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Cultura  |  11 abril de 2021  |  01:19 AM |  Escrito por: Sergio Muñoz Bata

XXXIX. NOTAS DE LA PESTE: ASÍ SERÁ NUESTRO FUTURO ACONTECER

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Enrique Barros Vélez

Al transitar por los alrededores del edificio donde vivo me sorprendió una presencia exótica. Parecía un extraterrestre en desprevenido paseo por nuestra tierra. Llevaba puesto un camisón blanco, una camisa y un pantalón grisáceos, como de un uniforme, y protegía su calvicie del sol con una sombrilla sostenida con su mano enguantada. Sobre su rostro tenía una mascarilla y una intimidante careta de acrílico. De esta forma se protegía del contagio a través del tacto o de sus vías respiratorias y, paradójicamente, con su sombrilla, de los saludables rayos del sol. Estaba encapsulado contra cualquier contacto. Intrigado por este sorprendente encuentro pensé en lo que nos está ocurriendo, en cómo nos está cambiando nuestra forma de vida. Y en las devastadoras consecuencias que este virus nos ha causado, y nos seguirá causando, por mucho tiempo. Ya aceptamos saludarnos sin tocarnos; compartir espacios distanciados al menos un metro; lavarnos las manos con desinfectantes y suministrar nuestros datos personales cada que ingresamos a un lugar; evadir las expresiones de cariño, como besos y abrazos; evitar los encuentros, o las visitas, hasta de los familiares; reducir nuestra presencia en establecimientos públicos y desinfectar las prendas al llegar a casa. Todo esto nos está convirtiendo en autómatas que solo salimos cuando debemos realizar labores específicas, que poco nos congraciamos con quienes encontramos a nuestro paso, que parecemos estar en tránsito hacia la indolencia emocional, marginados del elemental disfrute de lo que nos rodea, de las expresiones de vida, para asumir, en cambio, reprimidas normas de supervivencia.

Sobre las consecuencias que la pandemia podría estar causando en la salud mental la doctora Emiliy Holmes, PHD en sicología clínica, y su equipo, advirtieron que la soledad, la falta de contacto físico, el exceso de virtualidad y la ausencia de conversaciones causales, de caminatas y de visitas en casa, son factores que podrían disparar la ansiedad y la depresión, y que por ello estamos un poco más ansiosos, más decaídos de ánimo y sin saber cómo gestionar adecuadamente la incertidumbre.

Aunque ya llegaron las primeras vacunas eso no nos garantiza una cura inmediata. Para lograrla tendrán que transcurrir muchos meses, y hasta años, dependiendo de la seriedad con la que los gobernantes asuman este propósito de vacunación. Y la vacunación masiva no restituirá los comportamientos sociales que teníamos. Necesitaremos tiempo para reconquistar esas formas perdidas de convivencia y las cotidianas expresiones corporales de afecto y de amor. Mientras, el distanciamiento alimentará la soledad que abunda en las ciudades, donde cada persona se comporta como si fuera un ser independiente del conglomerado social. Y el miedo al contagio alimentará esa soledad invisibilizada, sumergiéndonos en profundos abismos de temor, de aislamiento y de tristeza, ratificando entonces lo que hace muchas décadas enunció Henry David Thoreau: “la vida de toda persona transcurre siempre en medio de una silenciosa y desesperante angustia”.

Y en esta nueva y confusa realidad conviviremos transfigurados en unos de esos seres cómicos ―con aspecto de astronautas de fabricación casera― que circularan rutinariamente por las ciudades, mientras esperan a que todo cambie para que todo vuelva a ser como antes… Enrique Barros Vélez

Marzo 12 de 2021

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