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Cultura  |  28 noviembre de 2021  |  12:00 AM |  Escrito por: Administrador web

Mis lecturas: confusión de sentimientos – Stefan Zweig

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Por Alberto de la Espriella

Es una novela con carácter biográfico y estilo intimista, que se adentra en las pasiones ocultas del ser humano, el desenfreno y la compasión, a partir de un joven que va descubriendo el mundo físico en una adolescencia curiosa, frívola, común y corriente y luego,  al cambiar su entorno juvenil, experimenta una entrega a la literatura con extraña devoción –motivada al encontrarse con el enigmático profesor–, se ve enfrentado con los cuestionamientos que le plantean la filosofía shakesperiana y la espiritualidad; la moral y los instintos, contrastando con lo que inicialmente fue un sentimiento de admiración por “su maestro”. Un personaje de carácter claro oscuro que la narración expone, desde que aparece en la vida del joven Roland.

La narrativa, elegante y precisa, va presagiando el conflicto a través de símbolos y escenas particulares. Por ejemplo, no es gratuita la presencia del cuadro de la Escuela de Atenas, que evidencia las relaciones particulares entre Sócrates y Platón en el entorno de belleza e intimidad que Rafael Sanzio quiso imprimirle a la obra. ¿En qué momento el afecto va más allá de los sentimientos de admiración y la consagración académica?

Resalta la descripción física del profesor que hace Zweig y que Roland, el pupilo, asociaba con la fisonomía socrática, tal vez anticipando el impacto que sufrió con la abatida confesión del hombre, al final del libro. Son párrafos de una crudeza insospechada que sumerge y hasta ahoga al lector en una prosa de oscura poética, para desvelar el sentimiento de amor homosexual.

Cuando aparece el encuentro en la piscina y el regreso a casa de Roland, en la actitud de la esposa del profesor W se intuye que algo va a suceder entre los dos, ya que la atracción del muchacho por la mujer aparece de manera espontánea y la actitud pícara de ella, es una subrepticia señal de coquetería. Creo que aquí ya hay una admonición del futuro adulterio.

El autor se esmera en contar la afectación de ánimo que sufre el muchacho cuando conoce o va conociendo a su maestro. Y hace lo mismo cuando narra la doble vida del viejo y su suplicio emocional; aunque, para mi gusto, los párrafos ahondan demasiado en sus mutuas contradicciones y sufrimientos espirituales, generando un hecho quizá poco creíble y un clima sicológico un tanto sofocante en las relaciones de los dos personajes.

De otro lado su estilo depurado hace uso de expresivos eufemismos para hablar de la condición sexual, tales como El secreto de Medusa para significar el hecho de no haber “salido del closet” y en su declaración de amor cuando dice que el chico con su interés, dedicación y su pasión de alumno, logró “encender de nuevo la antorcha de Eros que el cansancio había apagado”, para significar la fuerte atracción sexual que le despertaba Roland. Un amor sospechoso, físico, mas inaceptado por el joven que, finalmente, hasta el día que empieza la historia, reconoce haber sentido intensamente por el otro, un sentimiento que permaneció oculto en su conciencia.

Sorpresa, en una lectura a la altura de esta novela, me pude dar el lujo de advertir en ella un gazapo, ya que El pensador, –la escultura con que Roland asoció al profesor W en un momento de la novela–, es una obra de Rodín, no de Miguel Ángel, a quien la endosa Stefan Zweig, tal vez en un nomus lapsus. A todos nos puede pasar.

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