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Cultura  |  28 febrero de 2021  |  12:00 AM |  Escrito por: Edición web

Evelio Ocampo Zapata, o la historia de la nueva ola en el Quindío

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Por Libaniel Marulanda

Atenazada la garganta, es inevitable y grato convocar el recuerdo de aquellos días de radio en cuyo ámbito Evelio Ocampo Zapata sembró un estilo y tras una cabina nos dejó su vida de radialista íntegro…

Nota de la redacción: Ante la muerte del reconocido radialista quindiano Evelio Ocampo Zapata, el autor ha querido reeditar la presente crónica, como homenaje a la memoria de quien fuera un ícono de la radio regional y del país.

Si noviembre es la sala de espera para abordar el dos mil catorce, esta historia cumple cincuenta años. El trote del almanaque puede devenir en olvido y a estas alturas del paseo es seguro que una muchedumbre de quindianos desconoce por completo el preludio de la corriente nuevaolera en la historia particular de Armenia. Así como en la música es de obligada observancia la previa afinación de las guitarras, para el caso presente revestido de nostalgia, es necesario ponerle afinidad tonal a estas líneas con los elementos y sucesos que ambientaron la placidez provinciana de muchos de nosotros. Nuestra generación asistía a los matinales de los teatros de Armenia, como mecanismo infalible para besar a la novia al amparo de la sala oscura. De igual modo bailábamos en las casetas de Acción Comunal. Sin duda éramos juiciosos, tímidos, reprimidos, pero jóvenes ante todo y con un motín hormonal a bordo.

Con medio siglo de retraso he decidido reconstruir la historia personal de un veterano radialista de Armenia. A menudo los mejores relatos de vida emergen en las condiciones más desfavorables. En este caso he forzado al personaje a que ocupe una proletaria banca de guadua en una caseta que vende café aguado y parva a los obreros de los talleres de la calle veintidós. Desde ese sitio y mientras le mete aguja a su tejido histórico, está atento a la llegada de público a la puerta de acceso a un consultorio de parasicología. Como su clientela exige absoluta privacidad, en la banca atiende la visita del lejano amigo que ha vuelto sobre sus pasos. Evelio Ocampo Zapata regresó de Argentina y Armenia le cobró su ausencia con el terremoto de enero de 1999. Vive en un edificio concedido a los trabajadores de la comunicación durante la reconstrucción del Eje Cafetero.

Colombia disfrutaba aún los años dorados de la radio, cuando no existían las poderosas empresas del espectáculo; los artistas tenían la opción de ser oídos y aclamados con la sola condición de saber cantar bien y era suficiente con tener la cómplice solidaridad de un micrófono de radioteatro y un amigo en la emisora. A comienzos de los sesenta, en el horizonte musical colombiano reinaban Los Teen Agers, un conjunto antioqueño que partió en dos la historia de la música bailable y que comenzó a incluir en su repertorio temas emblemáticos de la nueva ola y de la música antillana. Emulándolo brilló aquí un grupo juvenil de cocacolos, medio riquitos y enrevesado nombre: Los Tibo Raguins, con un repertorio donde aún no afloraba lo nuevaolero. Nos encarretaron con que su nombre era alemán pero años después supimos que era un amasijo de palabras: timba, bongós, raspa, acordeón y guitarra eléctrica.

Evelio Ocampo Zapata comenzó a dejarse seducir por la radio cuando todavía era estudiante del Rufino, en 1962. La Voz del Comercio de Armenia, propiedad de don Leonel Herrera Castaño, fue una de las escuelas de radialismo regional. Apadrinado por Luis Eduardo Gutiérrez, Evelio fue introducido en el mundo fascinante de la comunicación radial y, como todos, realizó su kínder como control de sonido. De ahí saltó a comentarista de farándula y libretista en un espacio semanal; para eso estaba armado de la tríada de elementos indispensables en la época: una cabeza bien puesta, suficientes ganas y una gran voz. Cuando la Vuelta a Colombia llegaba a Armenia y era una fiesta, ejercía como jefe de controles en la transmisión nacional que grababa al lado de Carlos Arturo Rueda y el tordillo, Alberto Piedrahíta Pacheco. El campeón costarricense, pionero de la narración, le aconsejó sacar la licencia de locutor profesional.

