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Columnistas  |  28 mayo de 2022  |  12:02 AM |  Escrito por: Nancy Ayala Tamayo

Muros, murallas y fortalezas

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Nancy Ayala Tamayo

Por Nancy Ayala Tamayo

Nuestros ojos han visto lo que han visto: 4.297 masacres, 90.000 desaparecidos, 85.000.000 de hectáreas de tierra despojadas, 35.000 secuestrados, 6.402 falsos positivos. Gobiernos al servicio de mafias, desastre ambiental, corrupción, impunidad, inequidad en límites inenarrables. Niños y niñas convertidos en máquinas de guerra, viejos y viejas en el abandono, campesinos y campesinas que se desplazan sembrando semillas de tristeza por donde caminan. Negros y negras a quienes se les niegan hasta la posibilidad de realizar sus ceremonias ancestrales. Resguardos y mingas indígenas asediadas. Centenares de mujeres violadas. Jóvenes hombres y mujeres atrapados en medio de violencias recicladas de acuerdo con los tiempos, que ahora encuentran en el narcotráfico una fuente de sustento desde donde emiten alaridos de muerte, y dejan claro que el mundo “o es de todos y todas o no será de nadie”. En una última etapa hacia la autoinmolación, el alarido, que brota brutal, retumba a través de los muros de quienes, con ingenuidad o prepotencia, se resisten a creen que su fortaleza ya ha sido asaltada.

El lema de quienes niegan la posibilidad de que un nuevo mundo aparezca es “nada hay nuevo bajo el sol”. Olvidar que ‘lo que vemos nos ve’, es decir, considerar que el mundo que vemos no es producto de nuestras propias acciones y que éstas realimentan las imágenes que vemos de nosotros mismos, genera la idea de que lo que tenemos hoy como sociedad ha sido así desde tiempos inmemoriales. Ante ello, solo cabe actuar con temor poco reflexivo o deliberado. En este último caso, quienes viven en el nivel superior de la jerarquía social saben que su estatus de privilegio solo puede sostenerse exacerbando esos temores, dando paso a la aparición de murallas, muros y fortalezas, con sus correspondientes adentro/afuera. Conmovedores relatos sobre lo dicho son expuestos por novelistas de ciencia ficción como Octavia Butler y Úrsula K. LeGuin, y de realismo como Franz Kafka.

En “La parábola del sembrador” el personaje de Butler es una joven dotada de hiperempatía, quien con lucidez reconoce los peligros de vivir dentro de los muros construidos por su comunidad para ponerse a salvo de los peligros externos. La ilusión del amurallamiento los vuelve más vulnerables frente a las situaciones apocalípticas que rápidamente se desencadenan. La joven se da cuenta de que su don hace contigüidad con otras personas y juntos emprenden un camino a través del cual la esperanza en un destino humano distinto se hace posible.

Por su parte, LeGuin cuestiona las visiones, según las cuales, la  historia humana nos indica la inevitabilidad de una organización jerárquica en la que un pequeño grupo somete al resto. Porque lo que señala esta historia es la creación de relatos y mecanismos a través de los cuales los privilegiados se autoprotegen ante la posibilidad de perder la aparente tranquilidad y paz de la que disfrutan. Con frecuencia, indica, “el cambio mental y moral necesario para pasar de la negación de la injusticia a la conciencia de la injusticia conlleva un coste alto. Puedo acabar sacrificando mi contento, estabilidad, seguridad y afectos personales por el sueño del bien común, por una idea de libertad que quizá no viva para disfrutar, un ideal de justicia que quizá nadie alcance”. Sugiere la necesidad de transformar la negación de la injusticia en reconocimiento para ésta, pues solo así, cayendo en la cuenta de su existencia, nunca más podremos negar la opresión y defender al opresor de buena fe.

En su novela “Los desposeídos”, LeGuin desata nuestra imaginación a través de su personaje Shevek, y presenta la posibilidad de derribar muros con el propósito de hacer emerger un nuevo mundo más fraterno. Pero, como lo expresa en otras novelas y en sus ensayos, no lo hace como un proyecto de lo que se debería hacer, sino como un homenaje y recordatorio sobre la infinita variedad de posibilidades de existencia y la invención de más y más alternativas. Lo dice como una manera de sacudir la mente propia y la del lector y tal vez como método para “abandonar la costumbre perezosa y timorata de pensar que la manera en que vivimos ahora es la única manera en que se puede vivir”.

En este trio de escritores, está también Kafka quien ilustra el cierre mental que constituye la creación de fortalezas pues, desde allí, el horizonte desaparece.

En su relato “Ante la ley”, el comportamiento del personaje abruma. El hombre llega ante el recinto que simboliza La Ley (el destino) y ya desde el momento inicial, cuando debe enfrentar al portero que le permitiría ingresar, queda cercado por sí mismo. Así, lo vemos sentarse en un taburete que el propio guardián le presta y, en repetitiva actitud diaria, espera sin atreverse a explorar lo que hay más allá. Asume la imposibilidad de quebrantar la prohibición representada en el guardián. Al llegar el momento de su muerte, sucede el dialogo del final del relato con el centinela que le explica que esa entrada estaba destinada solo para él y que fue él mismo quien no se atrevió siquiera a pasar la puerta.

La parábola es clara. Dentro de la fortaleza se pierde hasta la noción de lo que significa soñar, no hay más espacios que los señalados por el perímetro del encierro. El mundo queda reducido a lo definido por el encerramiento. Es cosa de tiempo que allí ya no sea necesario estar alerta frente a cualquier ataque porque el enemigo se ha apoderado de nuestra alma y ha convertido la fortaleza en sede de la servidumbre. Y no hace falta que el miedo provenga de afuera pues ya somos el miedo, nos hemos convertido en la propia servidumbre.

No conoceremos nuestra propia injusticia si no podemos imaginar la justicia. No seremos libres si no imaginamos la libertad. No podemos exigir que alguien intente alcanzar la justicia y la libertad si no ha tenido la oportunidad de imaginar que se pueden alcanzar.

Nuestros ojos han visto también la capacidad de resistencia de los desposeídos. Campesinos, indígenas y negros, trabajadores informales, hombres y mujeres, jóvenes por miles, indicándole al mundo que Colombia es potencia de soñadores de vida. Es hora de ampliar el campo de las posibilidades sociales y el entendimiento ético para la convivencia.

27 de Mayo de 2022.

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