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Columnistas  |  08 abril de 2021  |  12:00 AM |  Escrito por: Aldemar Giraldo

Milagros en Semana Santa

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Aldemar Giraldo

Aldemar Giraldo Hoyos

Al recorrer fragmentos de mi país tuve la oportunidad de ver el comportamiento religioso de muchos poderosos y no poderosos durante la Semana Santa; abarrotaban los templos de lujo, haciendo caso omiso del distanciamiento social sugerido y sin las medidas de bioseguridad correspondientes al momento que vivimos. Ondeaban palmas en las plazas públicas y lucían unos escapularios dignos de la Edad Media; irradiaban paz y amor y la transmitían a sus vecinos de credo.

Asistían a procesiones y ceremonias en donde el eje central era la justicia y la paz; comían pescado y desechaban las carnes rojas; su mesa era un verdadero banquete y su vestimenta era de fiesta. Daba dicha verlos comulgar e inclinar la cabeza, reverenciando a su Señor; con sólo mirarlos llegué a creer que Colombia iba a cambiar; que iba a visitarnos la justicia social y que desaparecería, del todo, esa pobreza que nos inunda; que los poderosos empezarían a valorar a sus “peones” y a sus “sirvientas, pero, sobre todo, que la riqueza se redistribuiría, de alguna manera.

Al ver orar a muchos políticos, alcancé a pensar que la corrupción sería cosa del pasado, algo que existió y nos afectó; quedé tan impresionado que me inventé una fuente de trabajo para quienes quedaron en la inmunda el año pasado. Pequé de optimista, pues supuse que el coronavirus se asustaría con el propósito de enmienda de la corruptela y que los políticos, en señal de agradecimiento, pensarían en el pueblo e inmediatamente renunciarían a todas las ventajas y gabelas que les entrega el sistema. Yo, tan pecador, sentía vergüenza al mirar la cara de los ricos, convertidos en querubines y serafines; hasta soñé que los bandidos desaparecerían del contexto colombiano. Hay que ver la cara de arrepentimiento que mostraban los “azucenos”, dueños de las grandes propiedades y de un poder imaginario que heredaron por siempre; con su larga lengua comulgaban desde el atrio.

Mi madre siempre me ha dicho que una golondrina sola no es verano y que la gente peca todo el año para descansar esa semana que observé; que yo soy loco y optimista cuando pienso que la fe ayuda a resolver los problemas que nos aquejan; que hay mucho farandulero y camandulero que desea ser mirado y mostrar una cara de pendejo para tratar de impresionar a los demás; que de la iglesia para afuera vuelve a salir la bestia que llevamos adentro; que los pecadores esconden su faz detrás de la corbata. Que los dueños de Colombia no han conseguido lo que tienen con su trabajo, sino con el sudor y el sufrimiento de los pobres; y que las cosas seguirán así hasta el momento en que participemos todos para frenar la corrupción y el clientelismo, e impulsar una honda trasformación socioeconómica, a través de una sabia toma de decisiones que, más allá del plano individual, de alguna forma permita una mayor conciencia social en toda nuestra sociedad. Esto implica una responsabilidad compartida; una participación política consciente.

No esperamos más milagros en Semana Santa; hagamos algo para quitarnos este piano de encima. Como decía mi abuela: “Beatos embusteros, rosario al cuello, esos engañan a Dios primero”.

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