nuestra realidad, ya que estamos enfrentando una tormenta más peligrosa, letal, sin saber a ciencia cierta cómo podremos superarla, ni cuánto tiempo más tendremos que esperar para que sea controlada. Mientras tanto debemos seguir protegiéndonos de esa funesta amenaza, a la espera de la necesaria recuperación de la tranquilidad y la esperanza…

Noviembre 13 de 2020

 

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