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Cultura  |  21 junio de 2021  |  12:00 AM |  Escrito por: Administrador web

Cuento: Alas para Ligia

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Este texto hace parte del libro "Tedas cuenta que no hay nada que amar", y se publica con autorización de la familia del escritor Gustavo Rubio.

Hace frío y usted viene camino de la cita.  No se detiene, no tose, mira de pronto verla alejarse y comprobar que sus alas de cartón blanco siempre estuvieron ahí para conjurar esa larga enfermedad de nuestros sueños; verla mirar como quien quiere hacia esta ventana donde yo me limpio las lágrimas y desde la cual pienso que tal vez ha sido lo mejor para los dos; verla como nunca más la veré después de haber recorrido los arduos caminos del pasado y de haber amado las tertulias en que amigos comunes son una cortina o un álbum deshojado; era el momento de sentarme y preguntar al silencio por el pasado de Ligia. 

Sin duda alguna la primera vez que la vio ella franqueaba el último escalón del edificio donde trabajaba. Pedro la miró a los ojos y luego admiró esas piernas cubiertas con un pantaloncito de jean, de esos que más tarde y cuando decidieron vivir juntos, Ligia desechó al ver con lástima una gruesa línea morada en su pierna izquierda; él maldijo todas las líneas  y se dedicó un tiempo a frotar con todas las cremas y todas las yerbas que le aconsejaba su abuela Rosa, la pierna hinchada de Ligia.   

Cuando la vio acompañada por Lupe, una amiga común, hizo hasta lo imposible para que ésta se la presentara; Ligia era en ese momento una muchacha desgarbada, con mucha pierna y mucho corazón, que leía libros de autores locales dizque para presentar una tesis de grado en literatura, obviamente, tesis de la cual lo único valioso fue una frase con la que distinguió a uno de los escritores, a un tal Juan Restrepo y del cual sabemos que escribe poemas; luego iba todas las noches a ver cine al Yuldana, se llenaba la boca de crispetas azules y blancas, y se emocionaba tanto con cualquier escena que Pedro creyó que había conseguido novia boba; Lupe los relacionó con Los bravos del Norte, grupo de pendejitos que chupaban heroína y se masturbaban los sesos leyendo Así habló Zaratustra, Las bodas del cielo y del infierno de Blake, El paraíso perdido de Milton y los Cantos de Maldoror; claro que luego comprendieron que ni Lupe ni sus amiguitos compartían ni la décima gota de su soledad, por ello optaron hacer un tipo de pareja y se dedicaron a lo suyo, esto es, conseguir un apartamento bien ubicado y pensar si de pronto era necesario un hijo; todo lo hicieron, menos el hijo, al cual consideraron infame involucrar en una ciudad donde los ciudadanos más estúpidos gobernaban como sabios, y aún peor porque habían inventado un juego con el pasado donde el niño no sólo sería bobo de nacimiento, sino que correría el grave riesgo de ser competente para los oficios inútiles; además de que la enfermedad de la pierna, cada vez más evidente y perversa y caprichosa se la había tomado entera  sin ningún respeto ni consideración, y porque también nada más podrían realizar que la confección de las alas.   

Voy a comprar cartón para fabricar las alas, dijo Ligia, pero compra cartón blanco, dijo Pedro, y por qué no  otro material, preguntó, no, compra cartón blanco que es el de los católicos y en cuanto a otro material como podría ser el plástico, ése te llevaría por los aires como si fueses la Remedios de Gabo y yo prefiero que seas la Ligia de mi cuerpo, pesada y grave como todo lo bello. 

Ese día era sábado y Pedro se preocupó bastante porque el  tampasao, el juego que trataba de inventar para educar a los jóvenes del colegio donde enseñaba, no le daba las pistas resolutorias; teóricamente el juego debería consistir en desaprender el conjunto de normas con que la institucionalidad y sobre todo los políticos enredaban a las nuevas generaciones, además de haber embrutecido a los abuelos de comienzo de República: qué sentido tiene interpretar un himno mamón como el de Rafael Núñez, un himno tan caduco que no corresponde, línea por línea, ni siquiera al país de comienzos del siglo XX y cuando Panamá fue regalada a los gringos, qué sentido tiene ese verraco escudo y ésa histérica bandera donde el amarillo es acaso un pésimo y dolorido recuerdo, el azul de unos mares que no producen siquiera peces y sí la imagen evidente del hambre que padecen los niños, y ése rojo maldito de tanta sangre derramada para que los ricos sean cada vez más ricos y los pobres chivos expiatorios y nada más que eso; divagaba Pedro y Ligia entró con el rollo de cartón blanco. 

