Gilberto Zaraza Arcila
El compromiso de los centros de educación superior debe ser el de promover el conocimiento, el pensamiento, la investigación, la creatividad y la innovación. Con la gran responsabilidad en la formación de profesionales competentes, íntegros, humanistas, con comportamientos éticos, para contribuir al desarrollo y a mejorar el bienestar y la calidad de vida de los colombianos.
La misión más importante es el mejoramiento permanente de la sociedad a través del conocimiento, aportando desarrollo tecnológico al aparato productivo para mejorar la productividad y la generación de oportunidades laborales para todos los egresados de instituciones educativas. La academia tiene la obligación de ayudar a construir país. De presentar propuestas de solución a los graves retos y problemas que enfrentan los gobernantes y empresarios. De aportar en la producción intelectual desde los ámbitos científico, técnico y humanista. De participar en el diseño de políticas públicas. Y preponderantemente deben ser actores protagónicos en el desarrollo socioeconómico de la nación.
Desafortunadamente, la realidad es otra. Las Universidades que son organismos sin ánimo de lucro, se han convertido al menos algunas de ellas en empresas mercantilistas, preocupadas más por la relación costo-beneficio, que les permita incrementar notablemente su patrimonio. Más interesadas en incrementar la oferta de programas de pregrado y posgrado para aumentar la cantidad de estudiantes y por ende de ingresos, que en la calidad de la formación académica impartida. La competencia es tan grande que ofrecen el mismo programa de otra Universidad en menos semestres. Y para ahorrar costos, los semestres se convirtieron en trimestres o en el mejor de los casos cuatrimestres. Contratan a profesores por hora cátedra para limitarles el reconocimiento y pago de la seguridad social. Adicional a las costosas matriculas, cobran por aparte cursos o materias electivas de idiomas o sistemas, no incluida en la matricula semestral. A tanto llega el abuso que algunas son denominadas universidades de garaje.
Las universidades públicas fueron politizadas y hoy son la apología del clientelismo, la politiquería y la corrupción. Y los gobernantes dicen falazmente que están adoctrinando a los estudiantes en contra del sistema político y económico. Por estar más preocupadas por el negocio y la politiquería para complacer a dueños y gobernantes, se ha deteriorado el nivel académico. Y han relajado los controles que debieran ser rigurosos para verificar las investigaciones o tesis de grado y las sustentaciones, que permitan detectar a tiempo los posibles fraudes o plagios. Se han convertido en fábricas de títulos fraudulentos, muchos de ellos no descubiertos.
No tiene justificación que Centros de Educación Superior que debieran estar blindados contra el fraude y el engaño, en el conocimiento, en el saber; no se den cuenta oportunamente de fraudes como el del congresista Julián Bedoya en la Universidad de Medellín, quien le otorgó el título de abogado sin cumplir con los requisitos del plan de formación. Y los plagios de la tesis de la actual presidenta de la Cámara de Representantes Jennifer Arias, titulo otorgado por la Universidad Externado de Colombia, y el del actual ministro de Vivienda Jonathan Malagón, titulo concedido por una Universidad Holandesa. Lo que es fácil comprobar mediante la confrontación de textos utilizando programas de software, hoy disponibles en el mercado.
Las universidades arrojan anualmente miles de profesionales que en su gran mayoría obtuvieron su grado con mucho esfuerzo y sacrificio, con la esperanza de encontrar una oportunidad laboral y lograr movilidad social. Desafortunadamente muchos de ellos no encuentran empleo por saturación de la profesión o por limitaciones del mercado y se tienen que dedicar a otras actividades. Otros, que pueden, se ven obligados salir a buscar oportunidades en el exterior. La academia debe tener responsabilidad social y dar solución a esta grave problemática.
Si hoy tenemos un país subdesarrollado, descuadernado, permeado por la corrupción, donde imperan los antivalores, la deshumanización y el egoísmo. Si los gobernantes y dirigentes políticos demuestran su ineptitud, incompetencia y deshonestidad. Si los dirigentes privados anteponen la codicia y la ambición desaforada por acumular riqueza y tienen muy poca empatía y responsabilidad social. Eso demuestra que la academia está fallando en su misión y en la formación y necesita urgentemente reingeniería.
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