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Cultura  |  12 septiembre de 2021  |  12:00 AM |  Escrito por: Edición web

La poesía de Álvaro Mejía Mejía

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Por: Jaime Hoyos Forero

En abril de este año, 2021, Álvaro Mejía sacó a la luz una nueva edición de su primer libro, escrito hace 29 años, tiempo durante el cual ha publicado 17 más, y nos advierte ahora, que “esta obra conserva ese sentimiento puro de la juventud “. Y en esto, Álvaro Mejía, se equivoca. A través de 18 obras y 29 años, ha ido mostrando el avance por el camino de la experiencia, pero ha conservado siempre, inalterable, “ese sentimiento puro de la juventud”. Y esa pureza del sentimiento nunca desaparece en él porque, estoy seguro, nació del corazón y allí se quedó arraigada, como queda debajo de la tierra la raíz profunda de los cedros.

En los cinco libros de poesía que de él he leído, y que son el tema de este artículo, se muestra infinidad de facetas -ya mencionaré algunas- cada una con su calor poético y con los temas que forman la historia de los hombres y de los pueblos, pero siempre en ellos, en sus libros, es invariable la actitud del autor hacia la vida.

Álvaro Mejía Mejía es armenita. Su currículum, que aquí no se expone, lo amerita como profesional muy destacado por su doctorado en abogacía, magíster en derecho público, máster en administración de negocios, especialista en administración pública, especialista en gestión y planificación del desarrollo urbano y regional, profesor de contratación estatal de varias universidades del país, escritor, poeta, periodista y autor de obras jurídicas e históricas.

PRIMER LIBRO

FRONTERA AL INFINITO

Su primer libro de poemas, Frontera al infinito, nos da de bruces con la muerte. Leerlo es rememorar, bajo conocidas dimensiones, a Óscar Wilde, a Goethe, a Poe, y principalmente a don Francisco de Quevedo, cantores universales de la muerte.

“Frontera al infinito” comienza con el poema “Nuestra amiga la muerte” y termina con el capítulo dedicado a lo que Álvaro llama “Infinito retorno”.

En este libro, el de la primera juventud, nos canta el poeta, principalmente, todas las maravillas de la vida, del amor como una campana de múltiples sonidos alegres, vibrantes, jubilosos, y también tristes, afligidos, dolientes y fúnebres. Y así, con el amor, la vida toda hasta encontrar la muerte. Y nos canta de cosas más duras que la misma muerte. Dice:

Inmenso teatro

donde abundan

seres con antifaces

y antifaces de seres,

gusanos, reptiles

sin un ayer,

sin un mañana,

que beben

aguas infectadas

y tienen aliento

de azufre en la mirada.

Ellos pasan por el mundo

Y el mundo no los toca.

Y luego, de ellos, dice:

¡Asesinos de la tierra,

los ríos y los pájaros!

No avizoran

el niño en su placenta

ni sienten azules

en el alma.

Permítanme, amables lectores, repetir este verso: “Ni sienten azules en el alma”. Y es que en este, como en otros cientos de Álvaro Mejía, se encuentra al poeta puro, auténtico, capaz de inventar expresiones de esas que se clavan como dardos en el alma.

Y aprovecho este momento, para explicar algo que no he dicho de la poesía de Álvaro Mejía:

No hay que buscar en ella rima, ni métrica fija, ni estrofas de clásica estructura. ¿Entonces es prosa, poesía en prosa?

No. Es poesía en verso porque tiene en todos los poemas la fascinación propia del verso: la cadencia.

Por eso, como sucede con todos los grandes poetas, es muy difícil que interrumpamos la lectura, porque tiene el sabor de los buenos vinos.

Y antes de hablar del segundo libro de versos, grabemos en la memoria este verso del primero:

Amor…

“Es perder la medida

del tiempo y la distancia”

Estos versos de Álvaro se ven a veces tan bellos y sencillos que imaginamos -vaya optimismo- que nosotros también los hubiéramos hecho. Pues cuando se piensa eso, es porque, inequívocamente, se está leyendo a un buen poeta.

SEGUNDO LIBRO

GRITOS EN LA SANGRE

Es necesario comenzar por la dedicatoria. Dice “A mi madre Angélica Mejía de Mejía, a mi hermano Hernán, y a mis tías Lorenza y Luz Marina, fallecidos en el terremoto del 25 de enero de 1999, quienes me enseñaron la mejor lección de vida: el amor”.

