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Columnistas  |  08 mayo de 2021  |  12:00 AM |  Escrito por: Jacobo Giraldo

CUANDO SE APELA A LA CONFIANZA DE PUEBLO, SE LA HA PERDIDO

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Jacobo Giraldo

Por Jacobo Giraldo Bedoya

“Hay muchas maneras de matar: se puede clavar un puñal en el vientre de alguien, quitarle el pan, no cuidarlo cuando está enfermo, confinarlo en un tugurio, hacerlo trabajar hasta el agotamiento, empujarlo al suicidio, llevarlo a la guerra, etc. Pocas de esas formas de asesinato están prohibidas en nuestro país” Bertolt Brecht.

El Gobierno de Colombia es un desastre (igual mención podría recibir, por motivos diferentes, el pueblo que lo eligió). Esto se explica porque sus dos proyectos más importantes, cuales son la economía y las relaciones internacionales, han naufragado. Se intentó fortalecer la economía y quebró al país; se intentó comprar buena imagen y se convirtió en ridículo.

Totalmente errático en estos aspectos, el presidente, atado de pies y manos por su jefe natural, se muestra igual de sonso en todas sus apariciones: parece un muñeco, repite los mismos gestos para informar que murieron niños en una operación militar, para notificar que se presentará una reforma tributaria o que se consiguieron unas vacunas, pero todavía no llegarán. Inexperto, terco; descafeinado, por no decir dormido. Desconectado de la realidad. Irónicamente el presidente joven que nos vendieron, ha traído el viejo gobierno de antes. Con esto me refiero a las desapariciones, la violencia generalizada, el aislamiento en los juegos de palabras rimbombantes, los discursos gastados.

La distancia que separa al gobierno Duque de su pueblo es más grande que la que lo separa del régimen vecino de Venezuela. Se puede decir que su energía, que no es mucha de todos modos, está enfocada en condenar a los otros países, en poner el ojo lejos de lo que ocurre en todas las esquinas para sacar réditos electorales. Y no se habla del covid exactamente, aunque se podría (del verbo podrir). Un virus que a fuerza de ignorarlo ha terminado por llevarse hasta el Ministro de Defensa. Vaya sorpresa.

La apatía del ejecutivo es difícil de explicar. Nadie lo entiende, ni su propio partido. Todos le dan la espalda, todos se ríen de él. Sus deseos contrastan con sus acciones: quiere ser el mejor amigo del Tío Sam y le miente todos los días; quiere ser un refugio para venezolanos y un infierno para los propios; se declara equilibrado pero se muestra totalitario; se sueña estadista pero nombra exclusivamente a los fanáticos del uribismo en los puestos públicos o incluso quiere crear nuevos para seguir asignando; defiende el desarrollo económico pero lo reduce a lo que digan los índices de unos pocos bancos; habla de paz pero solo compra armas, salva los ricos y abalea a los pobres. En materia de orden público, su diligencia es preocupante, a pesar de que estamos hace años demasiado torturados con el deber de odiarnos entre nosotros, no da muestras de avanzar en el proceso de paz. Su retórica, aunque pobre es violenta; aunque enfática, vacía.

Más allá, mucho de lo ocurrido con nuestras instituciones, o la caricatura de ellas, es responsabilidad nuestra. Y es probable que para las próximas elecciones incurramos en el mismo error. ¿Qué tan probable? se preguntará el lector.

Hay muchos motivos para descreer de que las cosas vayan a cambiar. Las calles, como todos saben, están llenas de gente y no precisamente vendiendo helados.

No obstante, desde la tímida y a veces arrogante posición del columnista me atrevo a anotar las siguientes recomendaciones que, por supuesto nunca llegarán a oídos de nadie importante, pero que no se necesita estudiar mucho para encontrar probada su utilidad.

El gobierno debe condenar inequívocamente los abusos de sus esbirros y secuaces, aunque sabemos que le será difícil controlarlos y mucho más sancionarlos.

Quienes acudimos a las marchas, debemos condenar igualmente a manifestantes violentos o vándalos tanto como a los mandaderos de la fuerza pública.

Los organismos de control deben recordar sus funciones, que además de independientes del ejecutivo son límites al mismo.

Cumplir con la garantía constitucional y humana de no estigmatizar las protestas ni a sus participantes, tanto desde el Gobierno como desde la ciudadanía en general.

Permitir la presencia de instancias internacionales de Derechos Humanos y acogerse a sus recomendaciones.

El Gobierno Duque le pidió al pueblo confiar en él, pero cuando se apela a la confianza del pueblo, se la ha perdido. Que lo sepa el presidente y su partido. O tal vez ya lo saben, por eso quisieran postergar elecciones. Sépalo desde ya el lector, si el uribismo pierde en los próximos comicios, no va a entregar fácilmente el poder. El modelo lo tienen en Trump: expulsado de Facebook, bloqueado múltiples veces en twitter; apoyado por ellos incluso cuando de manera ilegítima buscó la colaboración de los militares para aferrarse al poder. Parece que van por el mismo camino.

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