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Columnistas  |  02 julio de 2022  |  12:00 AM |  Escrito por: Valentina Suárez Fernández

Ostmark

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Valentina Suárez Fernández

Por Valentina Suárez Fernández

 

Los celtas fueron tribus guerreras que vivieron en la Europa Central y Occidental entre los siglos VIII y I a.C. Se les conoció por su habilidad como jinetes, capaces de subirse al caballo a la velocidad de la luz y de llegar a la meta de primeros; la lengua común que reflejó su cultura, de la familia del indoeuropeo y hablada en las penínsulas ibéricas y de Anatolia, hoy lengua muerta; y, las prácticas religiosas y artísticas compartidas, fueron los primeros habitantes de este territorio. Posteriormente en el siglo IX fue conquistada por Carlomagno y bautizada con el nombre de Ostmarkm, como hoy conocemos a la ciudad de Viena. Ya entrados en la edad moderna desde la caída de Constantinopla en 1453, hubo un interés creciente del   imperio otomano por Viena. Su ubicación era la clave para conquistar los demás países de Europa; interés que se hace más notable durante el período del sultán Solimán el Magnífico, inmune a fanatismos, el Magnífico, -entre los occidentales- o Kanuni -entre los turcos-, es decir, el Legislador, en turco moderno; nacido en Trebisonda, 6 de noviembre de 1494 y falleció en Szigetvár el 6 de septiembre de 1566.... Sin embargo, nunca consiguió el dominio como Ostmarkm.

Viena alcanza su máximo demográfico en 1916 con 2.239.000 habitantes, siendo la tercera ciudad más grande de Europa, para ese momeno histórico. Este es el período cultural más glorioso de la monarquía de los Habsburgo, con Francisco José I rigiendo el Imperio -1848-1916. También es la época de los suntuosos valses vieneses; suenan con sus tonadas dulces y ligeras los opus 314, “Danubio Azul”, 354, “Sangre Vienesa” y 316, “Vida del artista”, entre otras, en la Ópera Nacional de Viena; los grandes carruajes paseando por la Ringstraße y la Kärntner Straße, así como de los típicos cafés vieneses.

Tras el asesinato del archiduque heredero, Francisco Fernando y su esposa, Sofía Chotek, en Sarajevo, a manos del terrorista serbo-bosnio Gavrilo Princip, estalla la Primera Guerra Mundial. En octubre de 1918, derrotada Austria-Hungría y sus aliados, detona la revolución en Viena que pide la disolución de la monarquía y la independencia austríaca; sería el fin de la monarquía de los Habsburgo que gobernó el país desde 1278.

De Viena también hay datos maravillosos, un Quindiano Kirlianit Cortés, que además fue maestro de coro de Superar-Europe y tiene una maestría en interpretación de Lied y Oratorio en la Universidad de Música y Artes dramáticas de Viena, actualmente trabaja de la mano de cómo el los califica en sus redes sociales,  “profesionales” niños cantores de Viena; ocupa un cargo tan prestigioso que lo ha heredado de  grandes compositores desde el Renacimiento, como Johann Sebastian Bach, Mozart y Joseph Haydn, “Todos los niños nacen artistas, el problema es cómo seguir siendo artistas al crecer”, dijo en algún momento Pablo Picasso.

Hoy me acerco con admiración y asombro para ver a Viena y descubrir las razones que tuvo The Economist para elegirla como la mejor ciudad del mundo para vivir. Supongo, que Kirlianit me lo diría mejor, pero sólo soy su admiradora por la redes sociales. Según The Economist, "la estabilidad y la buena infraestructura son los principales encantos de la ciudad para sus habitantes, respaldados por una buena atención médica y muchas oportunidades para la cultura y el entretenimiento".

De tal suerte que planificar territorios exitosos es un llamado al compromiso social que deviene del equipamiento básico en relación con el uso y el disfrute del espacio público con redes y garantía de servicios públicos, instituciones abiertas, conectividad y comodidad para quienes la habitan; además, la garantía de un sistema de salud en óptimas condiciones de cobertura, calidad y oportunidad.

Justo esto es planificar para vivir. El logro de esas condiciones hace posible que en las ciudades desaparezcan o disminuyan las brechas sociales; que se fortalezca y dignifique el espacio público, la oferta gastronómica, lúdica y cultural de un territorio. En ese entendido, la planeación para el desarrollo es en sí mismo la capacidad de superación de la inequidad que se traduce prestación de servicios básicos, en espacios para la gente, para el común, para todos. Lo importante finalmente, es lograr que el inconsciente -primario, desconocido- y el consciente colectivo -responsable, sensato- logre pensar y ejecutar este noble ideal democrático de arte y amor, como dice el sensible biólogo, filósofo, escritor chileno, Humberto Augusto Gastón Maturana Romesín.

 
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