• VIERNES,  29 MARZO DE 2024

Columnistas  |  04 diciembre de 2021  |  12:00 AM |  Escrito por: Jacobo Giraldo

PODERES OCULTOS

0 Comentarios


Jacobo Giraldo

POR JACOBO GIRALDO BEDOYA

Nunca juzgues un libro por su portada, me decían. Pero francamente, no cumplo siempre con este consejo. Hay algunos libros que nos seducen con su aspecto limpio y fresco, así como otros nos repelen con colores brillantes o sagas de vampiros. Y está muy bien, hay demasiado por leer como para que nos dejemos engañar por malos libros. Con todo, cada lector tiene para sí o para sus amigos, un criterio para escoger los textos; y no pienso meterme en ello.

Del mismo modo que a los libros se puede juzgar a algunos lectores o grupos de lectores, que son muy visibles y que cada tanto aparecen en escena con un ruido más o menos justificado. Hubo, desde el principio de los tiempos, una especial aura que contenía y protegía a los lectores de ciertas obras. Piénsese por ejemplo en los lectores de la Biblia; aunque es cierto que inicialmente la tradición fue oral, pero después de que se llegó al Libro, aquel que pudiera posar sus ojos sobre las letras fue objeto de un trato especial casi veneración, como si tuviera poderes ocultos.

Se sabe que antes, la lectura, era un evento alrededor de la palabra o del lector; la lectura se sostenía de la voz y las inflexiones de esta. En algún punto de la historia, la lectura se permitió el silencio; a partir de cierto momento los lectores fueron cruzando el texto sin emitir sonido alguno, sin que por ello se afectara la relación con el texto; todo lo contrario. Este cambio propició una relación mas estrecha entre el lector y el texto, de suerte que toda actividad intelectual cambió para siempre.

Es así como desde siempre se han hecho generalizaciones de mal gusto y dudosa intención, con el fin de dotar de etiquetas a quienes gozan de la literatura, y de las artes y ciencias en general, igual que nosotros.

Cierto es que se pueden dividir los lectores en dos grupos, tal vez antojadizos: uno, que quiere influir en la realidad, a partir de su lectura, el cual podríamos llamar utópico, del cual los lectores del Ché serían un ejemplo muy claro; y el otro, que no quiere que su relación con lo que sería la realidad, esté mediada por los textos que lee o la información a la que se expone y que, ciertamente, pone en evidencia una relación específica con el mundo.  

Bajo esta óptica se nos ofrecen más visibles los efectos vitalizantes o enfermizos de algunas obras, entre sus lectores. Es evidente que lectores (sentimentales o románticos) de novelas como Madame Bovary o de autores Karl Marx marcaron una época. Algo similar se puede observar en los primeros lectores de los poetas malditos (Baudelaire, Rimbaud, Verlaine, etc).

Hay, no obstante, otras categorías interesantes como los lectores de Sade (o de Sacher Masoch o Bataille, o literatura erótica en general). Este grupo particular es interesante, aunque no sabemos con seguridad si lo que nos atrae a este grupo es su particular lectura de la obra en cuestión, o si, por el contrario, lo que nos importa es que haya lectores de esta naturaleza, que se abandonen a su influjo. En este caso, en este encuentro, podríamos pensar, la riqueza está, tanto en las obras como sus lectores. Estos lectores, como tantas otros, buscan algo, otra cosa, otro lugar, salir de cierta zona, entrar a cierto reino. Decía Roberto Bolaño, al respecto: “Los libros son finitos, los encuentros sexuales son finitos, pero el deseo de leer y de follar es infinito, sobrepasa nuestra propia muerte, nuestros miedos, nuestras esperanzas de paz “.

Otra especie de este hombre lector es la que se nos ofrece cuando vemos a los lectores o espectadores (a veces cabría decir hasta fanáticos) de las teorías de conspiración. Son divertidos, algunas veces sombríos; muy diversos; un grupo bastante disímil pero aglutinados por una inercia ingenua hacia el descubrimiento personal, hacia la búsqueda de lo aparentemente oculto. Su pensamiento es cándido. Cabe mencionar una anécdota curiosa: todos saben que Dan Brown es el chivo sagrado de estos tipos. Pero al contrastarlo con Umberto Eco, es un charlatán. Lo que dio pie a que le preguntaran por Brown al escritor italiano, quien con humor cáustico dijo: “¡Dan Brown es un personaje de El Péndulo de Foucault! Yo lo inventé. Comparte las obsesiones de mis personajes —la conspiración mundial de rosacruces, masones y jesuitas. El papel de los templarios. El secreto hermético. El principio de que todo está conectado. ¡Sospecho que Dan Brown ni siquiera existe!”. En este grupo todos quieren hacerte pensar algo, así que ¡Vaya a saber cuál es la conspiración aquí!  

Para terminar, quiero mostrar un grupo de lectores de élite, un equipo de vanguardia, que logró lo que tantas tertulias literarias habrían querido: imponer una visión propia de la realidad. Hablo de que nuestro mundo -qué duda cabe- es dominado por el análisis sofisticado y utópico del lector de ciencia ficción. Ellos han hecho de la lectura de la ciencia otra cosa, y le dieron un alcance impensado a la utopía privada del encuentro con el texto. Se podría decir entonces, que la ciencia ficción ha dado lugar al único lector (pobre Marx, o marxistas) que ha podido transformar la realidad.

Quiero traer a colación unas recomendaciones de lectura en el terreno de la ciencia ficción, seguido de la persona que la emite: Trilogía de la Fundación, de Isaac Asimov, y El Atlas de las nubes, de David Mitchell (Bill Gates); Dune, de Frank Herbert (Jeff Bezos); La luna es una cruel amante (Elon Musk).

 

PUBLICIDAD

Comenta este artículo

©2024 elquindiano.com todos los derechos reservados
Diseño y Desarrollo: logo Rhiss.net