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Cultura  |  05 enero de 2018  |  02:02 AM |  Escrito por: Robinson Castañeda

Crónica: Toño y su pequeño mundo

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Crónica: Toño y su pequeño mundo

El pueblito paisa solo hace su aparición en la Plaza de Bolívar durante las Fiestas de Armenia y el mes de diciembre.

En un pequeño mundo de un metro de ancho por 70 centímetros de largo conviven en aparente armonía, aunque en desproporción total de medidas, varios personajes que se dedican por orden de su creador a diferentes labores relacionadas con el campo. Se puede apreciar a un hombre barbado y con sombrero que tiene en su anzuelo un pescado de caucho que sacó de un lago de vidrio. Al lado hay una mujer y una niña que parecen ser parte de la familia y tienen el mismo tamaño.

Más al fondo está la imitación de una Barbie que salió mal librada de su divorcio con Ken, y ahora trabaja moliendo maíz para las arepas plásticas en un horno sin fuego que manipula otra muñeca igual a ella. La bella dama no parece tenerle miedo al pollo gigante que está a su lado como una mascota.

También se ven hombres que parten leña, un sacristán dentro de la iglesia que toca y toca sin descanso unas campanas que no suenan, y cerca de este, hay unos campesinos que tuestan granos de maíz del tamaño de sus manos. Todos ellos se detienen cuando Toño, su dueño, apaga los interruptores eléctricos que les generan movimiento, porque ya ha comenzado a brisar en el centro de Armenia y se puede generar un corto circuito.

¿Y quién es Toño? Es un hombre de 69 años que no quiso decir nombres ni apellidos:

“Simplemente dígame Toño, a secas”.

Amable pero muy silencioso, se dedica a vigilar su obra para que los niños que se maravillan ante tanto movimiento y curiosidad, no terminen dañando el trabajo con el que se gana unos cuantos pesos desde hace 35 años. También le presta atención a la vasija en la que los transeúntes depositan sus aportes voluntarios, pues en días pasados cuando tenía ya algunas ganancias del día, esta cambio de dueño y nadie vio nada.

Vale decir que “El pueblito paisa”, como Toño lo llama, solo hace su aparición en la Plaza de Bolívar durante las Fiestas de Armenia. Luego él lo guarda porque se pone malo el trabajo y vuelve a exhibirlo desde el 7 de diciembre hasta el 8 de enero. Así es la rutina de todos los años porque es la mejor temporada.

Los demás meses Toño obtiene sus recursos económicos con un carro que le renta a niños menores de 11 años, pero que solo él maneja o mejor, jala desde una bicicleta en un recorrido corto que no se sale del perímetro de la plaza, y todo por mil pesos las 3 vueltas.

Cuando fundó el pueblo:

¿Y cómo logró construir ese pequeño y llamativo espacio, tan lleno de colores y lucecitas que prende después de las 6 de la tarde? Cuenta que le tomó cerca de 4 años hacerlo realidad. Eran comienzos de los años 80 y aunque nunca antes había trabajado manualidades, electricidad y demás menesteres que se hacen necesarios en la labor, la idea le vino en caída libre. Entonces con esfuerzo y sabiendo que podía darle beneficios, logró darle forma con el tiempo. 

Inició ensayando y armando muchas veces cada cosa, para que tuviera movimiento con motores de pasa cintas, radios viejos, circuitos, pegantes, cables, pedazos de madera y otros secretos de la casa que no quiso contar, hasta que por fin y luego de varios intentos, cuando había algo para mostrar, lo dio a conocer al público y fue en su momento todo un éxito.

Los presupuestos:

Cada año les cambia algunos lugares a los personajes del pueblo. Mete muñecos nuevos a las casas que no son proporcionales en tamaños, pero eso es lo de menos. Lo que interesa es que pocos transeúntes que pasan por el lugar, son indiferentes ante este espectáculo artesanal del rebusque.

Las ganancias son todas justas y necesarias porque hay que sacar para el parqueadero en las noches. También lo de los pasajes de bus hasta el barrio génesis donde vive Toño, quien además agrega.

“La plata recogida en la vasija se va en los servicios de la casa y la comida. De pronto tocá comprar un repuesto, un motor de segunda. Gastos hay por todos lados”.

El fugitivo:

Nuestro protagonista en esta historia cuenta no haber estudiado porque se escapó de la escuela cuando tenía 6 años, ya cansando de los severos castigos que le daban los profesores.

“Llevaba apenas 3 semanas en primero y me volé por una ventana. Me daban muy duro”.

Entonces aprendió a leer y escribir porque su mamá no tuvo más remedio que enseñarle con mucha paciencia lo que pudo. Desde entonces nunca más regresó a un salón de clases.

El trabajo:

La jornada empieza para Toño y sus obreros desde las 10:00 a.m y va hasta las 8:30 p.m, y contrario al vendedor de sombrillas que nos relató su historia en días pasados, en este caso la lluvia es uno de los peores enemigos del espectáculo. Y no es para menos ya que las conexiones eléctricas son la base de que todo tenga vida artificial  y el agua podría echarlo a perder.

Es por eso que los trabajadores, luego de una extenuante jornada, se quedaron quietos ante la orden de Toño al momento de apagar los motores, pues empezaba a brisar muy fuerte en Armenia. Sin otra opción ante el mal clima, nuestro personaje guardó las monedas de la vasija en el bolsillo del pantalón y se fue arrastrando su carga hasta el alero del edificio de la gobernación donde se resguardó del agua a esperar que dejara de llover. Es evidente que a ese pueblito paisa tambien le hace falta ponerle un sol.

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