Las agrupaciones musicales en Armenia guardaban relación con su tamaño y desarrollo cultural. En lo romántico, los tríos agrupados en el café El Niágara eran líderes, mientras que la orquesta Ritmo Club, exclusiva del Club América, ocupaba la primacía en lo bailable. Hacia abajo, unos cuantos conjuntos tenían la calidad y el reconocimiento necesarios para amenizar cuanto baile o evento se celebrara: Los Alegres del Quindío, Los Happy Friends, Los Stereos y, siendo autocompasivos, Ritmo Juventud, de cuya fundación, fracasos y alegrías fuimos cómplices un grupo de amigos del barrio San José de Armenia. No menciono toda la nómina porque merecen una crónica aparte. Javier Duque tocaba una guitarra eléctrica de fabricación casera y yo un pequeño acordeón diatónico. En esas estábamos a finales del sesenta y cuatro, cuando nos sobrevino la fiebre nuevaolera, que desde una perspectiva histórica es el período jurásico del rock quindiano. Nacieron Los Star Boys.

Dos personajes quindianos, Merardo Garay y Gustavo González, carecían de licencia de locución. Y aquí es preciso contarle al lector joven que eso era asunto jodido en extremo; que cualquier pelagatos no podía tomar impunemente un micrófono y escupir pendejadas. Evelio Ocampo Zapata, por su providencial cercanía al campeón Carlos Arturo Rueda, recibió el consejo y el palancazo para obtener el dichoso documento que expedía el Ministerio de Comunicaciones en Bogotá. Nuestro radialista recibió una llamada de Carlos Arturo Rueda, como respuesta a su inquietud sobre las dificultades que entrañaba la obtención de licencia. Evelio temía quemarse en el examen por escasez de conocimientos de cultura universal y cruce de horarios de trabajo. “Hable con Isabelita; no se preocupe y viaje a Bogotá cuando pueda”. Entonces el aspirante a tarjeta le pidió pan y pedazo: “Campeón, ¿puedo llevar también a Gustavo González y a Merardo Garay?”. Su padrino dijo sí.

Del clan de los hermanos Valencia del parque Uribe, surgieron cuatro músicos. Javier, el mayor, fue guitarrista de Los Tibo Raguins. Gilberto, el segundo, fue quien consiguió para el naciente grupo el lujo de un par de guitarras eléctricas americanas, que eran tocadas por Javier Duque y él. Por mi parte, mandé a vacaciones al acordeón de botones y me lancé de cabeza a la percusión. La única batería de cuya existencia se tenía conocimiento era una Ludwig blanca que tocaba “Granizo”, en la orquesta Ritmo Club. Salvo, quizá, los Valencia, nuestra solvencia económica era la de músicos pobres, y eso significa que tuve que resignarme a castigar las timbaletas del grupo tropical Ritmo Juventud, que seguía tocando. El conjunto Los Star Boys fue obra de Evelio Ocampo Zapata, quien preparó el debut mediante su programa “Un Mundo de Discos”, en el radioteatro de Radio Estrella, a finales de 1964.

Cuenta Evelio Ocampo que cuando llegó al edificio Murillo Toro, tras preguntar por Isabelita, la influyente secretaria del ministro, intuía su fracaso ante el cuestionario de cuarenta preguntas que le entregaría. Presumimos que la provinciana humildad, la juventud, la manifiesta necesidad de obtener la licencia y su seductora voz, hicieron que Isabelita le ayudara a responder. Y con la bendición de Carlos Arturo Rueda se hizo el milagro de la licencia 2241, firmada por Rommel Hurtado, como ministro encargado. Evelio ingresó a Radio Estrella con el beneplácito de don Enrique Ramírez Gaviria, fundador de la emisora Nueva Granada y la voz de Medellín. Se comprometió a impulsar el género moderno. En el término de un año Radio Estrella con su programa “Un Mundo de Discos”, estaba posicionado, incluso en lo nacional porque José Rubén Márquez le enviaba desde Méjico y en exclusiva los éxitos, que eran compartidos con Alfonso Lizarazo.

Respondiendo la convocatoria de Evelio para conformar el primer conjunto nuevaolero, muchos acudieron pero al cabo de una semana se “quemó” la mayoría. Mi memoria es insuficiente y apenas puedo recordar que entre varios cantantes sobrevivientes uno llegó, cantó y triunfó. Se llamaba Álvaro Monsalve Sandoval, quien sería en adelante Álvaro Román. Era hijo de un periodista de Armenia, José Monsalve, que entonces trabajaba en El Heraldo de Barranquilla. El nuevo aspirante, animador del almacén Jotagómez, no solo se parecía sino que cantaba como Enrique Guzmán. Montamos el slow rock Tu voz, un conocido éxito que le abrió las puertas cuando debutó en el radioteatro de Radio Estrella. En aquella noche memorable el vaho que formó la multitudinaria asistencia no solo empañó los vidrios de la cabina de transmisión sino que destempló por completo los parches de cuero de mis timbaletas. Todavía me agobia la amargura al recordar el incidente.

