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Editorial  |  07 abril de 2021  |  06:59 PM |  Escrito por: Administrador web

El ‘pueblito se nos dañó’

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Después de la azarosa violencia partidista de los años 50, y su reconocido coletazo, el bandolerismo, que se mantuvo hasta muy entrados los años sesenta, Armenia y los municipios del Quindío se erigieron en el país como uno de los mejores sitios para vivir, no solo por el paisaje, el clima, las excelentes condiciones económicas que ofrecía la agroindustria del café, sino por su tranquilidad y su paz.

Los años ochenta y noventa fueron especialmente violentos en todo el país, por la tiranía del terrorismo proveniente de diferentes sectores: el narcotráfico, la guerrilla, el paramilitarismo y el propio estado a través de unas fuerzas armadas penetradas por intereses de guerra y muerte.

Sin embargo, aunque esas violencias y esa ola terrorista tocaron al Quindío, no fueron tan funestas como en otras partes del país. Lo más destacado fue el ataque del M-19 a Génova en 1985, y de las Farc a Pijao, en 2003. En Armenia se respiraba una relativa paz, se podía salir a la calle con cierta tranquilidad y holgura, estar en los lugares públicos de diversión y visitar los parques. Eso, se acabó.

Armenia y el Quindío han sido secuestradas por la corrupción política administrativa que, de contera, ha dejado en manos del narcotráfico a nuestra sociedad. Los gobiernos se han concentrado en esquilmar el erario y descuidaron por completo el bienestar de la población, las obras públicas, el desarrollo de los servicios, la generación de empleo y oportunidades, agudizaron la pobreza, lo que ha convertido la ciudad en un caldo de cultivo propicio para todas las violencias.

Lo sucedido en la Semana Santa es apenas una muestra de esa violencia. La masacre de Circasia y las muertes individuales diarias no son más que el resultado del descuido absoluto del gobierno con la sociedad. Es haberle entregado a las bandas criminales nuestros niños y jóvenes. Porque los muertos en esta guerra de las drogas tienen dos características: son jóvenes, adolescentes, niños, y provienen de los barrios marginados, de los olvidados por el Estado, viven en la pobreza, que raya con la miseria.

Mientras existan estas condiciones de vida, la pobreza, la miseria, la falta de oportunidades, la poca atención en salud y en educación para una gran parte de la población, el narcotráfico y la violencia se pasearán como Pedro por su casa, provocando terror, muerte, dolor y una profunda desazón y desesperanza en nuestros pueblos.

Salir a las calles de Armenia, y de los pueblos del centro del Quindío, se ha convertido en un peligro. Los robos, los atracos, las intolerancias están a la mano. Son cantidades de casos que se ventilan a diario por las redes sociales, sin que haya intervención de la autoridad, esta es inexistente en Armenia. La ciudad está al desgaire, desprotegida, los ciudadanos vemos impotente por todas partes grupos de delincuentes, armados de cuchillos, armas de fuego, garrotes, acezando, amenazando, como en cualquier película de terror.

Da miedo, de verdad, salir al parque, ir al supermercado, pasar al restaurante o a la tienda del vecino, y hasta pasear al perro. La cantidad de indigentes y de grupos de personas sin destino, especialmente venezolanos, ha crecido de forma contundente. ‘Manadas’ de ocho y diez y hasta quince jóvenes acezando, pidiendo, amenazando, robando, consumiendo drogas alucinógenas, dispuestos a enrolarse en la guerra del microtráfico, se ven en las calles de Armenia y los municipios cercanos, se han convertido en parte del paisaje.

El problema se nos salió de las manos, el ‘pueblito se nos dañó’. La solución no está solo en la represión, en meterle a las ciudades la fuerza militar. “Los militares a las fronteras”, decía Belisario Betancourt, y con razón. Este es un problema social que requiere de una atención más integral. El país y las ciudades no necesitan aviones mirage, ni guerra con Venezuela, ni alcaldes y gobernadores vitrineros, que vociferen en las redes, diciéndonos mentiras tras mentiras cada día, lo que necesitamos es una intervención real y urgente en materia social.

Hoy, como siempre, vemos a nuestros gobernantes pensando más en las próximas elecciones, pidiendo renuncias a sus funcionarios para acomodar sus gabinetes a los intereses de sus candidatos, y con una total apatía por las soluciones de los graves problemas sociales.

Es necesario que el presupuesto se concentre en detener el holocausto adolescente y juvenil que vivimos por la guerra del narcotráfico en el Quindío. Es necesario que les prestemos atención a las madres y a los niños de los sectores marginados, con verdaderos programas sociales de educación, salud, recreación, atención psicosocial, y no las migajas y humillaciones que dejan los políticos en esas comunidades en los procesos electorales.

El ‘pueblito se nos dañó’, y la responsabilidad no es solo de la ilegalidad de las drogas alucinógenas, que tienen gran desempeño en este asunto, sino en la falta de gobierno y de autoridad, en la ausencia de verdaderos programas sociales que salven a niños, adolescentes y jóvenes del holocausto al que están expuesto, peor que los propios y horrorosos hornos crematorios de los nazis.

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