¿Comprende, querido lector, la razón del título? Sin embargo, el libro fue escrito antes del terremoto del 99, y no sé si su título, que yo asocio a la tragedia, fue puesto después de esta o si, simplemente, el nombre del poemario es una coincidencia o una premonición. Se publicó ese mismo año, 1999, meses después del desastre del Quindío, en el que se perdieron tantas vidas, tantos bienes, tantas ilusiones.

El libro, sin embargo, no narra la tragedia del Quindío. Canta dolorosamente, como en las tragedias griegas, las más tristes dolencias de los hombres, enmarcadas en la soberbia y el odio, en la ambición, en la infamia, en la felonía y la falsedad. La poesía se torna entonces grandiosa en el dolor, sublimemente lírica, enormemente trágica, como si la pluma grandiosa de Sófocles tomara nueva vida en la de nuestro poeta quindiano. Y también en sus poemas, la tragedia crece hasta la catástrofe.

Y hay en este deambular poético por el mal, algo que le da un tono especial a la obra: la ironía. En “Gritos de la sangre”, la ironía tiene un valor extra, que le da un sentido especial, muy atractivo a su lectura.

TERCER LIBRO

SINFONÍAS A LA MUERTE

En esta obra regresa la muerte, con todo su ropaje y esplendor. Regresa, porque ya nos había abordado con su guadaña, en el primer libro: “Frontera al infinito”.

Regresa, pues, la muerte, victoriosa, excepto en el penúltimo poema, donde el poeta nos muestra en el epígrafe las palabras grandiosas de Pablo de Tarso, en su epístola I a los corintios: “¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? Dónde, oh muerte, tu aguijón?”

A diferencia de la muerte poetizada en el primer libro, cuando aún no había sucedido el trágico terremoto del Quindío, en este tercer libro, “Sinfonías a la muerte”, nuestro rapsoda había perdido ya a su madre, a su hermano y a sus tías, a quienes dedica este poemario, y lleno de la fe que lo ha sostenido y vigorizado siempre, dice de ellos: “Sus rostros espero contemplar en el silencio etéreo”.

En este poemario, Álvaro Mejía habría dicho, si no es porque se le adelantaron varios siglos, las palabras de don Francisco de Quevedo: “Sois vosotros mismos vuestra muerte. Lo que llamáis morir es acabar de morir. Lo que llamáis nacer es empezar a morir”. Y Bécquer, como sabemos, resumió la muerte en solo tres palabras: “¡Despertar es morir!”.

Este libro está lleno de cantos a la muerte. Por eso lo llama “Sinfonías”. Su autor maneja la batuta y nosotros, los lectores, formamos el coro de los muertos. Pronto no quedará ninguno de nosotros en el escenario. Y el compositor de la obra, en cada poema llama a la muerte de distintas maneras, todas espectrales: La llama “cadalso ineluctable”, donde nunca ineluctable fue más infalible y siniestro. La llama “mortal elixir”, pero a ratos se reconcilia con la muerte y llega a llamarla “nuestra amiga”.

Pinta en los versos de este libro, cómo sus manos ayudaron a sacar a sus seres más amados de los escombros causados por el terrible terremoto que bañó de sangre y dolor a Colombia en enero de 1.999.

En el poema “Elegía de la vida y de la muerte”, dice:

“En este tinglado oscuro

cabalga una ilusión perdida,

la euritmia de la idea,

la vocación de abismo.

Aquí estoy, frente

al reloj sin nombre,

solo, junto a la piedra,

en el rodal preciso

donde la vida

se abraza con la muerte”.

En “Elegía a la madre muerta”, poema de dolor lorquiano, y como ocurre con algunos poemas trágicos de Federico García Lorca, uno termina su lectura con el sabor salobre de las lágrimas:

No besé la mustia frente

ni toqué sus finos dedos,

no mojé los labios secos,

ni cerré sus nobles ojos.

¡Ay de la tierra iracunda!

¡Ay de la sangre inmolada!

¡Ay del descanso siniestro!

¡Ay de las tenues columnas!…

Y no podemos cerrar el tercer libro de Álvaro Mejía, sin leer, sobrecogidos, su propio funeral, cuando cuatro cirios lo alumbran; pero la vida no lo deja, y él se agarra a su misterio y grita: “Que la hora de mi adiós esté lejana”, como Barba Jacob, cuando exclamó:”Decid cuando yo muera,/ y el día esté lejano”.

