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Cultura  |  31 enero de 2021  |  12:00 AM |  Escrito por: Edición web

XXIX. Notas de la pandemia: Un pobre vergonzante

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UN POBRE VERGONZANTE

Enrique Barros Vélez

Alguien en la calle, frente a mi apartamento, decía algo en voz alta, varias veces. Pasado un rato decidí averiguar qué decía. Me asomé al balcón y vi a un hombre maduro, corpulento y de cabeza rapada como un recluta. Su tez era achocolatada y por los atuendos que portaba se veía bien presentado. Recitaba su petición con la compostura y la seriedad propia de un niño parado ante el tablero exponiendo su lección frente al profesor y a sus condiscípulos. Su mensaje era directo y su petición concisa. Se trataba de un padre de familia que trabajó por muchos años como transportador de niños en una buseta escolar y que ahora, por la pandemia, llevaba muchos meses sin trabajar y se le había acabado el dinero que tenía ahorrado. Por eso no tenía cómo sostener a su familia, compuesta por tres hijos pequeños, y anhelaba con impaciencia, y mucha ansiedad, que los colegios regresaran pronto a la normalidad. “Es la primera vez que me veo obligado a pedir, decía, pero siempre habrá una primera vez, creo”, dejando entrever su timidez y vergüenza. “Podría pedirles dinero, pero de eso no se trata. Si es posible quisiera que me colaboraran con algo de comer: una librita de fríjoles, o de arroz, o de lentejas, en fin, lo que ustedes puedan regalarme, pues lo urgente es conseguir algo para darle de comer a mi familia. Eso es lo mejor que me pueden dar”. No dramatizaba con el tono de su voz o con ademanes lastimeros que suscitaran lástima. Su mensaje era el de un pobre vergonzante, el de un hombre trabajador, padre de familia, que había caído en desgracia y por ello pedía comprensión y ayuda para contrarrestar su difícil situación económica. Sin intentar protagonizar un molesto espectáculo de miseria. “Es muy difícil hacer esto, pero yo por mis hijos hago cualquier cosa honesta que esté dentro de mis posibilidades. Hasta hacer esto que es tan incómodo. Nunca pensé que algún día tendría que avergonzarme tanto para poder cumplir con mis obligaciones familiares”, decía tratando de justificarse. Aunque no lo tengamos claro existen razones de peso para preocuparnos. Tenemos más desempleados que hace un año y las mujeres son las más afectadas, pues el desempleo de ellas es casi el doble que el de los hombres. Para incentivar las contrataciones formales algunos expertos están proponiendo que el Estado asuma transitoriamente los costos no salariales de los nuevos empleos. Otros, reducir temporalmente los aportes a las Cajas de Compensación Familiar y emprender múltiples programas de obras y un plan de Estado como empleador de última instancia para evitar que el país entre de nuevo en un confinamiento generalizado y por tiempo indefinido. También que se mejoren los programas de formación para los trabajadores y que los gobiernos, nacional y locales, aumenten el gasto público para crear empleos de emergencia y reducir temporalmente los costos laborales para los nuevos empleos que se creen durante la emergencia. Son propuestas que ya están hechas.

Así que este no era un caso aislado. Poco después de que el sencillo señor terminó de exponer su situación empezó a recibir, en sus manos, los víveres solicitados, pues éstos no resistirían el impacto contra el piso si se los lanzaran desde los apartamentos. Como lo pidió, no le enviaron dinero sino víveres. Al recibirlos sonreía y extendía sus fuertes brazos como simulando un abrazo. Y miraba hacia los balcones diciendo emocionado: “Les agradezco mucho lo que hicieron hoy por nosotros. Les deseo a todos una feliz navidad y un futuro más próspero para el año entrante”, Y mientras se alejaba seguía repitiendo: “les agradezco mucho, mucho. Y que el señor los recompense con mucho amor”. Noviembre 15 de 2020.

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