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Columnistas  |  15 septiembre de 2021  |  12:00 AM |  Escrito por: Libaniel Marulanda

CARTA AL DIRECTOR SOBRE UNA CALAR-CAÑADA

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Libaniel Marulanda

Por Libaniel Marulanda Velásquez

Señor director:

Ayer lunes 13, a las 9: 20 de la mañana, este servidor estaba parado en la mitad de la cuadra donde está situado el Teatro Yarí de Calarcá, esperando a que don James López abriera su café. Es decir, a un lado del parque.

Apareció un camión recolector de basura de Multipropósito que hizo una parada frente al suscrito. En ese momento comenzó a funcionar el compactador de basura y en segundos, por la parte superior del camión comenzó a brotar aceite para motor de color rojo – estoy seguro que sin usar- que fue dispersándose sobre la calle, en una superficie de unos diez metros.

Como me las pico de solidario y buen ciudadano y no soy capaz de ser “neutro” ante estas cosas, les dije a los cuatro operarios recolectores que ese aceite era en extremo peligroso. Creo, por lo que pasó, que no me entendieron y, sinceramente, (perdone usted) les importó un culo mi advertencia, así que luego de comprobar que el aceite no provenía del motor del camión, siguieron su marcha por esa calle 39, rumbo al oriente (dicho en calarqueño: iban pa Versalles).

Ya lo dije arriba: me las pico de solidario (por algo soy zurdo de convicción) y, entonces, me dediqué a parar los carros que iban llegando al charco. ¿Qué si había policías? ¡Hombre no me crea tan… abudinón! ¿Qué país cree que habitamos?

Bueno, señor director, la verdad es que me mamé de estar de policía Ad Hoc, de estar señalándole el charco de aceite a cada conductor que llegaba, se me hizo tarde para otra cita que tenía y decidí abandonar el teatro de la desidia y el importaculismo.

Fui al parqueadero, ahí no más a media cuadra, y cuando estaba pagando, el administrador salió a la puerta y dijo: ¡Hubo un accidente allí! Miré y sí: ya un motociclista había parado las patas. La moto era señoritera y de color rojo.

Como en todo calarqueño se esconde un detective, o cuando menos un poeta, y de esto último no tengo sino las ganas, llegué a la conclusión de que alguien tiró a la caneca de la basura un litro de aceite para motor (era de color rojo y sin usar), la máquina compactadora hizo el resto y el aceite, como las lágrimas de una virgen italiana, comenzó a brotar y brotar.

Y aquí acabo: Cuando vi la moto patasarribiada me dio tanta rabia que me fui en el carro y alcancé al camión y les dije a los recolectores que eran unos indolentes, que ya se había producido el primer accidente. Ellos, que estaban parados en ese momento junto al camión me miraron en forma abudínica, como queriéndome decir de nuevo: ¡nos importa un culo!

Cuando regresé de Armenia, antes de las doce. ¡Oh, gran cacique Calarcá!: La calle estaba cerrada y un manto de viruta de madera cubría el rojo.

Me ratifico en lo dicho y compareceré en calidad de testigo de visu, por si alguien sufrió algún percance. Eso es todo, señor director.

Libaniel Marulanda.

[email protected]

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