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Cultura  |  28 noviembre de 2021  |  12:00 AM |  Escrito por: Administrador web

Cuento: XXII

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Este cuento fue escrito por Iván Giraldo.

La tarde vana y la lluvia coincidieron: Amelia la de blusa amarilla, adiós mujer, entonces sonrieron tus amigas. Yo aún recuerdo la noche de palabras torpes y deseos grandes, sentémonos en el sardinel, cómo estás, dónde están tus amigas, tu falda amplia y bordada pero pegajosa en tu cuerpo, la noche confundida con el alboroto de los estudiantes, bien, me dices y, agregas, por ahí mis amigas.

Bueno y nos seguimos viendo, caminamos viendo, nuestras miradas cruzaron tal vez por imágenes cinematográficas, por libros, por números, por historias y geografías: tocar tu cuerpo, ser nosotros como lanzándonos desde las orillas hacia encuentros donde habían guardias y cómplices, donde jugara el sexo a escondidas y morirnos de la risa, perdernos piel adentro para hallar las señales donde los signos escritos anunciaban sin que hubiese necesidad de cartas, ni telefonazos con su áspero rin-rin, que eras virgen y yo supe de tus temores, que no eran tuyos, sino de los fríjoles camanduleros de tu madre con sus dedos de avaricia, que tal vez ocultaban lo que querían saber cuándo tu vieja fumadora de marlboro descalzo preguntaba entre la ira y el miedo ¿qué hacían ustedes en el baño?.

Si yo supiera del futuro lanzaría aquella pasada tarde cuando Amelia regresó de un pasado ya vivido; quisiera tirar las palabras como piedras, los besos a otra piel mía que ya fue y que sin embargo toco con mi mano ahora, el recuerdo duele donde quiera que uno lo toque, como dice el poeta, Amelia vuelves del pasado y yo ando en el futuro, ¿por qué vuelves? 

Quizá yo recogiendo pétalos de nuestro último vértigo y la rosa palideciendo en nuestros dedos de sueños ya gastados, y de pronto te me apareces con pies ligeros y caderas con movimiento de recuerdos, y miré los dos colchones tirados en el suelo y mi amigo pintando cuervos negros al son de RAVI SHANKAR Y YEHUDI MENUHIN en la blanca pared del otro cuarto, a mi me parece que las paredes tienen cierto parecido a las esfinges o a las mujeres que no aman: en nuestro país las batas y los calzoncillos al tobillo, las vestimentas largas, las camándulas infinitas contando nuestros prejuicios morales, sexuales, políticos, religiosos y nuestras angustias, y vi el rostro no sé dónde, o fue en la pared, o fue en el rostro tuyo o en el bordado de tu falda o en el cigarrillo quemándote las esperanzas, aunque yo creo, que de todos modos, yo vi la faz de tu mamá-madre, la vi tejiendo tus ilusiones cuando te conocí y eras una muchacha que jugabas con conejos para hacerte la zanahoria: yo vi un mago en televisión, sombrero de copa, saco leva, portafolios color negro, todo negro con una luz de cuello blanco, y del sombrero de copa emergieron conejos de su fondo, Amelia tú eras feliz viendo esos conejos y aunque en ese tiempo nada sabía de ti, puedo imaginarte vestida de niña, trenzas vírgenes, ojos acaramelados en la tienda del deseo, senos nacientes ocultos por la estricta costura de tu mamá-misa, de tu mamá-terquedad, de tu mamá-no me pegues más, de tu mamá-déjame salir, de tu mamá-termina ya el rosario, de tu mamá- por qué espías mis formas, de tu mamá-rojo en tus calzones, de tu mamá-no jodas más.

Y me asombraban los conejos saliendo del fondo del sombrero y alguna vez siendo niño quise ser mago, y en cierto modo lo soy ahora que estás conmigo, Amelia. Ahora somos conejo y zanahoria, mientras la vieja santa nos espiaba en el baño, cuando yo te dije nos vemos en el baño, guarda los calzones en la bata y apareciste ansiosa, yo calzones abajo y pene arriba, te sentaste penetrando nuestros sueños, y yo era un puñal sin mano, porque de haber tenido el puñal mano, de verdad hubiese sido el asesino de tantas camándulas como se nos atravesaran en el camino.

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