CUARTO LIBRO

LUCES EN EL AQUERONTE

No he querido preguntarle a Álvaro Mejía, por qué quiso llamar uno de sus libros, “Luces en el Aqueronte”, después de habernos hablado de la muerte en dos de sus obras anteriores. Y no se lo he preguntado porque quise descubrir el misterio, pero no creo haberlo logrado.

Y es que Aqueronte, uno de los ríos de Grecia, es un nombre que significa río del dolor y en la mitología se confunde con el camino fluvial que conduce al inframundo, es decir, al mundo de los muertos.

Pero la perspectiva de Luces en el Aqueronte, el libro de Álvaro Mejía que nos ocupa en este momento, es muchas veces más vasto que la vida mitológica de ultratumba.

Luces en el Aqueronte es un viaje a los lugares más inimaginables del espíritu. Nos remonta en las alas de elocuentes y preciosos poemas, por las hazañas de los héroes de la mitología griega, donde se expresa en cantos grandiosos y algunas veces en diálogos sublimes, toda la grandeza creada por los genios de la literatura y de las artes y de las creencias religiosas y de la filosofía que plasmaron los griegos en obras inmortales.

En esta breve mención de las obras poéticas de Mejía, no es posible ni el análisis ni el estudio formal de todo lo cantado. Lo único aquí admisible es decirles a los lectores de este artículo, que en las obras poéticas de Álvaro Mejía y, particularmente, en Luces en el Aqueronte, encontrarán lo que el hombre más desea cuando abre los libros: la aventura grandiosa del porqué de la vida, del amor y la muerte, con el bagaje de los sentimientos, de los deseos y de las pasiones. Y en toda la obra, como Hércules, el héroe de los héroes de la mitología, “siempre se llega un poco más allá del límite humano”.

En la reunión de los dioses del Olimpo, cantada por Álvaro Mejía, dice Zeus, el dios de los dioses:

“Nadie se interpone

a los altos designios,

desde el naciente

trazamos los senderos.

Y Hades, el dios del inframundo, le dice a Orfeo:

Has de respetar tu sino,

engreído mortal.

¿Acaso desconoces los altos

oráculos de Delfos?

Y Perséfone, la hija de Zeus y Deméter, raptada,y llevada al Averno, le dice a Orfeo cuando llega a rescatarla:

No; detente Orfeo,

todavía no ha llegado tu día,

¿Por qué te obstinas en desafiar

la rueda inevitable del destino?

Y hay en este libro del poeta quindiano, algunas de las mil y una aventuras de los dioses del Olimpo, de tal modo descritas, que si el lector no conociese nada de la mitología griega, ni leído la Ilíada de Homero ni las obras maestras de este género, lograría tener un sólido conocimiento de estas materias, leyendo la obra de Álvaro Mejía, Luces en el Aqueronte.

Álvaro nos conduce, además, por la filosofía griega con singular maestría, sin olvidar en ningún momento su espíritu cristiano, de modo que los dioses fueron creados a semejanza de los hombres y los hombres a semejanza del Dios único.

QUINTO LIBRO

CLAROSCURO

¿De qué más quiso hablarnos el poeta?

Los poetas jamás terminan de contarnos todo el sentir del ser humano, y el de los dioses, y todo el ayer y el mañana. Así que el quinto libro de Álvaro Mejía -a Dios gracias y para ventura nuestra- no será el último. El aire que respira el poeta es la poesía: en su pluma, lo más hermoso o lo más repulsivo es siempre bello. Crear la belleza es obra de Dios y del poeta. Y cuando él nos habla de la poesía, dice:

“La poesía es vida,

marcha desbocada

de piafantes corceles

que el buen jinete

en su vaivén doblega”

En Claroscuro se nos muestra lo más meritorio de los hombres y también sus bajezas y sus ambiciones, su orar y su blasfemar.

Y en toda la obra de nuestro poeta, Álvaro también se muestra. Nos da un reporte de sí mismo. Por eso dice en versos fascinantes:

“Proclamaré que viví, amé y me amaron”.

Y dice:

“Bebí el sol de los venados

en aldehuelas cristalinas”.

Y cuando piensa que algún día partirá, es enfático:

“No quiero llegar (allá)

con ayes en mi alforja,

con las manos vacías”

Claro que no. Al cielo llegará -“que la hora de su adiós esté lejana”- cargado de poemas.

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