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Columnistas  |  21 julio de 2021  |  12:00 AM |  Escrito por: ÁLVARO MEJÍA MEJÍA

QUINDÍO, TIERRA DE POETAS (TERCERA ENTREGA)

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ÁLVARO MEJÍA MEJÍA

Por: ÁLVARO MEJÍA MEJÍA

 

Baudilio Montoya Botero nació el 26 de mayo de 1903 en Rionegro, Antioquia, cuando finalizaba la Guerra de los Mil Días y por la época en que Colombia perdió a Panamá.

A pesar de ser oriundo de Antioquia es considerado un portaestandarte de la cultura del Quindío y, particularmente, de la Villa de Cacique. Ha sido llamado “El último rapsoda”, título que apareció por primera vez en un artículo publicado por el escritor Gustavo Páez Escobar en el diario El Espectador.

Sus padres, Nacianceno Montoya y Zoraida Botero, hicieron parte de la gesta que se denominó “la colonización antioqueña”.

Baudilio contaba con escasos 3 o 4 años, cuando salió en compañía de su familia de su natal Rionegro (la tierra de la Constitución de 1863) hacía Calarcá, heredad de don Segundo Henao, que había sido fundada en 1886 y que, por aquellas calendas, era un pequeño caserío que hacía parte del Estado Soberano del Cauca y que, posteriormente, en 1908, fuera anexada al Gran Caldas.

Ese tránsito de Rionegro al Quindío tardó unos 15 días por caminos todavía incipientes. La familia Montoya Botero, conformada por los padres y 8 hijos, llegó en 1906 a la vereda La Bella de Calarcá y se radicó en La Cabañita.

Se cuenta que, de niño, Baudilio escribía debajo de la cama. Al parecer sus primeros textos fueron conservados por su abuela.

Se hizo maestro de escuela en Córdoba, hoy municipio de la cordillera quindiana que, por aquel tiempo, pertenecía a Calarcá. Allí conoció a Julia Soto, su futura esposa, que era oriunda de Marulanda, Caldas. Con esta dama formaría un bello hogar con nueve hijos. Siete hombres (Nelson, James, Jairo Hugo, Iván, Ariel, Darío y Edgar) y dos mujeres (Sonia y Lucero).

Se caracterizó por su civismo y liderazgo en favor de las causas sociales. En 1955, hizo parte del concejo administrativo de Caldas, desde donde abogó por el sostenimiento del ancianato de Calarcá y algunas obras de desarrollo para su ciudad.

Orador, bohemio y declamador. Fue columnista del Diario del Quindío y el semanario El Faro de Calarcá, donde publicó muchos de los poemas que hoy hacen parte del cancionero lírico popular de la región.

El 6 de diciembre de 1952 fue coronado en acto solemne en la plaza de Bolívar de Armenia.

El escritor y periodista Héctor Ocampo Marín (q.e.p.d.) escribió en “Breve historia de la literatura del Quindío”: “sencillo hombre de ambiente provinciano, que amó sin límites a su tierra y a sus gentes, y que supo ser feliz con solo sentir y ver la felicidad de sus conciudadanos. Su voz personalísima por su estremecida identificación romántica se recuerda aún con hondo cariño por todos aquellos que escucharon con trémula parsimonia la secuencia de sus estrofas en las grandes horas del pueblo quindiano.

Su primera obra poética la denominó Los lotos. Allí recogió gran parte de los poemas que eran ampliamente conocidos en la región. Le seguirían Canciones al viento (1945), Cenizas (1949), Niebla (1953), Antes de la noche (1955) y Murales del Recuerdo

El crítico Jaime Mejía Duque, por su parte, escribió sobre la obra de Montoya: “Con ostensible coherencia estética y moral siguió siendo romántico y braceando como tal por entre los desajustes y las fisuras de una modernidad que definía ya las avanzadas literarias de América Latina. Aseveración que permite validar y releer desde el contexto la obra producida por un autodidacto, que nació, creció y expresó sus vivencias en una Colombia que aún no iniciaba su tránsito definitivo de lo rural a lo urbano. No aparecen en la obra de Baudilio Montoya - no podrían aparecer sin sonar a impostación, a falsedad, a producción libresca, a ampulosa retórica - las angustias del hombre urbano, citadino, pero si una concepción metafísica que le permite acariciar desde la realidad vegetal que lo circunda una relación profunda con el cosmos.

