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Columnistas  |  22 marzo de 2021  |  12:00 AM |  Escrito por: Edwin Vargas Bonilla

EL BOLICHE DE MALENA

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Edwin Vargas Bonilla

 

 

 

 

Hernán Jairez, Malena Díaz y Libaniel Marulanda

Por Edwin Vargas Bonilla

A un año del aislamiento impuesto por los vientos de la peste, el ritmo del dos por cuatro convocó a un respetable número de bohemios, jóvenes y viejos, a ese feliz lugar para la cultura abierto hace dos años en el barrio Granada de Armenia: Casaparte. En tarima, el maestro Libaniel Marulanda, asido a su acordeón, interpretó notas del repertorio universal del tango (Sur, La última curda, A pesar de todo) y de su propia cosecha (Luna de Armenia, Es otra historia más, ven a mi mesa), acompañado de Hernán Jairez al bajo y en la interpretación de la novel, pero potente artista, Jimena –Malena– Díaz. Dos horas fueron suficientes para que el alma del lugar y de los asistentes se embriagara al son del compás tanguero y de los líquidos espirituosos que circulaban.

El boliche de Malena, inicialmente concebida en la mente y pluma de Libaniel como obra de teatro, devino película por obra y gracia de la pandemia que no permitió, el año pasado, su estreno y difusión en el reino de las tablas. Pero ello no fue óbice para que, con el tapaboca hasta la pantorrilla como lo enseñó el dictadorzuelo de enseguida, y embadurnados con alcohol etílico hasta el pelo, se dieran cita los tres músicos de nuestra noche, junto con el actor David Patiño y el cineasta Jaime Uribe en la Sede de Versión Libre Teatro de Calarcá, para grabar en la memoria digital una puesta en escena que combinara un tema de cuño filosófico-existencial como el suicidio, con un asunto olvidado de nuestra historia local: el club de suicidas de la Armenia de los años treinta. Y por supuesto el tango, manifestación del sentimiento de desarraigo y de la crisis propia de la modernidad, funciona como hilo conductor de la trama, los personajes y los diálogos.

Siempre he visto en Libaniel a un artista integral e infatigable que tiene la capacidad de abordar los temas que le preocupan a través de múltiples formas del arte. Por eso, quienes quieran ahondar en cómo el maestro trata estéticamente el suicidio, podrían enriquecer su imaginario con lecturas de algunos de sus cuentos, tales como La luna ladra en Marcelia, fiel representación de nuestros suicidas del puente La florida; o Los fines pertinentes y En acto de servicio, que exploran la desgarradura interior de quienes llevan la vida “segura” de burócratas que, al percatarse de su no-futuro, hacen de la muerte por mano propia su boleto de salida. También, quienes deseen profundizar en la tras escena, los invito a que lean esa maravillosa crónica Don Saúl Parra Robledo: la historia de Armenia, la que se nos fue, en la que con fina prosa Liba nos relata, entre otros acontecimientos olvidados, la historia del club de los suicidas que inspiró el Boliche.

Y por supuesto el tango, cantado por la Malena del enorme poeta Homero Manzi que hoy encarna la voz de nuestra Malena Díaz, hunde el dedo en la llaga de nuestra humana condición para recordarnos lo frágiles que somos y que la vida es aire que se nos va. Por eso, “el pensamiento triste que se baila” nos invita a pensar: ¿si la vida es un derecho, vivir será un deber? No sé cómo responder a esta pregunta, pero por el momento, ¡qué se repita el Boliche!

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