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Columnistas  |  09 mayo de 2021  |  12:00 AM |  Escrito por: Guillermo Salazar Jiménez

SUEÑO

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Guillermo Salazar Jiménez

Guillermo Salazar Jiménez

Cuando se quitó el sombrero mexicano y pasó sus manos por la cabeza para ordenar aquellos encrespados cabellos, recordé que había sido premio Nobel de literatura en 1990. Miraba serio. Traté de explicar que la libertad para salir a la calle y gritar los problemas, en un remedo de democracia, era más que una obligación porque los colombianos pobres y discriminados no tenían otra alternativa. Que el gobierno sordo no les daba oportunidad de expresarse de otra manera y que los vándalos eran una minoría prisionera de sus particulares intereses, distantes de los objetivos de la protesta. Pausado y con voz de poeta Octavio Paz expresó que “Sin democracia la libertad es una quimera”.

Me había acostado temprano y no dormí tranquilo porque las imágenes de los disturbios ocurridos desde el pasado 28 de abril contrastaban con la multitudinaria población que marchó en paz ofendida por la reforma impuesta. Fueron pocos los violentos que no opacaron el descontento generalizado contra un gobierno sordo, despótico y antidemocrático.

Fue un sueño renovador. Soñé con una Colombia diferente, sin lideres asesinados ni reinsertados; con menos pobres y más trabajo; educación de calidad y personal de la salud mejor pagos. En el sueño estaba reunido con varios personajes. Chesterton, al lado del maestro Paz, argumentó que “No puedes hacer una revolución para tener la democracia. Debes tener la democracia para hacer una revolución”. Intervine para decir que nuestro gobierno distaba de ser una democracia y que la marcha era protesta justificada.

Otro señor serio, de ojos tristes, que detallaba los videos de los enfrentamientos presentados por los noticieros, dijo llamarse Enrique Múgica Herzog: “La democracia no es el silencio, es la claridad con que se exponen los problemas y la existencia de medios para resolverlos”. Dije que por esa razón los marchantes no solo cantaban y gritaban, también mostraban pancartas para denunciar problemas históricos y vigentes como la reforma.

Soñé que nuestra mayor riqueza estaba en la gente trabajadora y honesta, entonces aplaudí la decisión de la gente que salió a protestar contra la reforma que violentaba la vida de pobres y necesitados de Colombia. Le pedí prestado a Walt Whitman los versos de Para ti, ¡oh democracia!, para declamar que: “queremos implantar la protesta tan frondosa como la/ arboleda a lo largo de los ríos de Colombia, al borde de/ los grandes lagos, y por toda la superficie de las montañas. / Queremos hacer inseparables a las ciudades, cada una pasando/ su brazo alrededor del cuello de la otra. / Por el amor de los colombianos. / Por el amor viril de los marchantes”.

Sentí frío, quizás llovía, soñaba con una Colombia sin virus; las fábricas a plena producción y los estudiantes riendo en salones y bibliotecas; los trabajadores de la salud reconfortados y la ciencia y la cultura sin necesidades apremiantes. Aprecié que algunos vándalos rompieron mi sueño y la voluntad de la protesta pacífica, entonces Sábato me señaló y dijo que “Muchos confunden sus impulsos con urgencias”.

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