Pronto Álvaro Román dominó la escena quindiana; Evelio realizó unas grabaciones de prueba y con una cordial nota dirigida a Alfonso Lizarazo despachó a nuestro cantante líder para Bogotá. Con la partida de Álvaro, el entusiasmo de Los Star Boys entró en un clima invernal aunque seguimos ensayando con otros cantantes, entre los cuales recuerdo a Henry Bolívar y a Darío Echeverri. Llegó entonces a Armenia la segunda batería de la historia, una Trixum dorada. Su envidiado dueño era Miller Lizcano. Semanas después llegaron noticias de Bogotá y comenzamos a comprobar cómo Álvaro Román surgía a la par con Harold, el calarqueño Óscar Golden, Jairo Alonso, Lyda Zamora y la extensa tropa de artistas jóvenes promovidos por Lizarazo. Y llegó el día cuando celebramos, asombrados y felices, su primera grabación, un disco compacto con cuatro canciones: Capri c’est fini, El títere, Bim-Bam-Bom y Tanto, prensadas en el sello Estudio 15.

A mediados de 1965, regresó Álvaro Román y Evelio organizó una gira departamental. Con Gilberto Valencia, fallecido en Ecuador hace un año, Javier Duque, quien reside todavía en el barrio San José, en las guitarras, gracias a Miller Lizcano pude tocar ¡por fin! una batería completa. Luego de esa fugaz gira me desembarqué de Los Star Boys. El conjunto se fortaleció con la llegada de Barlaham Aguirre, un baterista que hoy es en un prestigioso economista e investigador académico. Asociado a Faes Osman, un hiperactivo promotor artístico, Evelio inauguró, con una semana de diferencia de la emblemática La Bomba de Bogotá, la primera discoteca nuevaolera en el sótano del Hotel Embajador (hoy Maitamá): El Manicomio a gogó . Evelio recuerda que en esa etapa de Los Star Boys, ingresaron músicos de prestigio nacional como Edgar Gallego, “La llaga”, y el extinto y cualificado bajista Carlos Alberto Agudelo, “La Polla”, entre otros.

En la mitad de 1966, supimos de la reclusión de Álvaro Román en la cárcel de Armenia. En esos años, aún existía en la legislación penal el delito de estupro y todo aquel que se durmiera la novia tenía dos alternativas: matrimonio o cana. Álvaro optó por lo segundo. El abogado y político Marconi Sánchez Valencia consiguió la libertad del cantante en un mes. Allí hizo la letra de Déjame partir, cuya música fue compuesta por Javier Duque, el amigo guitarrista con quien solía caminar y caminar por las calles de Armenia cuando no era una figura. Javier compuso algunas de las canciones del repertorio de Álvaro y sé que nunca reclamó para sí la autoría. Perdí el rastro de Álvaro pero en 1986, por azar llegó al estudio de Discos Platino de Bogotá; grabábamos un elepé de Los Muchachos de Antes. Me contó que vivía y actuaba en Méjico.

Evelio Ocampo, como un viejo whiskey, sigue tan campante, encadenado a su pasión radial, y ahora tiene una emisora on line: Viejoteca a gogó. Su vínculo en internet es unmundoderadio.com. Hace una semana, terminada mi visita y su recuento de la historia de su periplo sesentero, cuando estábamos en la etapa final, los abrazos de despedida, de improviso me soltó de último el suceso que debió ser el primero: Álvaro Román regresó hace cuatro meses a Armenia, lo buscó, lo visitó y le contó a nuestro radialista de su residencia en Méjico hace casi treinta años, que decidió abrazar una austera disciplina espiritual. En internet diversos seguidores de esa época y ese género han subido a YouTube algunas canciones de quien fuera el pionero de la nueva ola en el Quindío. He comprobado con alegría que aún es recordado y está vigente en la memoria colectiva de los viejos cocacolos.

Esta noche, siete años después de la escritura del texto anterior, que además fue publicado en el libro Momentos Memorables de Militancia Musical, de la Biblioteca de Autores Quindianos, en 2016, acosado por el síndrome de la edición, atenazada la garganta, es inevitable y grato convocar el recuerdo de aquellos días de radio en cuyo ámbito Evelio Ocampo Zapata sembró un estilo y tras una cabina nos dejó su vida de radialista íntegro, impulsor de la música joven, a manera de aporte a la formación de eso que llamamos La quindianidad. Y con el puñado de amigos que aún no hemos comparecido a la indeseable cita con la peste universal, a estas horas continuamos sumidos en el asombro por una muerte más, ante el adiós a otro ser que se nos escurrió en medio de la impotencia colectiva, justo cuando todo parecía próximo a la victoria sobre el maldito virus.

Calarcá, febrero 27 de 2021 [email protected]

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