La de los ojos carmelita fue a buscar tijeras, pegantes y demás útiles; sobre la mesa comenzaron a trazar con ojos de  díngrafo  las  versiones de inicio para las alas y discutieron los números: a igual distancia, igual velocidad, dijo Pedro, a conciencia sin alternativas, creencia y miedo le son afines, señaló Ligia, Pedro se ofuscó porque estamos hablando de números y no de sociedades arcaicas, pero los números no existen sin las sociedades, respondió la del pelo corto y ondulado. 

Pedro se acercó y la besó con la comodidad de hacer algo importante y dijo hágase tu voluntad. Ligia rayó sin compasión, cortaron los números y colapsaron la sociedad mítica, unieron los pedazos y otro beso, un pedazo de cartón y pegante y a Ligia le dolió la pierna.

Pedro le administró auxilios sin pases mágicos ni susurros extraños y dijo tampasao, Ligia se levantó, mordió la manzana y dio de comer a Pedro, éste lanzó un madrazo de alegría y sentó a Ligia en el sillón de mimbre, cerró las alas con un tirón de caucho negro, la abrazó y la cubrió con las alas para que volara lejos y olvidara los números, las palabras, las sociedades secretas y la desnudó sin paraíso en toda la extensión de la cama, y alguien llamó a la puerta. 

Era Lupe que venía a almorzar con nosotros. Trajo un pez de dos metros y un galón de agua destilada dizque para atacar microorganismos, estuvimos riéndonos de sus vagos temores y poco faltó para que Ligia le echara ají  con agua de llave para morirnos de la risa. 

Lupe era una muchacha algo candorosa que trabajaba con Ligia en asuntos de orden jurídico, solía visitarnos a menudo y le encantaba todo lo que compartíamos, menos los chistes; en temas arcaicos era respetuosa y hasta llegamos a creer que no perdería la virginidad a menos que se casara un día de estos. 

Postergamos la inauguración de las alas para el día siguiente, sabiendo que ahí no terminaba la cosa, y que la enfermedad de la pierna y aquello del tampasao se hallaba en veremos, pienso ahora mismo que sentado rememoro. 

Pero no me dejo llevar de los recuerdos y comienzo a desempacar los libros, las ropas, en definitiva Pedro no se va del hermoso apartamento; algo hará, se dice con coraje, para ahuyentar al fantasma de Ligia que ronda en cada rincón, en cada palabra, qué carajo.  Insiste con un poema y tal parece todo es alas, tampasao y esa línea hinchada en su pierna, cómo jode la vida.   

Y cómo sigues de tu pierna, preguntó Lupe, lo mismo, respondió Ligia, y se frotó el delicado muslo mientras Pedro limpiaba los muebles y el polvo penetraba imperceptible por todos los poros: en realidad la enfermedad era sólo el pretexto para dirigir los detalles y las palabras hacia algunos rincones bastante oscuros de la ciudad, fue obvio que cuando inventaron la línea de la pierna, hubiese aparecido el concepto tampasao, que por supuesto poseía su propio marco de referencia, las categorías correspondientes y una teoría de argumentación que sin caer en la moda lúdica, también jugara aunque del modo en que lo hacen los procesos de aprendizaje ante la arbitrariedad de las normas y los tabúes; Ligia dijo línea extraña de la pierna e ipso facto Pedro respondió, línea de una ciudad en la que se vive, donde se atesoran las palabras y las cosas, huele a tinto, Ligia, y ésta se levantó cojeando y dijo línea del café y el comercio producen la ausencia de una industria que dé identidad a esta región; Lupe no entendía y optó por levantarse disgustada, quería irse, a mí no me gusta que ustedes hablen pendejadas, dijo, y Ligia se le acercó solícita con la taza de café, perdónanos por inventar juegos, su mano fue hasta el hombro de Lupe, una caricia desligada de lo mágico y Lupe supo que aquello no era el lenguaje de su sociedad y sí la prueba reina de algo que tramaban el par de amigos puesto que la cama ocupaba siempre el mismo lugar, y que tal vez lo único que cambiaba en aquel antro de razón eran los tres mundos de Popper, el café que nunca sabía a café, el pensamiento que se apoderaba  de aquella ciudad a punto de reventar no del malvivir para muchos sino de las palabras de éstos dos y cruzaba sin alas ante la estupidez reinante que se criaba intonsa y lerda como una imagen primigenia; es que sus palabras me sacan del lugar donde habito, dijo Lupe, ven vamos a preparar el pescado y dejemos a este par de locos guardados por ahí, afirmó Ligia la de la nariz respingada y los pechos blandos. 