Ciertamente, la poesía de Baudilio es de corte romántico elegíaco, que recoge materiales pueblerinos y provinciales con un exquisito sabor bucólico y eglógico. Está allí lo vernáculo con elementos literarios primarios, simples, pero de un hondo sentimiento que logra conmover las fibras populares. Como dice Ocampo Marín, “es balada ocasional y poema amasado con simples levaduras de sentimentalismo y angustia sin originalidades extravagantes ni gazmoñerías retóricas, pero sincero y persuasivo.”

El profesor de la universidad del Quindío, Carlos Alberto Castrillón, escribió sobre su poesía: El solar es el espacio de sus versos, el ámbito de los recuerdos que alegran el dolor, el lugar de la cotidianidad. Es el sol, el campesino con su carreta, la mujer en su diaria labor, las estrellas que apenas se asoman y el crepúsculo como una “opulenta catedral en llamas”. Pero es también el atardecer, no solo como el último aliento cromático de sol, sino como la puerta de entrada a los misterios nocturnos. Es el árbol que crece con la savia de los muertos, y desde el cual el alma puede asomarse de nuevo al mundo. Son las cosas en las que se hace perenne la memoria de los muertos. También señala Castrillón: El magnetismo natural de su persona y la presencia en su obra del sentir conjunto de un pueblo, lo convirtieron en el poeta más popular entre nosotros. Ningún poeta quindiano ha sido tan conocido, admirado y leído, ni sus versos aprendidos por todos como los de Baudilio Montoya.

En sus poemas está la nostalgia del caminero: “Ah, caminos de mi tierra / caminos hoy sin amparo / caminos ayer tan buenos / pero ahora tan amargos / caminos por los que viví / y por los que ahora estoy llorando / Y donde tantos caerán / al comenzar el ocaso / como cayó sin saberlo / José Dolores Naranjo.” / (Poema José Dolores Naranjo). La melancolía quema como una llama ardiente. Hay un grito desgarrado, saudade, como dicen los portugueses: “Con ancho lote de angustia / y bajo un cielo de invierno / va el corazón avanzando / camino de Montenegro / Yo no se que es lo que se siente, / pero le duele un recuerdo.” /

Euclides Jaramillo Arango dice: “A mí me gusta porque sus versos saben a piñuela madura, huelen a pasto recién cortado, titilan en un ambiente de mejorana y de tomillos y llevan todo esto que entre nosotros es más bello, desde el cantar de la chapolera por las faldas del cafetal de abajo hasta el grito del ordeñador que recoge las vacas en las frías mañanas del río arriba salentuno (…). Me gustan porque son dulces como el natilla de las nochebuenas nuestras, como el arequipe caucano, como la panela cerrera.”

Luego de esparcir sus versos por caminos, corregimientos y veredas del Quindío, el último rapsoda alzó su vuelo hacia la eternidad, un 27 de septiembre de 1965.

Como homenaje póstumo, el Comité Departamental de Cafeteros del Quindío, editó una antología de su obra poética con el título “Baudilio Montoya: Rapsoda del Quindío”.

Cuando se transita por la vía que de Calarcá lleva a los municipios de la cordillera se encuentra uno con el corregimiento La Bella, con la escuela Baudilio Montoya y con el parque en donde hay una valla en donde se lee: “Parque monumento al poeta quindiano Baudilio Montoya, como testimonio a su obra literaria.” Allí se encuentran las cenizas del poeta con una placa conmemorativa, y debajo de un árbol, como el mismo lo clamara: "Dadme un árbol amado cuando muera.... ".

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