• VIERNES,  19 ABRIL DE 2024

Columnistas  |  27 enero de 2022  |  12:00 AM |  Escrito por: Juan Sebastián Padilla Suárez

APUNTES DE UN RENCOROSO

0 Comentarios


Juan Sebastián Padilla Suárez

Por Sebastián Padilla

Ese amor fue una batalla perdida de antemano, el violento muro que me esperaba al final del callejón, la felicidad gris contra la que me estrellaría. Sin embargo, aceleré con una sonrisa estampada en mi cara de idiota. Después del porrazo me pregunté qué había pasado. Me pregunté con cara de idiota. Y después de lo patético, lo visceral: el hígado anquilosado, tú en la celda de la memoria y yo creyéndome un especulador sobre la metafísica del olvido. Luego la cuarentena sentimental y el reparto de culpas. La conclusión me tranquilizó: toda la culpa era mía. Aunque agradezco los errores por los que fui injustamente acusado.

Leí en la bitácora de un escritor despechado que el amor tiene tres etapas: pasión, ternura y tedio. Y tiene razón, aunque se podría omitir la segunda, porque también es posible pasar del idilio al desespero. ¿Qué hicimos para saltar del paraíso a las ruinas? La pregunta es estúpida, claro, sólo busco un poco de lástima. Bueno, hicimos lo que pudimos. Buscando el señuelo de la felicidad, buscando complacer, hicimos lo que pudimos. Al final fracasamos. Como fracasan todos los nauseabundos amores. Porque el arquetipo de la pareja es espeluznante. Un monstruo de dos cabezas. En nuestra relación, cariño, todo estuvo organizado (por la vengativa providencia) para que termináramos odiándonos: fingimos no vernos en la calle y pasamos sin saludarnos. Pero tengo una certeza: mentí, o mentimos, con la promesa del amor eterno. El amor eterno es el artesano de la infelicidad de los amantes. También lo dijo el escritor desengañado.

Los mortales somos “hombres de un día”, le enrostró Zeus a Prometeo. Y mira, aun así, nos obstinamos en la carroña de la eternidad, en los “te amo, pájaro, y siempre lo haré”. No entendimos que en cada abrazo estaba el abandono y olvidamos que lo único seguro en el amor es la ceniza. Porque amarnos fue el retraso milagroso de nuestra propia despedida. No entiendo por qué nos complicamos con esa ilusión tan pobre. ¿Por qué no disfrutamos del deterioro y la fatiga de todos los días? ¿Por qué, sin pretensiones ambiciosas, no nos acompañamos como dijimos esa noche? ¿Recuerdas?

Ahora nuestra habitación es un asco: restos de vino, incienso y moscas que rondan los residuos amorosos. Sobre el lecho duerme el sexo miserable y primitivo que ambos hemos procurado en otras carnes maltrechas e indeseadas. Ahora somos dos anacoretas relegados en sus frías cuevas, eludiendo la vida y resignados al goce manual de la lectura. Ahora nos queda el olvido como la única forma de tenernos, nos quedan los recuerdos como fantasmas indulgentes, nos quedan las cartas con las palabras ya podridas como una masa de gusanos aplastados. Ahora soy un animal descontento y tú tienes las costillas intactas. Misteriosamente hemos optado por el laberinto, misteriosamente nos perdemos buscándonos.

Pero yo sigo creyendo que amanezco cada mañana en tus pestañas y que dices mi nombre respirando cada palabra y que yo te miro mientras tu silueta se recorta porque tus manos enamoradas juegan a taparme los ojos y entonces sólo veo cejas boca cicatriz y los trazos de un reloj de arena y “qué no daría yo por la dicha de estar a tu lado en Islandia...”.  

No. El amor no es una batalla ni una enfermedad hepática ni la aspereza de un muro al final del callejón. Es otra cosa. El amor es un correo que no llega.

PUBLICIDAD

Otras Opiniones

Comenta este artículo

©2024 elquindiano.com todos los derechos reservados
Diseño y Desarrollo: logo Rhiss.net