Les presento a Harold, dijo Lupe, mucho gusto, saludaron Ligia y Pedro, sentados esa noche en una taberna, El regreso de Heráclito, que estaba de moda en la ciudad, y a la cual acudieron más por los ruegos de Lupe que por otra cosa, pertenece a Los bravos del norte, que se dedican a la universidad y al rock metalero, agregó Lupe, pantalón a la rodilla y anteojos, hablaron de sus muchos proyectos y finalmente Harold se inclinó por el proyecto de no querer saber nada de la vida siendo ésta una marranada, Lupe se enojó con el muchacho y le dibujó la línea de todo metalero desculturizado, vaya a saber si no termina de bazuquero y existencialista como los otros, Harold se marchó al instante y Pedro pagó la cuenta. 

Salieron del sitio y algo le dijeron a Lupe, que apenas volvió a visitarlos hasta este sábado de alas y pescado.  Esa noche Lupe los acompañó por las calles de la ciudad, una que otra cerveza en alguna discoteca, algún amigo que se cruzaba por ahí. 

El almuerzo estuvo a eso de las tres, un buen pedazo de pescado con pan y papas, algo de arroz y jugo de ahuyama. En realidad no era mucho lo que había que hacer, Pedro era profesor de secundaria, preparaba clases los domingos en la noche, lo hacía con rapidez y sabiduría, la calidad de lo que se dice y hace en un colegio de nuestro país se orienta en bancarrota, el gobierno de turno presenta estrategias y éstas tienen la facultad de garantizar sobre un previo estatuto la pobreza del producto que se ofrece, esto es, tenemos reglas de juego, jugadores, tácticas, jugadas, pero en absoluto nada que aprender, Pedro argumentó y Ligia se sonrojó mientras Lupe prefirió callar y comerse una papa con arroz y viva la música. 

Era evidente que a nadie le importaba un rábano la más mínima crítica sobre el modo de vida en la ciudad, era evidente y de mal gusto cuestionar al gobernador o a la alcaldesa por elevarse los salarios, nefasto era también deducir que tipos incompetentes orientaran a los demás ciudadanos, y peor que los ciudadanos estuvieran de acuerdo y los eligieran, nada había por hacer frente a esto que Pedro paró unos años el proyecto del tampasao para no morirse de hambre en la cárcel de la estupidez oficial.  

Música, música, gritó la Lupe, qué quieres escuchar, dijo Ligia, boleros, susurró la del largo pelo y anteojos.  Pon rancheras, dijo Pedro con gesto de cómplice.  Y bueno, ahí estaban esos locos del norte;  qué hacer si Lupe lo había organizado 
todo, ahora sería esperar que nada pasara en el apartamento; fueron llegando con sus amadas y sus raros atuendos de muchachos in, se sentaron donde pudieron, abrieron las botellas de vodka y brandy y bebieron en vasos desechables, bailaron al son del rugido pop, rock fuerte como una tormenta en altamar y demás lamentos de la época, y por fin los vecinos acudieron a quejarse, qué pasa que no nos dejan dormir, se acabó el mundo o qué, y Pedro les respondía que ya casi se iban, cosas de juventud señora Dora, esto no volverá a pasar don Julio, ojalá dijo el calvito y se marchó envuelto en una ruana café; los muchachos se arrastraron y bailaron en esa posición para no hacer ruidos, bajaron volumen al aparato pero la estancia se fue llenando de humo y de otros olores, por lo que Lupe relinchó entre nubes de rabia y se trepó al caballo de su huida y mandó a la mierda a sus amigos porque eso no se hacía en casa humilde y dulce. 

