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Cultura  |  12 septiembre de 2021  |  12:00 AM |  Escrito por: Edición web

Hijos del Monzón

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Por Hugo Hernán Aparicio Reyes

Tomo de manera literal la coincidencia, el hecho sincrónico que me ha traído a las 291 páginas impresas por Kailas Editorial (2007). Un Ángel -nombre real de quien recomendó la lectura- de biblioteca puso en mis manos el libro varios días antes del horrendo episodio final de la presencia gringa en Afganistán, país más que conocido por el autor, objeto de estudio, abordado en ilustrativo capítulo del libro.
No son precisamente los de Hijos del monzón relatos de viajero clase turista, de trotamundos u osado aventurero. Más que distraerlo, buscan despertar curiosidad en el lector "occidental"; formar criterio, indagar, cuestionar, dar pinceladas algo más finas que las de visitantes casuales "plan todo incluido", a imágenes humanas, sociales, sobre lienzos de crónica literaria-periodística, tomando en cada caso uno o varios personajes emblemas de la región, nación, o coyunturas históricas aludidas. Los escenarios tienen en común el vasto, densamente poblado y complejo mundo del oriente lejano, cruzado por el fenómeno climático que sirve de título al libro, determinante en buena proporción de su discurrir económico-social.

Por los años noventa, David Jiménez, periodista del diario español "El Mundo" -fue su director general entre 2015 y 2016-, actual columnista del New York Times, inquieto por la estéril reclusión en las oficinas centrales en Madrid, donde inició su carrera como pasante, lejos de acontecimientos que prometían modificar el orden del globo, entre estas la primera Guerra del Golfo, declarada por más de 30 países, liderados, cómo no, por Estados Unidos, contra la invasión del Irak de Sadam Hussein a su vecino Kuwait, pidió a la dirección ser asignado como corresponsal permanente en las lejanías del este. Resultado de años de trasiego por sus países, tomando el pulso a regiones y naciones en explosiva transformación, en la búsqueda de historias reales, desde luego matizadas con geografía, historia, política, entre otros ingredientes, expuestas en prosa de resaltable calidad literaria, es la serie de crónicas en reseña.

El encargo del empleador de entonces concedía credenciales y holgura financiera suficientes para su desempeño. No se crea que estrecheces materiales lo asediaban en continuos desplazamientos aéreos, en su sede permanente, primero en la caótica Hong Kong, recién asumida la nueva soberanía china, luego en otras coordenadas, en los Marriott o alojamientos de similar categoría. Obvio, en cada capital o lugar de trabajo requirió y tuvo transporte local, traductor -si fue necesario-, y logística adecuada. Aun así, confeccionar material de interés, pertinente en cada ocasión, para directores de medios y exigentes consumidores europeos, en un marco ético, sin artificios ni subterfugios, atenido a los crudos hechos, en la entraña de guerras, revoluciones, conflictos, de naturaleza y magnitud impredecibles, sin renunciar a su propia óptica, cuando se ponen en juego convicciones o afinidades políticas, es de veras meritorio. A propósito, dos notas al margen dan idea del riesgoso compromiso: cuando en algún momento, por circunstancias personales, Jiménez consideró agotada su corresponsalía en la zona, renunció; la dirección del periódico asignó a Julio Fuentes para suplirla. Él, Fuentes, junto con tres colegas, se arriesgaron a contratar un transporte terrestre para llegar a Kabul, en plena expansión del primer dominio talibán. Los cuatro fueron asesinados en un desfiladero. El único afgano del grupo clamaba: ¡Somos periodistas, no estamos de parte de nadie! Fue inútil. Otra anotación: por gracia, el autor que nos ocupa parece alineado - no alienado- con el parecer occidental sensato, ajeno a sectas de cualquier orden. ¿Imaginan un podemita, un fan de Pablo Iglesias, el defenestrado líder de la extrema izquierda española, en su lugar, justificando el asesinato del colega? Recordemos... a las guaridas del narcoterror, que con crueldad inaudita golpeaba campos y ciudades colombianas, llegaban "corresponsales de guerra" de prestigiosos medios europeos, dispensando a la delincuencia trato de víctimas, de fuerza armada legítima, condenando de paso la acción de la autoridad instituida.

La trayectoria profesional y literaria de David Jiménez incluye trabajos de reportería para publicaciones como The Guardian, The Sunday Times; medios audiovisuales, como las cadenas CNN y BBC, y otras obras bien recibidas por lectores y críticos: El botones de Kabul, El lugar más feliz del mundo, y El director, donde recrea sus experiencias al frente del periódico donde laboró. De resaltar igualmente la mención de la Universidad de Harvard a Jiménez como uno de los más notables periodistas del mundo, acreedor por ello a la beca Nieman.

De regreso a las páginas de, Hijos del Monzón, convertido en clásico de su modalidad, objeto de estudio y análisis en facultades de comunicación y periodismo, el cronista aborda aspectos como la miseria endémica de Bangladesh, castigada siempre por el duro régimen de lluvias, por la letal proliferación del sida; con una dinámica poblacional y de migración interna que agudiza los problemas; el boxeo infantil en Bangkok, Tailandia, monstruosa forma de agresión y explotación de la niñez; la vida de comunidades entre las montañas de basura de Manila, Filipinas, otrora colonia española, capítulo en el cual rememora las funestas épocas del matrimonio Marcos y la frustración popular por el fracaso en el gobierno del ex-actor de la TV, Erik Estrada. Teddy, titula la crónica referida a Indonesia, al origen histórico de esta particular nación conformada por miles de islas, la serie de gobiernos despóticos que han coartado libertades, cometido todo tipo de abusos, de arbitrariedades, imponiendo un orden en el cual el país prospera y brilla en muchos aspectos, pero a altísimo costo en cuanto a dignidad humana. La tragedia de la minoría hazara, de inconfundibles rasgos faciales mongoloides, en territorio afgano, perseguidos con saña por su adscripción a la fe musulmana chiita; la espera de la inevitable retaliación norteamericana contra el régimen afgano tras el ataque a las torres gemelas, la subsiguiente guerra; el Tibet, bajo la prolongada ausencia de su líder espiritual, el Dalái Lama, exiliado en India luego de la apropiación por parte de China del territorio tibetano, morada de la milenaria teocracia, la entrevista al Dalái en su actual refugio; los niños mongoles de poéticos nombres, quienes hicieron de las alcantarillas de Ulan Bator su propio feudo; la incursión del periodista disfrazado de comerciante, a los dominios de la dinastía, dueña de facto de Corea del Norte, el proceso que llevó al desmembramiento de la península, tras la segunda guerra, el desespero de los norteños por conocer la libertad y las comodidades de sus hermanos...

Fracción aparte y alusiones insertas a lo largo del texto, mereció el tema de China Popular y de sus carnales Formosa o Taiwan, y Hong Kong. La carrera artística de una pianista prodigio y el extravío definitivo de un infante entre la multitud en la zona fronteriza, sirven de pespunte en la confección del relato acerca del gigante y de sus inciertos pasos hacia la anhelada supremacía; el tránsito de la hambruna que cobró millones de víctimas, a la relativa prosperidad actual, con su carga política y económica, bajo un esquema de sometimiento colectivo y el libertinaje de grandes corporaciones. Dudo que alguien tenga la paciencia suficiente para seguir estas líneas. Me contento con motivar la lectura de la obra.

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