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Cultura  |  03 enero de 2018  |  02:14 AM |  Escrito por: Rubiela Tapazco Arenas

Crónica: Trabajando bajo la lluvia

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Crónica: Trabajando bajo la lluvia

A razón de ser un vendedor ambulante que solo quiere trabajar, el protagonista de esta crónica pidió no salir en las fotos.

Por Robinson Castañeda

Tarde parcialmente nublada en Armenia. Aún sin pronóstico claro de lluvia siendo las 5:00 p.m. Dos días antes a esa misma hora la ciudad estuvo pasada por mucha agua. Esta vez y como un cazador esperando pacientemente su presa, Carlos Aurelio Daza espera a que esas pequeñas y esporádicas goteras que empiezan a caer y amenazan con un aguacero, se conviertan en muchas, para así salir bien librado en el día de trabajo vendiendo lo que ofrece: Sombrillas.

En esta labor Carlos Aurelio lleva 3 años, pero en realidad se dedica a la vida de vendedor ambulante de muchas otras cosas desde hace 18, siempre en las calles de la Ciudad Milagro. Podría decirse entonces que es ya un mayor de edad en el oficio de rebuscarse ofreciendo lo que esté acorde al momento y ocasión, pues comercializa de todo o casi todo, no solo sombrillas en tiempo del fenómeno de la niña. Por ejemplo entre enero y febrero, si no hay lluvias, vende cuadernos porque es época escolar. Pero en los fines de año para un 31 de diciembre ofrece incienso, uvas o trigo para la prosperidad empacado en bolsitas. Y aunque generalmente lo suyo son los libros y antigüedades, en esta oportunidad ofrece lo indicado a quienes quieren evitar mojarse en plena calle.

Carlos Aurelio cuenta que es un método sencillo de venta porque todo está dado y es la necesidad a la que él le da una solución. Para esto se sabe preparar bien. En la mañana o al medio día está pendiente del cielo para más o menos saber si llueve o no. Entonces se para y pregona en cualquier esquina cuando ya la lluvia es todo un hecho. Cuenta que si no lo hace es más complicado que la gente sepa qué ofrece porque muchos comienzan a ir de afán antes de mojarse del todo. Los precios y variedades oscilan entre los 5 mil pesos, las sombrillas más baratas, y 25 mil las más finas, que son las únicas que tienen garantía. Todo depende del varillaje con el que esté armada y el tipo de tela si es gruesa o delgada.

Agosto en diciembre

El protagonista de esta corta historia no considera que vender sombrillas en plena lluvia sea hacerse el agosto, como dicen popularmente, pues la competencia es tanta, que otros ofrecen productos más baratos y de menor calidad.

Carlos Aurelio cuenta que su gran día, de todos los años que lleva vendiendo sombrillas, fue el pasado 30 de diciembre. En ese aguacero se vendió cerca de 50 en menos de 3 horas, cuando el promedio es de 25 por jornada completa.

“Yo no daba abasto. Eso terminaba, volteaba, vendía y hágale. Volvía a surtirme a la bodega y regresaba al momentico con las manos vacías por más mercancía. Nunca había vendido tantas sombrillas como ese día en tan poco tiempo. La gente no hacía sino comprar y lleve. Casi ni preguntaban por el precio”.

La paradoja y la anécdota

Pero no siempre es así de buena la venta. Cuando llueve con viento fuerte, Carlos Aurelio comenta que ya ahí la gente prefiere esperar a que escampe porque de lo contrario se emparama. Él por su parte escoge no exponer su mercancía porque se daña. Entonces esa es la paradoja. Llueve pero no vende.

En cierta ocasión, cuando las más baratas eran las sombrillas de 5 mil, en medio de un aguacero muy fuerte una señora le ofreció 3 mil por una pequeña. Él le respondió que en menos de 4 mil no se la dejaba y al final de la negociación la mujer le dijo que le daba mil pesos si la pasaba a la otra calle. Carlos decidió llevarla gratis y en la mitad de la calzada la sombrilla con tanto viento se dañó por completo y ambos quedaron lavados de pies a cabeza.

Oficio aprendido

Y eso de vender de todo un poco, viene como una herencia de su papá quien tenía un puesto de verduras en la antigua galería de Armenia. Carlos, viendo la forma como este trabajaba, fue aprendiendo los gajes del oficio y se quedó también como vendedor. Sabe que ya a su edad, poco más de 45 años, nadie lo va a contratar en un trabajo estable y con garantías de salud, pensión y prestaciones, por lo que considera ya tarde pretender ser un asalariado.

Aunque reconoce todas las desventajas de rebuscarse en las ventas y ser informal, también entiende ciertas libertades que posee respecto a otros empleos formales y no se queja de su condición laboral como vendedor itinerante, pues le tiene el ritmo a cada cosa que pueda ofrecer y resumiendo dice lo siguiente:

“Hay días buenos y malos, entre todos se van compensando y uno logra sacar para suplir necesidades y cumplir con las responsabilidades. Eso sí, hay que salir a rebuscarse la plata porque nadie va a ir a la casa de uno a tocarle la puerta y ofrecerle trabajo. Eso no pasa”.

Cuando terminó de hablar y contar parte de su historia, vuelvió y miró al cielo de reojo para adivinar el pronóstico de lluvia y ver si había o no venta de sombrillas esa tarde, pero todo indicaba que no hubía suerte como en otras oportunidades, porque al fondo, en la cordillera se podía ver el arco iris.

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