Empaca los libros en bolsas de aquellas, empácalos tú que yo voy a desarmar los muebles, quieres que yo lo haga todo, dijo Pedro enfadado, haz lo que te dé la gana, respondió Ligia, y fueron sacando todas sus pertenencias, escalón tras escalón, que no se fuera a romper nada y si no te lo cobro, deja las palabrotas que se van a enterar los vecinos, ahora se irían a casa de barrio, qué jartera.   

Llegaron y dejaron las cosas en admirable desorden, es hora de dormir y tiraron el colchón pero Ligia no estaba de humor para tirarse con ese hijueputa que la tenía con ganas de matarlo; Pedro dijo que los asuntos no eran así y ella se cerró en la línea de su pierna, acomodó el tapete, buscó una cobija en aquella bolsa negra y dijo antes de ir por una almohada, Pedrito te vas a acordar de mí. 

Tampasao: juego que consiste en ir tras los orígenes y no quedarse con ninguno; juego educativo, a la vez que es una botadera de corriente; línea de la pierna: juego que consiste en crear mapa según tu pierna, mapa urbano, y quedarme con ninguna línea y sin tu pierna. 

Hora de las alas: jornada en que separamos los cuerpos y las cosas y Ligia se pone las alas y yo la veo largarse desde la ventana, chupándome los mocos. 
Fue un largo período el tampasao en aquella casa de suburbio con ventanas que daban al oriente, Pedro y Ligia en sus respectivos quita tiempo, como llamaban al trabajo y sus máximas pegadas en las paredes y que nombraban sociedad sin alternativas hasta línea sexual regada por los cuerpos sin retorno del mundo; llegaron a alborozarse cuando pintaron al óleo un cuadro de trazos infecundos que no se parecía a ningún otro cuadro, y al que nominaron Nuestro bello amor, para luego pasar días de locha ofreciendo el descaro de no ir al trabajo y limpios de trapos dedicados a embadurnarse con barro hediondo los sexos y las caderas y masturbarse en las noches de lluvia, para dejar sus productos en dibujos de tinta negra donde se erguía la creencia y el horror emergía de las paredes y luego el colchón para desquitarnos sin sueños de todo el tiempo perdido que es la vida.

Sin embargo les fue doliendo la conciencia de saber que una imagen del mundo garantiza la identidad de una región o de un individuo o de una pareja, de tal manera que la imagen descentrada que les corroía ahora no estaba como para expulsarla porque sí, y qué tristeza porque les encantaban los fetiches de los artesanos, la búsqueda de la identidad perdida y el perder tiempo simulando fogatas y amores con la naturaleza, ignorando que vivían en pleno siglo XXI y no había modo de chillar por el pasado como paisas de ruana y aguardiente y mil tangos; que eso lo pensaran Márquez, Mejía Vallejo y Robledo Ortiz, era obvio, pero no ellos que no querían retornar a raíces o fundamentos, todos ellos reaccionarios, vinieron hasta ahora a saberlo en este galimatías de iglesia, Estado, nación, normas educación, represión, tabúes y demás condimentos del marco institucional, que más semejaba a un circo de bobos que a una civilización que produce y crea. 

Eres romántico, no, por qué, porque lo romántico no nos pertenece en tanto que cultura actualizada, el romanticismo es cultura derivada, tradición detenida y fijada como norma, antro del sentimiento, vuelta al origen ambivalente, imagen cerrada y violenta, ideal de una entrega amorosa con el mundo y con lo amado en un mundo  donde  no  hay  entrega  y  lo  amado  es  un  elemento  de  la estrategia particular, dijo Pedro y agregó, eres incapaz de amar, cuestionar el romanticismo no implica incapacidad de amar, el romanticismo español no ha sido sino una reducción del romanticismo real cuyo producto, la pasión religiosa, ha transgredido nuestra identidad, a la vez que nos ha ubicado en occidente desde la perspectiva del sujeto consigo mismo; explicas muy bien, pero yo no entiendo, dijo Ligia, no creo en lo que dices, dijo Pedro, claro que entiendes, lo que pasa es que te cuesta admitir lo que entiendes muy bien. 

Y de ese modo la veo perderse entre la bruma de los árboles, de ese modo me veo perderme, aquí sentado en esta tarde o bajo este cielo; ha sido muy difícil olvidarte, Ligia, Ligia de mis alas. 

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