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Columnistas  |  20 junio de 2021  |  12:00 AM |  Escrito por: Edwin Vargas Bonilla

De la literatura como forma de vida y resistencia

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Edwin Vargas Bonilla

a Carlos Alberto Castrillón, maestro.

Edwin Vargas

Maurice Blanchot, siguiendo a Roland Barthes, señala que la literatura empieza con la escritura. Esta última se distancia de la lengua hablada, que no es otra cosa que un estado histórico altamente elaborado que ubica al hombre en el tiempo y en el espacio. La escritura, en cambio, comporta una ceremonia en la que aquello que se expresa abre la puerta a un nuevo ámbito: el campo literario. De esta manera, la literatura marca la diferencia con los otros modos de expresión. Quien escribe poéticamente está inmerso en el campo literario.

Dicha diferenciación se sustenta en la actitud del escritor que se niega a limitarse a escribir bien, es decir, de acuerdo a los cánones de su tiempo que establecen aquello que puede considerarse la “buena escritura”. Por tal razón, se atreve a destruir el canon para establecer múltiples formas de escritura a partir de la escritura misma. En este sentido, escribe para dinamitar el templo sagrado de la literatura elevada a los altares y, así, buscar su propia lengua y estilo. El poeta destruye para crear: tal es el grado cero de la escritura.

Por su parte, la pregunta por la literatura extiende su rizoma bajo el campo de lo que convencionalmente se ha denominado con el mismo nombre, así como las raíces de los árboles se interconectan en el subsuelo, y se vincula con múltiples cuestiones que crecen bajo la sombra de una inquietud arcana: la pregunta por el hombre y aquello que lo hace humano.

Como pie de página, se han inundado los libros de diversas tintas: las de las ideologías, que pintan el mundo del color particular de la orilla en que se esté en torno al poder; las de las religiones, que imponen una visión de la vida en la que la esperanza se fundamenta en un más allá en el que se recibirá premio o castigo; las de la academia, que ejecutan el análisis taxonómico de aquello se supone es la realidad, sobre la mesa de disección de los conceptos y categorías.

En fin, diversos discursos se han emitido a lo largo de la historia para entender el misterio de la naturaleza humana y su relación con el mundo, sin llegar a esclarecer de manera total la dimensión que ello comporta. Las respuestas se convierten, en palabras de George Steiner, en arañazos al muro del lenguaje.

Sin embargo, la palabra ha permanecido como elemento fundamental en los múltiples esfuerzos humanos por dotar al mundo y la vida de sentido. Palabra que, desde la escritura fragmentaria de los primeros poetas-filósofos como Pitágoras y Heráclito, hasta las pretensiones de establecer sistemas totales de pensamiento como los de Kant y Hegel, ha cruzado el mar de los tiempos para alimentar en el hombre la esperanza frente al peso de sobrellevar una existencia cargada de las imposiciones que configuran el mundo en el que, azarosamente, se vive.

Palabra a partir de la cual se ha inventado la literatura como búsqueda de las posibilidades para afrontar los conflictos de lo que significa ser humanos, y como una manera de soportar los embates que implican el estar arrojados al mundo. La literatura es, entonces, además de un campo autónomo y dialógico, una forma de vida y resistencia.

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